“¡Solavaya!”, fue lo único que atiné a decir. Varios meses sin visitar Ciénaga de Zapata y la primera especie que encuentro, en la puerta de mi habitación, es una bruja negra o tatagua, la gran mariposa nocturna Ascalapha odorata.
De vuelo lento y errático, esta mariposa es uno de los mayores lepidópteros vivientes. Por el día gusta refugiarse en frondosos árboles y por la noche prefiere frecuentar construcciones domésticas. Símbolo de malos presagios, es creencia popular que su entrada a una casa anuncia la muerte de un ocupante, aunque para otros es señal de ingreso monetario o próxima visita.
Una leyenda prehispánica se refiere a la joven Aipirí, residente en el cacicazgo de Jagua. Hermosa y presumida, cuando su marido salía de caza, ella abandonaba a sus hijos para ir a bailar y cantar. Molesto por el incesante llanto de los infantes, que sonaba “guao, guao”, el maléfico Mabuya transformó a los niños en arbustos venenosos –el guao–; mientras el espíritu del bien, más generoso, convirtió a Aipirí en una gran mariposa: la tatagua o bruja negra.