El Bloqueo: La guerra económica que no podrá con la dignidad cubana

El Bloqueo: La guerra económica que no podrá con la dignidad cubana
El Bloqueo: La guerra económica que no podrá con la dignidad cubana

Hay cifras que duelen más que los daños que puede provocar un misil. Que destruyen más que una bomba. Que matan sin hacer ruido, pero dejan una estela de sufrimiento que atraviesa generaciones. 

7 mil 556,1 millones de dólares. Esa es la factura del bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos contra Cuba en solo un año. No es un número frío en un informe: es el costo de la insulina que falta, de los ómnibus que no ruedan, de los medicamentos que no llegan, de la comida que escasea. Es el cálculo macabro de una política que, lejos de ser una reliquia de la Guerra Fría, se ha recrudecido con una saña sin precedentes, convertida en el instrumento principal de una guerra no declarada que pretende rendir por hambre a un pueblo que se niega a arrodillarse.

El canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, presentó esta semana la actualización del informe que Cuba lleva cada año a la Asamblea General de la ONU. Los datos, verificables y contundentes, deberían hacer sonrojar a cualquier funcionario estadounidense con un ápice de dignidad. 

No obstante, en Washington, la hipocresía es política de Estado. Mientras acusan a Cuba de todo, pretenden ignorar el elefante en la habitación: un bloqueo que, en 60 años, ha causado daños por la astronómica cifra de 170 mil 677 millones de dólares. A valor oro, para que no queden dudas de la monumentalidad del crimen, supera los dos billones de dólares.

El informe no deja espacio para la retórica vacía. Traduce el sufrimiento a números que cualquier persona en el mundo puede entender. Por ejemplo, dos meses de bloqueo equivalen al costo del combustible necesario para un año de electricidad en el país (mil 600 millones de dólares) y 16 días de bloqueo financiarían el cuadro básico de medicamentos para todos los cubanos (339 millones de dólares).

Estas no son solo estadísticas. Son vidas. Son abuelos que esperan una medicina, madres que hacen malabares para alimentar a sus hijos, jóvenes talentosos que ven limitadas sus oportunidades. Es un daño humanitario extraordinario, como bien lo define el canciller Rodríguez Parrilla, diseñado para generar penuria y desesperación.

Lejos de suavizarse, el bloqueo muta como un virus para adaptarse y golpear con más fuerza. La administración estadounidense ha añadido capas de crueldad a este andamiaje ilegal.

La reinserción fraudulenta de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo es un acto de perfidia geopolítica. No tiene base real, pero tiene efectos devastadores: paraliza transacciones financieras, asfixia el comercio y persigue a quienes quieran hacer negocios con la isla. 40 bancos extranjeros rechazaron operaciones con Cuba en el último año.

Se persigue hasta la más mínima transacción, incluso las remesas modestas que envían cubanos desde terceros países. Es un castigo colectivo que ignora la voluntad de la propia comunidad cubanoamericana. 

La persecución a buques tanque, aseguradoras y proveedores de combustible busca paralizar la economía y sumir al país en la oscuridad literal. El deterioro del transporte público es una consecuencia directa, mientras que el anuncio de supuestas facilidades para el sector privado y las finanzas es puro teatro. Como denuncia el informe, «jamás se han hecho realidad». Es humo para la prensa, mientras se aprietan las tuercas del cerco.

Frente a este arsenal de coerción, la respuesta de Cuba es un ejemplo para el mundo. El informe no solo habla de daños; habla de resistencia. A pesar de todo, Cuba creó sus propias vacunas contra la COVID-19, Soberana y Abdala, un logro de su industria biotecnológica que pocas naciones, mucho más ricas, pudieron emular.

Mantiene un sistema de salud público y gratuito que, pese a las carencias, aún es faro mundial; un sistema educativo que alfabetizó al país y exporta conocimiento y sostiene una red de colaboración médica internacional, el contingente Henry Reeve, que salva vidas en los rincones más pobres del planeta, perseguida también por Washington.

El canciller fue claro: de no haber existido el bloqueo, el Producto Interno Bruto de Cuba habría crecido un 9,2% en el último año, uno de los más altos de la región. La conclusión es obvia: el problema no es el «modelo cubano»; el obstáculo es el modelo de agresión permanente de Estados Unidos.

El bloqueo no es un asunto bilateral. Es la punta de lanza de una estrategia hegemónica que busca disciplinar a cualquier nación que ose defender su soberanía. Por eso, la votación en la ONU de los días 28 y 29 de octubre será otro plebiscito global contra el unilateralismo de Washington.

El apoyo a Cuba es abrumador y creciente. Es el mismo mundo multipolar en ciernes que se opone a las guerras de rapiña, a las sanciones ilegales y a la doctrina del «o estás conmigo o estás contra mí». Cuando 49 jefes de Estado y de Gobierno condenan el bloqueo y expertos de la ONU reconocen su impacto en los derechos humanos, queda claro que Estados Unidos está cada vez más solo en su obsesión anticubana.

El bloqueo es un acto de guerra. Es genocidio, según la Convención de Ginebra de 1948. Es el principal obstáculo para el desarrollo de Cuba y una violación masiva de los derechos humanos de su pueblo.

Pero hay algo que las cifras del canciller Rodríguez no pueden cuantificar y que el dinero de Washington no puede comprar: la dignidad. La determinación de un pueblo que, a pesar de la escasez inducida, no cambia su soberanía por comodidades. Que prefiere pasar penuria antes que renunciar a su derecho a elegir su propio destino.

El 28 de octubre, el mundo volverá a dar la razón a Cuba. Pero la victoria final no estará en la sala de la ONU en Nueva York. Estará en las calles de La Habana, en los campos de Cuba, en los laboratorios y en las aulas, donde un pueblo, contra viento y marea y contra el imperio más poderoso de la historia, sigue demostrando que la solidaridad, la ciencia y la conciencia valen más que todos los dólares del mundo. El bloqueo es cruel, ilegal y fracasado. Y Cuba, gracias a su pueblo, sigue de pie.

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Sobre el autor: Gabriel Torres Rodríguez

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