Como un eterno soñador se define este destacado actor e ícono innegable de la escena matancera. Bajo la piel de seres reales y ficticios, estremeciéndonos a través de las ondas radiales y televisivas, o frente a frente desde el escenario, él ha sido Virgilio Piñera, Buster Keaton, nuestro títere Amigo… Infinidad de personajes y logros para un solo actor: Iván García.
“Como niño de campo al fin, nunca fui a un teatro; no porque me quedara lejos, sino porque mis padres no tenían esa costumbre. Pero desde los siete u ocho años sabía que quería ser actor, incluso ignorando que esa carrera existía. A través de la televisión, quería ser como esas personas que salían en las aventuras, películas y novelas“.
Tras una infancia en el poblado de Mena, a tres kilómetros de la ciudad de Matanzas, llena de lecturas e imaginación, la premura de los estudios sacó al joven Iván del Valle de Yumurí y le mostró la amplitud de posibilidades que resguardaba su destino.
“Por mucho esfuerzo que hice, en la Escuela Nacional de Arte no logré estudiar. El único año que pude hacer las pruebas, porque el tiempo para eso es muy limitado, al menos para Matanzas no vinieron plazas. Tuve que esperar y seguir preparándome para el Instituto Superior de Arte (ISA); mientras, opté por Técnico Medio en Comercio, más por obtener el 12 grado que otra cosa.
“El primer año que hice las pruebas del ISA llegué hasta la ronda final, pero en la eliminatoria no quedé seleccionado. Así pasó seis veces más, hasta que decidí no insistir más en algo que no parecía hecho para mí. Solo que, para entonces, ya yo estaba vinculado al mundo del arte”.
DE TROPIEZOS A PASO FIRME
“A la par de mi esfuerzo con motivo de esas pruebas, al cumplir los 15 años entré a la Casa de Cultura Municipal Bonifacio Byrne, donde di mis primeros pasos en el contexto de las artes escénicas bajo la instrucción de la dramaturga Nancy Jorrín, mediante la narración de cuentos. Mientras, tenía tanto interés en crecerme que busqué otras opciones. Por ejemplo, ingresé al Centro Coral de Matanzas, que todavía existía en la calle de Medio, sin llegar a terminar el curso básico de música que allí ofrecían.
“También a esa edad llegué a Radio 26, donde comencé haciendo el programa En un dos por tres, en 1995. Después, en el 2000, hice casting para el grupo dramático y empecé como actor profesional. La radio matancera significó mi primer centro de trabajo, y actualmente me mantengo allí.
“A los 17 formé parte de los talleres de actuación de la maestra Miriam Muñoz, en El Mirón Cubano. Ese fue mi contacto inicial con el teatro escénico propiamente dicho, lo más cercano que tuve a una escuela de actuación, y un período que disfruté muchísimo. Había jóvenes con intereses similares, de los cuales hay ya actores formados que trabajan dentro y fuera del país”.
A TRAVÉS DE LAS ONDAS
“De dicho medio me gusta todo, en particular los espacios infantiles, que tanta cuerda dan a la creatividad. Y me gusta hacer disímiles voces, teniendo en cuenta cierta facilidad que tengo para eso. Me encanta también hacer novelas, con personajes complejos, y las tramas históricas, de misterio, de terror, que se han perdido un poco de la radio en general pero aquí hemos realizado bastantes.
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“A la locución le tengo un respeto inmenso. Casi en contra de mi voluntad me evalué como locutor, pero sé que esa profesión tiene un rigor y una historia muy fuertes en la emisora de nuestra localidad, así que siempre he sentido pánico al enfrentar esos programas. Y no por falta de oportunidades.
“Muchas veces me han ofrecido espacios con locución de uno u otro estilo, y por lo general me niego a hacerlos dado el temor que me producen. No creo estar preparado para asumir esa faceta, pese a estar evaluado, por lo centrado que estoy ahora mismo en la actuación. A lo mejor algún día lo enfrento con la responsabilidad y profesionalidad que merece, ¿quién sabe?.
“En el caso de la televisión, no puedo dejar de mencionar el programa Corazón feliz. Me ha dado muchas alegrías por regalarme dos personajes de la tropa de Pelusín tan llamativos y bellos como Amigo y Alelé. Un par de títeres con los que disfruto enormemente cada vez que Rubén (Darío Salazar) escribe un guión para cualquiera de ambos”.
UN HOMBRE PARA TODAS LAS ESTACIONES
“En mi vida no tenía la expectativa de Teatro de Las Estaciones. Por el ya lejano 2006 andaba bastante decepcionado de mi trabajo actoral, no había logrado una carrera sólida ni sostenida, más bien fluctuante y sin atractivo; el público prácticamente no me conocía, y un actor siempre necesita alimentarse, guste o pese, de esa parte tan necesaria que es la vanidad, la que te permite enfrentar un público que demandará de ti una alta calidad laboral a través de esa presencia escénica interesante, constante. Y eso yo no lo había tenido antes de Las Estaciones.
