Crónica de domingo: Cacofonía Cuba

Cacofonía Cuba
Crónica de domingo: Cacofonía Cuba

6:00 A. M.

Un gallo Pavarotti canta un aria desde el patio de un reparto multifamiliar en que improvisaron un gallinero para buscar los huevos que nos faltan. Suenan al unísono las alarmas de los teléfonos celulares o despertadores que sobrevivieron a la caída del Campo Socialista. Los perros comienzan sus ladreríos infantiles cuando sus dueños despiertan: concierto en do mayor, carnavales al rayar el alba.

Chasquido pedernal de la fosforera y el silbido de cobra en celo cuando encienden el gas para hacer el café. De repente, silencio. Desaparecen esos pequeños zumbidos de hormigas que provienen de los refrigeradores y los ventiladores y las lámparas de luz fría. «Apenas está amaneciendo y ya empezamos», «Ñok, más de lo mismo», «¿En cuánto estará el déficit tan temprano?».

Parece que a la cocina acaba de llegar el expreso de medianoche. Acaba de colar la cafetera con sus eyaculaciones de vapor blancuzco. «Mi niño, es hora de ir a la escuela», «¡Hora de despertarse!», «¡Si te vuelves a quedar dormido te juro que…!». Cesean las rodajas de pan encima del aceite al tostarse. Se abren las llaves de los lavamanos. Se rozan las cerdas de los cepillos de dientes contra las encías. Escupitajo porque la pasta, de tan refrescante, comienza a quemar el paladar. Ruedan los primeros automóviles por las calles.

Cacofonía Cuba

9:00 A. M.

«¡La totaila! ¡Qué rico Titi! ¡Déjame ver tu totaila!», un bicitaxi que pasa. Pasa un coche de caballos y las herraduras chillan en el pavimento. Pasa una motorina y un repartero con un baffle entre las piernas. Pasa el subdesarrollo.

«¡Oiga, señora, cuidado con el codo!», «¡No se empujen que hay espacio para todos!», «¡Los del fondo caminen un poco más que aquí todos estamos en lo mismo!», «¡Tremendo pisotón!», «¡El asiento de embarazadas por favor!» / «Muchacha, pero si no se le nota la barriga», «¡Se comportan o los bajo ahora mismo!, «¡Pa’l carajo!», «Me bajo aquí. ¡Chofe páreme el país que me bajo aquí!».

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«¡Panadero! ¡Pan, panadero! ¡Coja su pan caliente ahí! ¡Panadero aquí, en el biplanta!» / «¡Pero esto no está caliente!» / ¿Lo compra o lo deja?» / «Dame una libra ahí».

«¿Cuánto es?» / «150». El puñal se oye como la cuchara que escinde la natilla cuando penetra en tu pecho.

12:00 P. M.

La calle es una perra ruina. Jadea. Gime. Se desespera. El Sol le saca ladridos al asfalto. El asfalto le saca ladridos a los transeúntes. «¿Aceptan transferencia?», «¿Tienen lámparas recargables?», «¿En serio una libra de azúcar cuesta esto? ¡Viva la tierra que produce la caña!», «En la mipyme hay paquetes de pollo de 3 100». ¡Pío-pío dicen los pollitos cuando tienen hambre, cuando tienen frío!

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La ama de casa aprovecha la hora en que las hormigas regresan al sistema nervioso de los hogares. Lava, lava y lava. El sonido circular como la rueda del tiempo, que se repite una y otra vez, dentro de la lavadora. Quizá por eso uno cree que nunca termina de lavar. Escuchas cómo crece el arroz dentro de la olla o cómo el picadillo que será almuerzo y comida y almuerzo al otro día de a poco abandona su naturaleza animal.

Otra vez inicia ese conteo que oyes en tu cabeza entre el apagón y lo poco que te queda en el frío. ¿Quién ganará, la pudrición o la conservación? ¿Quién ganará la desesperación o el superviviente? Reality shows electrodomésticos.

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5:00 P. M.

Decapitan las primeras botellas de cerveza. Da comienzo la revolución de la espuma sibilante. Vierten en una esquina chorritos de ron para los santos. A la jornada aún le falta y hay quien se niega a llegar cuerdo a la noche o por lo menos que alguien más no le jale la cuerda de la cordura que lleva al cuello. Impactan las fichas de dominó contra la mesa. «¡Blanquizal de Jaruco!», «¡Ocho mil y más murieron!», «¡La puntilla!», «Dale agua al dominó para que no te ahogues tú».

Llegan los niños de la escuela, hiperenergizados, hipervivos, hiperruidosos. Crackean las articulaciones de las barbies y los robots. Cuando una canica choca con otra parece que un universo está por nacer. «¡Muchacho, quítate el uniforme si vas a jugar!», «Tienes 10 minutos para entrar a la ducha», «Los niños no nacieron para ser felices, sino para hacer lo que yo diga».

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11:00 P. M.

El silencio y la oscuridad se vuelven uno. Cada pequeño ruido, hasta el más mínimo, parece un escopetazo. En algunas casas ronronean las plantas como gatos diésel. Los balances de los sillones se escuchan como las palpitaciones de un útero. Generan tiempo muerto. En la lejanía, alguien hace el amor con ese sonido elástico de quien se quita un guante de látex, y le aúllan a una luna clara que las luces de la ciudad apagada no entornan.

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