Lo de Bueno, Bonito y Barato (casi siempre desde la subjetividad del vendedor) se convierte en la consigna que muchos utilizan en redes para promocionar sus productos, y algunos con mayor originalidad siempre recalcan la calidad de lo que ofertan, ya sean artículos o servicios de diversa índole.
A menudo nos encontramos que a esas tres B les falta un elemento imprescindible: la A, que bien puede ser Amabilidad o Atención con el apellido de Esmerada, una virtud que pocos exhiben hoy y que es premisa de todo comerciante o emprendedor desde hace siglos.
Hacer sentir bien al cliente, mostrar simpatía y calidad a la hora de interactuar, es un gancho irresistible que puede devenir en el regreso de la persona en cuestión y en una promoción que pocos valoran: la de la referencia.
Cuando un cliente satisfecho le comenta a un amigo, vecino o compañero de trabajo que en tal o más cual establecimiento lo atendieron con amabilidad y que la pizza estaba excelente y el helado bien despachado, no dude que allí irán algunas de esas personas por su cuenta e incluso invitadas por aquel que fue feliz allí.
Sí, ya sé aquello de que al lugar donde fuiste feliz no debieras tratar de volver, pero a mí me funciona cuando quiero ser bien atendida. No me negará usted que la mayoría del tiempo somos vapuleados sin misericordia lo mismo en una cola que en en la guagua, la bodega, el policlínico, y así una lista interminable de disgustos y agresiones verbales sin sentido.
Entonces, ese ratico en el que decide comprar algo por mínimo que sea y la persona detrás del mostrador le recibe con una sonrisa y ese «Buenos días, si desea algo pregunte sin pena que aquí estamos para atenderle», es lo más parecido a un happy hour.
No hay peor marketing que una cara desencajada, una palabra fuera de lugar o un mal tono al hablar, aunque lo que vayamos a recibir sea sencillo o barato. No debemos fusionar a priori calidad de la atención con altos precios.
Y no solo sucede en establecimientos privados, pues las tiendas del sector estatal, principalmente las que operan en Moneda Libremente Convertible (MLC) poseen no pocas historias de malos procederes en ese sentido.
Existen quienes se arrojan el derecho de informar al comprador que algo está caro sin que le hayan pedido tal juicio, o cuando con desprecio contestan «Eso aquí no se vende», refiriéndose a un producto de bajo costo.
Suponer que alguien no tiene presupuesto suficiente para adquirir algo y emitir criterios desafortunados basándose en la apariencia es una de las modalidades de falta de respeto a las que muchas veces nos exponemos cuando visitamos algún establecimiento.
Vender más presupone el objetivo de cualquier comerciante, de modo que agredir al cliente es, cuando menos, confuso; ir en contra de la lógica se ha vuelto costumbre y ya por cansancio el agraviado ni siquiera protesta por la pizza fría, la carta incompleta o precios alterados.
Unos para no estresarse, otros por timidez y la mayoría por agotamiento… «Si respondo por cada cosa que no está bien me dará un infarto». Y así vamos por la vida, sorprendidos con ese «bicho raro» que nos topamos detrás de una vidriera y nos recibe con un sonoro «Buenos días», algo poco común; o choqueados por el casi extinto «Vuelva pronto».
Ante la aparente orfandad, pues el sitio o personaje encargado de tramitar quejas no parece existir, ni funciona o evade responsabilidades, la única defensa pacífica y fuera de todo entresijo administrativo es el no volver, siempre que se pueda, a ese lugar donde fuiste infeliz.