La anciana logra aprensar con sus manos dos tubos del mototaxi detenido en la parada. Con suma dificultad coloca un pie en el peldaño y, como si se le fuera la vida, toma un impulso que le permite colocar su otro pie (el izquierdo) en el escalón superior. Su rostro contraído muestra el esfuerzo que realiza. Seguramente, pensará para sus adentros que ya no tiene edad para estos “jelengues”.
Una vez encima del vehículo, preguntará a los pasajeros el monto del viaje, obteniendo el silencio como respuesta. No reparan en ella, es como si no existiera, una especie de ente insignificante en la que nadie se ha fijado.
Claro, todos van inmersos en sus propios problemas y cavilaciones. ¿A quién le debe interesar una señora septuagenaria que ve por primera vez y que, a los pocos minutos, no verá nunca más?
La dulce anciana quizá no logra aclimatarse a los nuevos tiempos que corren, donde las personas se ignoran, y hasta lanzan miradas de reojo al extraño que intente extraerlas de su burbuja y ensimismamiento. A nadie le importan los problemas del otro, parece ser la premisa allí, mucho menos las preguntas inoportunas de una desconocida, aunque peine canas.
Tal vez su figura adorable debiera suscitar simpatía. Hasta hace muy poco era de los adjetivos que siempre acompañaban a esos seres que acumulan años y vivencias, y hasta despertaban la admiración y el respeto.
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A veces da la impresión de que nos abocamos al predominio de la ley del más fuerte. He visto a un joven agredir a un anciano y nadie inmutarse tan siquiera.
Dirán, a manera de vil justificación, que las carencias propician el agobio y la sequedad, hasta convertirnos en esa sociedad de caras largas y de ceño fruncido. Volátiles al punto de estallar ante el primer desaguisado.
Justo en los momentos difíciles debería proliferar la empatía, la mirada condescendiente y la mano que socorre. Deberían desecharse, de una vez y para siempre, a las personas que brindan un servicio pero prestan más atención a la trama de la novela turca que emite su celular que al que a veces solo necesita una información, una mera respuesta y un trato afable, mas, en muchas ocasiones termina siendo ignorado, cuando no maltratado.
Por suerte, existen buenos ejemplos también, sobre todo de seres especiales que salvan el día más nefasto con una frase cariñosa y una orientación oportuna, esos que entienden que un mínimo gesto de bondad logra provocar una dicha inmensa que insufla optimismo, aún en los períodos más difíciles.