Un jardín de globos rojos

Un jardín de globos rojos
Un jardín de globos rojos. Imagen generada por IA

Ella estaba sentada en un rincón de su cuarto, como podría estarlo en cualquier parte del mundo. En su mano derecha sostenía un globo rojo, el último regalo que él le dejó antes de haber decidido marcharse, el único recuerdo tangible que le quedaba de su padre. El eco del dolor le recorre todo el cuerpo, ante una herida abierta en el alma por el abandono. Desde ese día, del cual no tiene fecha en la memoria por su corta edad, ese globo tomó el valor de la ausencia, y aunque parezca contradictorio, la acompañó a todos lados como si de un tesoro se tratara.

El silencio se instala en la habitación, como una presencia distante que se cuela entre las paredes, un anhelo guardado en secreto, un vacío que ni el tiempo ni las palabras podrán llenar. La ausencia de un padre es una realidad que se repite en millones de hogares, una tragedia silenciosa que deja cicatrices profundas en cada niño que ha tenido que pasar por esa situación.

A lo largo de los años ella se aferró a ese globo como si fuera la única conexión con el padre que apenas recordaba, ese era el lazo invisible que los unía. En su inocencia, creía que si lo soltaba perdería el vínculo que apenas conservaba. Entonces él se convirtió en su confidente y consuelo en momentos difíciles, y ella le contaba sus sueños, temores y deseos más profundos. Era la forma que había encontrado para expresar sus sentimientos.

No se trata solamente de una partida física. El abandono es una lágrima invisible que se oculta tras una sonrisa forzada, es una lucha interna por entender lo incomprensible, por aceptar lo inaceptable.

Al crecer se dio cuenta de que sentir ese frío en los huesos no era solo cosa de ella, y que al parecer había más niños que también llevaban sus propios “globos rojos”, como símbolos de las lesiones emocionales que el desabrigo había dejado en ellos.

Los motivos se escurren entre las justificaciones, se esconden en la indiferencia, en la cobarde huida de la responsabilidad, en la inmadurez emocional y en una sociedad donde a veces me pregunto cómo algunos consideran normal el abandono paterno.

Ella, como tantas otras veces, está pensando en todo lo que le diría, imaginando conversaciones que nunca existirán, idealizando un mundo en el que él la acompaña y celebra sus logros. Días en los que solo un beso en la frente o un abrazo la harían sentir mejor. Pero simplemente no está, no tiene más que quedarse aferrada a ese globo, ¿rojo por el amor, o por el hierro herrumbroso de las cadenas que la atan a ese mismo amor no correspondido?

En la escuela los días se hacen largos y cansados, la sensación de estar rodeada de tanta gente y a la vez tan sola no le agrada, no sabe por qué, pero le cuesta tanto hacer amigos, establecer relaciones cercanas, se siente diferente y aislada. “Es callada” puede ser la expresión de algunos que no la conocen, y no saben que prefiere no opinar por miedo a ser rechazada, que no tiene confianza en sí misma, que no cree en sus virtudes como para defender sus propias palabras y que no sabe decir que no, por miedo a ser abandonada. También, que se pregunta día a día si la ausencia de su padre significa que no es lo suficientemente buena como para ser amada.

No lo sabe, y no encuentra razón alguna que justifique sentirse de esa manera; sí la hay, el hecho de que uno de sus progenitores decidiera alejarse de su vida generó esos sentimientos de baja autoestima y dificultad para confiar en los demás. Estudios han demostrado que estos niños tienen un mayor riesgo de desarrollar trastornos como la depresión, la ansiedad, estrés postraumático y la sensación constante de soledad.

Un día así de inesperado el “globo rojo” ya no era suficiente, ya había dejado de ser una niña y ahora sus problemas se magnificaban. Igualmente, miró hacia atrás y se dio cuenta de que todo lo que tenía lo había logrado hacer sola; sí, tenía miedos, cometía errores y también aprendía, y así mismo, sin darse cuenta, dejó de necesitarlo para ir a todos lados. Dejó de contarle algunas cosas, ya ni siquiera comprendía por qué lo hacía.

Con ojos vidriosos y manos temblorosas aún lo sostiene, sintiendo el peso de sus emociones aplastándola. Sus dedos se aferran a la cuerda con desesperación, como si soltarla significara dejar ir una parte de su ser. Un amargo nudo en la garganta se apodera de sus acciones, y con el corazón latiendo desbocado levanta el globo hacia el cielo, convencida de que es hora de dejarlo partir.

Al fin, suelta la cuerda, un escalofrío se eleva en su pecho recorriendo sus entrañas más profundas, y allí, completamente paralizada por el temor, un suspiro invade su cuerpo dejándola casi sin aire y cada centímetro que se aleja parece arrancar un trozo de su alma, recordándole la ausencia que ha marcado su vida, inflada con sus penas y recuerdos más dolorosos. Pasando a formar parte del jardín imaginario de “globos rojos” creado por los que viven de esta fantasía para minimizar su dolor.

La sensación de vacío en sus manos parece tan liberador, inconscientemente ha dejado ir una carga que nunca pidió llevar, un error que ella no cometió. De la nada comienza a experimentar una extraña calma que la invade por completo, permitiéndose a sí misma comenzar a sanar.

El abandono es un problema social que tiene un impacto profundo en la vida de los niños. Va más allá de esos cientos de “globos rojos” con los que convivimos a diario, convertidos en un lamento que se pierde en el bullicio de la ciudad, mientras la sociedad pasa de largo ajena al sufrimiento que se desarrolla ante sus ojos. En ocasiones, crecemos siendo esos niños cargando a cuestas un globo, un cúmulo de heridas, acciones y errores que otros cometieron y permitimos que nos afecten, en lugar de aprender a soltar.

(Por Arabel Sotés González, estudiante de Periodismo)

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1 Comment

  1. Es tan real todo lo expresado y en parte hasta vivido por la autora que nos traslada hacia el trauma existente en muchos niños y jóvenes de nuestra sociedad, las personas suelen decir «na el se lo pierde» pero en realidad perdemos todos… Felidades mi niña y mucha prosperidad en tu vida y tú carrera. Tú mami está súper orgullosa de ti. Te amo con todas fuerzas q la vida me da.

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