Asteroide B612 (Premio Uneac Ismaelillo 2015), de José Manuel Espino
Un niño mira todas las noches al cielo y sueña, desde el perímetro restringido de su patio, alcanzar con las manos algún cuerpo celeste de los tantos que recorren el universo con absoluta libertad. Un científico puede decirle a ese niño que es imposible sostener un asteroide con las manos; pero José Manuel Espino (Colón 1966) poeta, narrador y dramaturgo hizo posible tal proeza.
Asteroide B612 (Premio Uneac Ismaelillo 2015) es el resultado poético de hurgar en la casa de un pequeño príncipe que no por pequeño carece de universalidad. Y me refiero por supuesto a El Principito, de Antoine de Saint Exupéry, cuya historia ha devenido en clásico y lectura de diversas generaciones que han aprendido a mirar la vida con el corazón.
José Manuel Espino nos eleva, nos lanza al frío del espacio y una vez allí sus versos nos cobijan. Como irse sin tener a dónde volver no es un viaje, B612 en su órbita solar nos regresa a los personajes de Exupéry: la zorra, el rey sin súbditos, el farolero, el vanidoso, el geógrafo, el bebedor. Cada página del libro es un hallazgo en el que se descubre con tono sencillo la musicalidad del verso rimado, lo sublime en función de la forma y la composición del poema que, sin dudas, te harán disfrutar hasta el más mínimo rincón de este asteroide.
De El Principito aprendimos que lo esencial es invisible ante los ojos; pero aquí en el Asteroide B612 de José Manuel Espino, las enseñanzas son de una vitalidad (actualidad) que superan el mero juego intertextual, aquí el poeta ha alcanzado una madurez que el pequeño príncipe, desde la grandeza de su dimensión, no haría otra cosa que aplaudir.
Espino, Licenciado en Economía, sacó sus propios cálculos, hizo caso omiso a las leyes de la física, y logró poner un asteroide al alcance de nuestras manos.
Dos poemas de Asteroide B612
Ronda de los tesoros
En mi asteroide tengo
un volcán apagado
pero si tú lo miras
despertará temprano.
También guardo una flor
ante el viento temblando,
aunque si tú la besas
perfumará despacio.
En mi asteroide tengo
tesoros que olvidaron
quienes tenían prisa,
quienes nunca soñaron.
El bebedor
Bebe.
Bebe.
Solo y tanto,
con mil botellas sin brillo
arma su propio castillo
del que se adueña el espanto.
Pobre reino el desencanto
donde a ni soñar se atreve.
Confunde al sol con la nieve,
doble su tristeza ve
y ni recuerda por qué
hasta
el
mismo
fondo
bebe.
(Por Pablo G. Lleonart)