El Circo y Araújo

Reunirse con Tomás Araújo es hacer confluir espacios y tiempos en la historia y la tradición circense. 

Tomás Araújo me recuerda al maestro Agustín Drake, que es una memoria viva, pero de las artes visuales. Araújo es el circo. 

El encuentro de una nueva generación de artistas, todos formados en las escuelas de arte, es un acto de aprendizaje para ellos mismos. 

Rememora cómo era el circo antes de la revolución, sus números, artistas, su dinámica económica de promoción y producción artística; algo que conoce muy bien, porque empezó desde los cinco años en el Circo Esperanza, auténticamente familiar, compuesto por sus padres y hermanos. Lo que cuenta es muy diferente a la realidad de las agrupaciones actuales. Es otra cosa. 

Después del 59, Araújo ayudó a fundar el matancero Circo Atenas, que llegó a ser uno de los más importantes del país, en la etapa de la Revolución. 

¿Cuántos números, que se han perdido, existían en ese circo? Varios, y Araújo  puede rescatar algunos, como el del equilibrio, del que fue un experto, que —los más viejos—  admiramos en la carpa del Atenas: el del mulato que parecía caminar sobre el aire. 

Él sabe de circo, lo lleva en la sangre. Y está dispuesto a enseñar. Espero que lo concretemos. Extraña la carpa. Todos la extrañamos. La carpa, que iba con sus artistas de pueblo en pueblo, con sus espectáculos, sus rastras y ómnibus. Para la gente, un circo sin carpa no es el circo.

Había faquires, trapezistas, telépatas, magos, payasos, acróbatas, equilibristas… Muchos se han reencontrado en la Casa de la Memoria, en celebraciones dedicadas al arte circense. Muchas cosas cambiaron: la carpa, la pista, la dinámica de la vida social y artística de sus artistas. 

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¿Cuántos de esos aspectos podrán recuperarse, vivir a través del traspaso de conocimientos y de las ganas de aprendizaje? Una cosa es la rutina de un número, otra, la reinvención del mismo, la búsqueda y los hallazgos creativos. 

Hay innumerables temas para debatir, transformar. Ese día en el encuentro con el circo, ver a una niñita de cinco años, hija de artistas circenses, quien ya da sus primeros pasos en este mundo del espectáculo, fue como ver una nueva semilla, esa que mezcla la esencia familiar, la relación desde la infancia con el arte circense.

Araújo se retrató con ella, una pequeña linda, que sueña con ser artista. Cuando Araújo comenzó tenía también cinco años. 

Una coincidencia, un encuentro fructífero, para recordar, reflexionar y soñar el futuro.

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Sobre el autor: Ulises Rodríguez Febles

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