La comedia se impone en la ficción moderna como uno de los géneros más utilizados por los narradores. Ofrece arquetipos que descolocan al espectador y permite inventar y reinventar personajes. A veces cuestionamos si una serie o película es una comedia, basándonos en el solo requisito de si nos hace reír o no, aunque es más que eso: son las tablas donde se colocan copias de nuestras vidas y empatizamos con sus desgracias, con sus deseos y con sus miedos.
Los que se quedan se siente como una comedia con la que es imposible no reírse, sin importar las desgracias de sus protagonistas, parecido a lo que hace Tarantino con la violencia. ¿Debería estarme riendo? ¿Es correcto hacerlo?
El año es 1971, Estados Unidos está en guerra con Vietnam y Barton es una prestigiosa Academia donde se forman futuros jóvenes profesionales. Ese es el contexto exterior del guion. El interno es el de una navidad extraña, donde la soledad es el leitmotiv que unirá en una compañía poco deseada por partes iguales a un profesor, un estudiante y una cocinera. Es la mejor época del año, pero ellos son los que quedan, los que sobran en la tradición navideña.
El señor Hunham (Paul Giamatti) es un profesor al que todo el mundo odia, es estricto con sus estudiantes, su condición de bizco le convierte en blanco de burlas y aislamiento, entrena su cuerpo de forma fugaz, es alcohólico y huele mal, no confía en aquellos a quienes imparte clases y considera el acto sexual como un ejercicio 99 % fricción, y un 1 % voluntad.
Angus Tully (Dominic Sessa) es joven, mal hablado e inteligente, se desvive por visitar Boston y su plan vacacional se ve interrumpido por su madre, quien prefiere estar con su nuevo esposo. Tully representa la juventud interceptada de cuajo, el cambio en la rutina familiar; es un adolescente obsesionado con revivir las reuniones navideñas de antaño.
También está Mary (Da´vine Joy Randolph), una mujer negra y madre de un veterano de apenas 17 años de edad; la nieve es una tortura en cámara lenta que la cachetea y devuelve a la realidad. Es la primera navidad sin su hijo de todas las que vendrán, lleva consigo una botella de alcohol, un disco de jazz y la convicción de que debe “dejar ir”. ¿Pero cómo?
Los que se quedan es una película clásica moderna por su estética y metodología. Rompe los paradigmas actuales y el realismo a veces anticinematográfico. Empieza anunciando a sus productores y reparto, a la old fashion, introduce nuevos actores, en este caso Dominic Sessa, y hasta se puede escuchar un chist minúsculo en los créditos iniciales, como si el negativo se estuviera quemando. Hay marcas oscuras en muchos planos y los close ups son abruptos, dolorosos, como los del protagonista de Ikiru, de Akira Kurosawa: primeros planos cerrados y llenos de emoción.
Los personajes de este filme están también condenados, tal vez no sea a una enfermedad terminal, como planteó Kurosawa, pero sí al recuerdo y al vacío, sentimientos ¿incompatibles? que pueden hundir en la desgracia a cualquiera. Y es que nadie tiene un monopolio sobre el dolor, como le respondía un amigo de John F. Donovan a una periodista en una película de Xavier Dolan ante la pregunta de, con todos los problemas existentes en el mundo, ¿por qué a la gente le iba a interesar la doble vida de John F. Donovan? Eso es lo que convierte a las películas en máquinas de generar empatía, son dos horas en las que alguien nos regala fragmentos de la vida de otra persona.
La navidad es, entonces, una tragedia que, desde luego, nos reencuentra con nuestras familias, pero nos hace olvidar a quienes no tienen esa suerte. “La vida es, para la mayoría de nosotros, parecida a la de las gallinas: corta y llena de mierda”; así piensa el señor Hunham, quien dejó su casa a los 15 años, no tiene relación con su padre y cuya madre falleció. Su visión del mundo es acertada, es un ermitaño que raramente deja las instalaciones de la escuela, ateo hasta la médula y simpatizante de la soledad. Aunque la practica para olvidarse de los demás, no porque la adore, es el ermitaño que delira con el paso del tiempo y la apropiación intelectual. Habla como un verdadero profesor de historia, con referencias y metáforas constantes a épocas, héroes y villanos antiguos. Es uno de los mejores personajes jamás escritos.
Su sola existencia en papel y pantalla es una demostración de cuán atractivos pueden ser los personajes creados genuinamente y que no son extractos de la realidad, como los protagonistas de muchas biopics. Ya tenemos una de Freddie Mercury, una de Elton John, una de Elvis y se está haciendo campaña publicitaria para la de Michael Jackson en 2025. Me agrada mucho la de Elton John, porque al menos está rodada como un musical, y de seguro hay muchas más igual de respetables, pero se está convirtiendo en un facilismo lo de hacer cuatro o cinco películas de este tipo en un mismo año, considerando, además, que ya se estrenó la de Bob Marley y se anunció una sobre Amy Winehouse.
Los que se quedan le demuestra a la industria del séptimo arte que un simple profesor puede ser más cinematográfico, creíble y entrañable que un nuevo roquero.
¿Pero qué ocurre con Angus, Tully y Mary? Sus vidas son las que irremediablemente nunca serán iguales, y nos toca a nosotros descifrar por qué. La navidad es la mejor época del año, un momento para estar con la familia y feliz, todo el tiempo. Ellos retan el statu quo de las celebraciones, y es precisamente en una donde aceptan las vicisitudes de la vida. El más joven es protagonista de uno de los besos mejor rodados, por su intensidad y significado. De igualodo ocurre con las lágrimas de una madre que reza “Él ya no está”, mientras de sus labios se escapa el olor a alcohol y la melodía de Ash Tray.
El modus operandi interrumpido de ellos llega a un punto de no retorno aquí, y comienza un clímax que hasta renueva las formas de cortar de un plano a otro, dejan de ser estáticos, están empezando a sanar.
Paul Giamatti, Dominc Sessa, Da´Vine Joy Randolph y Alexander Payne, director del filme, me convencieron de que necesitamos más personajes de este tipo, nacidos de nuestro entorno social y de la creatividad. Giamatti hace suyo a un hombre resentido con la vida y aparentemente estoico, aunque luego deje de lado esta disciplina y opte por abrirse y dejarse conocer. Esta obra es el claro ejemplo de cuánto poder tienen las películas para sintetizar la transformación de sus histriones, como aquella Amy Dune en Perdida, de David Fincher; mientras Ben Affleck diseccionaba el cerebro de su esposa no fatal, sino causante de fatalidades, era su rostro lo que abría y cerraba el largometraje, pero cambiaba nuestra percepción de ella. Es ahí donde reside el alma de Los que se quedan, en la intimidad construida con drama y comedia, bourbon, whiskey, jazz, libros, revistas pornográficas y un hombro dislocado. (Por Mario César Fiallo Díaz)
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