“No soy de los que cree en la suerte, sino en el esfuerzo y en la perseverancia, pero hasta el momento ambas cosas no me habían dado los resultados que yo esperaba. Pero a finales de ese año me topé un día con Rubén Darío Salazar y Zenén Calero en la calle; me llamaron, muy afables, para preguntarme a qué me dedicaba en aquel momento. Les conté de mi inactividad, que pensaba dedicarme a otras cosas… y me propusieron trabajar junto a ellos.
“Me quedé muy sorprendido, dado que conocía y seguía su obra, y de verdad nunca me había pasado por la cabeza hacer teatro de títeres, de niños, familiar… Bueno, el caso es que me cuesta decir que no, y acepté para luego pensar que había metido la pata. Me dijeron: ‘Pásate por Las Estaciones’, y estaban fraguando la obra Los zapaticos de rosa. Entré con muchísimo miedo, ahí estaban actores muy conocidos y virtuosos: Fara Madrigal, Migdalia Seguí, mi referencial Freddy Maragotto, Yerandy Basart… Entre ellos me veía temeroso por una parte, pero privilegiado por la otra.
“Hoy no me concibo lejos de ese lugar, del cual tengo muchas anécdotas. Sería hasta vergonzoso contar que… no hay un títere en Las Estaciones que haya pasado por mis manos y yo lo deje sano, casi siempre los rompo todos. Cada vez que Zenén me ve con uno recién hecho por él, sosteniéndolo en mi mano mientras ensayo, roto, me da una pena espantosa. Así pasa con todos los elementos escenográficos que utilizo, están reforzados casi siempre con algo de hierro y por eso pesan tanto. “Mano de hierro” me dicen allí, imagínate”.
EL PORTAZO QUE ABRE
“A Teatro El Portazo entré por esas casualidades que a mí me pasan. Yo había visto todas sus puestas, ya desde 2015 me habían fascinado tanto a mí como al resto de Cuba con CCPC, el inicio de lo que posteriormente sería toda una saga. Era una manera diferente de hacer, la cual rompió con muchísimos cánones y estéticas dominantes hasta entonces.
“Los muchachos del grupo, en parte, también trabajaban conmigo en Las Estaciones. Recuerdo que a las 2 a.m., en un bar, me contaba una de las actrices que Yerandy Basart, quien interpretaba a la miliciana, ya se iba del conjunto y no tenían quién hiciera su personaje en lo adelante. Bien, me lo acabaron proponiendo, que entre la pasión generada por la obra y los grados de alcohol en el cuerpo acepté. A esa hora llamaron al director, Pedro Franco; al otro día me hicieron la prueba, y al siguiente empecé.
“Así fue mi inserción en ese panorama, por carambola. Una experiencia hermosa, que duró tres años y algo y me abrió otra visión de lo que podía ser la actuación. La relación con el público en directo siempre me había sido muy difícil, sobre todo romper la cuarta pared. El Portazo me hizo un intérprete mucho más desinhibido”.
PREMIO MAYOR
“Los reconocimientos o galardones vienen siendo el obsequio por los trabajos que ya tú hiciste, el agradecimiento por algo que ya pasó, ese proceso laboral. Tengo que hablar del primero que obtuve, en mi breve estancia en Teatro Icarón, con la obra Espantapájaros. Fue de conjunto para los cuatro actores que participamos con ella en el Festival de Teatro de Pequeño Formato, en Santa Clara, cuando todavía se hacía.
“Mi primer galardón de carácter nacional fue el Caricato, por el trabajo de Si vas a comer espera por Virgilio. La primera temporada fue en 2004, antes de entrar a Las Estaciones. Y eso me dio como pie una segunda temporada en 2007, cuando trabajaba ya con Rubén, y fue ahí que la hice por un tiempo más extenso. Compartir el trabajo entre Si vas a comer… y Las Estaciones no fue nada fácil.
“No obstante, creo que mi principal premio es haber recibido consejos de tantos actores junto a quienes he estado. Todos han contribuido en cada sitio por el que he transitado, a mi crecimiento personal y profesional”.
IVÁN HASTA HOY
“La verdad es que soy un tipo bastante sencillo, tranquilo. Adoro sentarme en el portal de mi casa a tomar café y hablar con la familia y los vecinos, o regar mis plantas. Ese soy yo.
“Con mis amigos soy ciertamente obsesivo. Esa es la familia que uno elige por empatía. Soy bastante cercano y trato de estar en sus momentos de mayor complejidad, aunque nuestros trabajos nos lo dificulten.
“Me gusta la vida, disfrutarla. La comida, el vino… En sentido más amplio, me gusta vivir, ser feliz. Siempre trato de alejarme de la tristeza, aunque esta me intente agarrar, como nos pasa a todos. En cambio, aunque suene repetitivo porque mucha gente lo dice, no soporto la falsedad; trato de ser transparente y por eso espero siempre reciprocidad al respecto. Me gusta la amabilidad y me molesta la gente irrespetuosa, el maltrato social que a veces vemos como normalizado, así como hacia los animales.
“Te soy honesto: no me arrepiento de nada de lo que he hecho, porque incluso las cosas más negativas en las que puedo haber incurrido son las que me han formado el carácter y la persona que soy hoy, y tanto mi carácter como mi persona me gustan. Lo veo, por tanto, como una parte más del crecimiento de un ser humano”.