Fotos: Cortesía entrevistada
La doctora Idania Amaro Ramírez, jefa del Servicio de Pediatría del hospital territorial de Cárdenas, recuerda con dolor aquellos días de julio del año 2021 en que la COVID-19 se ensañó con la provincia de Matanzas, y en particular con su población infantil.
Fue duro recibir a pequeños con apenas 11 días de vida positivos al coronavirus SARS-CoV-2 y en ocasiones hasta familias completas infectadas, en medio de un panorama que desbordó las capacidades del sistema de salud y forzó más allá del límite la resistencia del personal sanitario.
Vivimos experiencias extremas pero nos hicieron más fuertes, asegura la también máster en atención integral al niño, porque en el peor momento llegaron a tener dos salas abarrotadas con medio centenar de pacientes, además de varios centros de aislamiento, incluidas dos escuelas, y una extensión hospitalaria en un hotel del balneario de Varadero con unas 200 plazas.
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Pero ni los años de estudio ni los tantos de experiencia pudieron prepararla para otra pandemia muy distinta que atacó sorpresivamente, una de odio y violencia, cuando el 11 de julio ocurrieron lamentables disturbios y actos vandálicos en Cárdenas y otras regiones cubanas.
Aquel día salí de guardia en la mañana y en la tarde-noche recibí la llamada de la mamá de dos pacientes positivos al coronavirus que había ingresado, diciéndome que se escondieron en el baño porque estaban tirando piedras afuera; tenían mucho miedo, relata la galena.
Aquella llamada la realizó la joven madre Yoaimy Nodarse Aguiar, quien una jornada después del infame 11 de julio dijo a la prensa: “ Estaban tirando piedras, querían entrar al hospital, nos trancamos aquí dentro, pasamos una noche bastante agitada. El personal trató de tranquilizarnos, fuimos protegidos.”
Qué impotencia para mí, refiere Idania, la de saber que la tranquilidad de un lugar que siempre consideré seguro estaba amenazada por personas inescrupulosas, aunque en cuanto me comuniqué con la guardia me transmitieron la confianza de estar bien resguardados y protegidos, dispuestos a mantener la atención a los pacientes.
Sentí orgullo por mi equipo, pero a la vez indignación hacia quienes no dudaron en poner en riesgo la salud de personas ya afectadas por la pandemia; por suerte al final se logró mantener la calma y continuar con nuestra misión principal, afirma la pediatra.
Un año después la situación es muy distinta, quien recorre el hospital Julio Aristegui Villamil ya no encuentra un centro colapsado por casos de COVID-19, y se percibe una normalidad en la dinámica asistencial, como constató recientemente José Ángel Portal Miranda, ministro de Salud de Cuba.
Las lecciones aprendidas durante la epidemia, en particular la disciplina en el cumplimiento de los protocolos de bioseguridad, llegaron para quedarse en el servicio que funciona normalmente en sus salas habituales (gastro, miscelánea y respiratorio) y el cuerpo de guardia.
A la galena Amaro Ramírez, quien padeció la COVID-19 junto a su esposo e hija, esa etapa de combate frontal al virus le demostró que los valores humanos están por encima de todo, porque solo gracias a ellos pudieron sobreponerse y salir victoriosos de una de las pruebas más duras de sus vidas.