Un arañazo contra una pizarra, rayar el cristal, un taladro atravesando la pared, el llanto de un bebé, la fricción de dos corchos de poliestireno expandido (poliespuma), podrán considerarse los sonidos más fastidiosos del mundo; pero el zumbido del aletear de un mosquito, oiga, eso no solo resulta molestísimo: también es peligroso.
Cuando por estos días un nuevo virus transmitido por las picaduras de vectores dispara las alarmas en toda la Isla, muchos se plantean hasta qué punto se puede evitar la propagación de esta y otras enfermedades que llegaron para quedarse.
El virus de Oropouche, detectado por primera vez en Trinidad y Tobago en 1955, se ha sumado a la lista de enemigos silenciosos con los que lidiar. Aunque no se considera el de las afectaciones más severas, sí constituye un problema de salud en el que enfocar miradas.
Otra vez el mosquito como punto rojo sobre el que tomar conciencia. Con una sintomatología muy parecida al dengue, pero más “benévola”, del Oropouche preocupa su fácil propagación, porque lo transmite una especie de mosquito más común.
Si bien el Aedes Aegypti prefiere agua limpias para su reproducción, como los recipientes con agua que se encuentran en los hogares, el Culex quinquefasciatus se cría hasta en las condiciones más adversas, incluidas aguas albañales y contaminadas.
Es cierto que desde hace un tiempo la inestabilidad económica del país y el marcado déficit de combustible ha generado una cadena de eventos que han puesto en detrimento la situación higiénico-sanitaria, que van desde los molestos apagones que limitan el bombeo de agua hasta la demora en la recogida de desechos sólidos.
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Basureros en todas las esquinas se han incorporado con naturalidad al paisaje, lo que, además de atentar contra la imagen de la urbe, favorece la proliferación de todo tipo de vectores, incluyendo los peligrosos mosquitos. A eso súmese que en los hogares la crisis del líquido vital (marcadísima en la Atenas de Cuba) aumenta la existencia de reservorios para suplir necesidades, y no siempre esos envases están debidamente tapados, ni se cambia su contenido con la frecuencia que se debería. También influyen en el panorama las frecuentes lluvias de junio, uno de los meses con mayores precipitaciones en el año.
Y entonces, ¿son tan inevitables las picaduras? Creo que no. En materia de prevención siempre hay mucho por hacer: desde vigilar que en macetas, gomas de vehículos, o cubos no quede atrapada agua de lluvia por días favoreciendo hábitats para mosquitos, hasta buscarle las tapas adecuadas a ese tanque donde guardamos el preciado líquido ante la inevitable crisis que nos golpea.
Los brazos cruzados nunca serán la alternativa ante los problemas, sobre todo si lo que está en juego es nuestra salud. Un cascarón escachado constituye una opción menos de reproducción para ese molesto vector que irrita desde el vuelo.