Los cubanos honran agradecidos a Henry Reeve, llamado El Inglesito o Enrique el americano, a 147 años de su muerte en combate, ocurrida el 4 de agosto de 1876.
Para saber las razones bastaría decir que alcanzó el grado de General de Brigada en el Ejército Libertador cubano durante la primera guerra de independencia, y algunos pormenores de su vida ofrendada heroicamente en el campo de batalla, después de innumerables acciones audaces y legendarias.
Pero este héroe por derecho moral y por los sentimientos del pueblo de Cuba también sigue siendo un referente de actualidad, cuando se decidió elegirlo como bandera de las filas de otro ejército, el altruista y pacífico contingente de batas blancas conformado por médicos y demás trabajadores de la salud, quienes ofrecen ayuda a otros pueblos del mundo, como él hiciera.
Nació el 4 de abril de 1850 en Brooklyn, Nueva York, en el seno de una familia de clase media, de filiación presbiteriana, la cual pudo facilitar una educación esmerada. Su apelativo completo fue Henry Mike Reeve Carroll.
Sus datos biográficos apuntan que la Guerra de Secesión desarrollada en su país entre el sur esclavista y el norte opuesto a ello, lo vio adolescente en algunos de sus escenarios de combate a los que había llegado con la conciencia de oponerse a la esclavitud, tras el asesinato de Abraham Lincoln.
A los 19 años se marchó de Brooklyn, y de su país natal a fin de incorporarse a los combates de los independentistas cubanos que habían iniciado sus luchas para acabar con el yugo colonial desde el 10 de octubre de 1868, dirigidos por Carlos Manuel de Céspedes.
Testimonios de la época recuerdan que a su paso por los llanos del Camagüey, donde peleó bravamente, lo llamaban Enrique el americano, de manera distinta a la de otros enclaves de la Isla donde predominó el binomio El Inglesito.
Hasta el momento se le atribuye, de acuerdo con datos fundados, haber participado en unas 400 acciones combativas, de las cuales resultó herido en 10, y se valora altamente su presencia en la brillante operación relámpago dirigida por el Mayor General Ignacio Agramonte, en la que se rescatara al General de Brigada Julio Sanguily.
También brilló bajo el mando de Máximo Gómez, desde los llanos de Camagüey hasta los combates de Las Villas, cumpliendo misiones importantes.
Henry Reeve estaba muy lejos de ser un muchacho de espíritu simplemente aventurero, en búsqueda de emociones. Además de su toma de partido contra la esclavitud, antes de venir a Cuba había entrado en contacto con emigrados de esa nación, mientras laboraba como tenedor de libros en un banco.
La propaganda de algunos independentistas llegó hasta él y esas ideas justas se avinieron a su pensamiento, inclinado por las causas nobles. Entonces decidió contribuir con los empeños libertarios incorporándose a las huestes de los llamados mambises.
Hoy asombra su madurez a tan temprana edad, pues no solo se trataba de un viaje audaz y secreto, sino también de sumarse a un proyecto que conllevaba una preparación que empezó a cumplir desde su subida al Vapor Perrit, como parte de una expedición al mando del General Thomas Jordan, identificado con la causa de los combatientes cubanos.
Henry puso especial interés en aprender el idioma español, con la lectura de un ejemplar incompleto de «Don Quijote de la Mancha» obtenido en la brega. Dicen que llegó a hablar esa lengua con gran dominio, amplitud de vocabulario y corrección, incluyendo cubanismos necesarios en aquellos escenarios y tiempos.
Bajo el apelativo de Henry Earl y con el cargo de soldado ordenanza del General Thomas Jordan, al frente de esa expedición, pisó tierra cubana el 11 de mayo de 1869 por la península de «El Ramón», que daba a la Bahía de Nipe, en la costa norte de provincia de Oriente.
Desde el día de su llegada tuvo la oportunidad de combatir y le siguieron numerosos sucesos de ese corte donde fue herido y más adelante cae prisionero, el 27 de mayo de 1869.
Sucede algo increíble cuando, condenado a muerte por fusilamiento junto a otros compañeros, los cuatro impactos de bala recibidos no son mortales y logra escapar no se sabe de qué forma.
Sobrevivió como un muerto-vivo deambulando días hasta que patriotas cubanos lo llevan al campamento de El Mijial, donde operaban las columnas del entonces General de Brigada Luis Figueredo, al mando del Ignacio Agramonte.
Repuesto de sus heridas, pretendía reincorporarse a las fuerzas de Jordan, algo que logró a principios de octubre de ese mismo año, y ser nombrado su ayudante. Su jefe formaba parte del Estado Mayor del Ejército Libertador por esa época.
Incluso después de la renuncia de Jordan, en 1870, Reeve se mantiene firme y hace su ingreso en el primer escuadrón de caballería de la brigada norte de Camagüey, bajo el mando del General de Brigada Cristóbal Acosta.
Ya en marzo de 1871 combate a las órdenes de Ignacio Agramonte, dentro de las filas de su Estado Mayor.
Una grave herida en el abdomen en 1872 lo mantuvo inactivo dos meses y comienza a sufrir secuelas que lo acompañaron siempre.
En 1873 se destaca en los combates de Ciego de Najasa, Soledad de Pacheco y Cocal del Olimpo y estuvo presente en el combate de Jimaguayú donde cayera abatido mortalmente Ignacio Agramonte, el 11 de mayo de ese año.
Con la llegada del Mayor General Máximo Gómez, sustituto de Agramonte tras su muerte, al mando de Camagüey, recibe poco después el nombramiento de jefe de la caballería de la primera división.
Ese año otra terrible herida, esta vez en una pierna, deja resultados devastadores en el cuerpo del joven Reeve, quien incluso no cesó de dar muestras de coraje cuando esto le sucedió y la misión de sus hombres se cumplió con creces.
Tal contingencia inutilizó la pierna derecha para siempre, tras un largo proceso de recuperación en un hospital mambí. Convaleciente todavía en 1874 recibió el ascenso a brigadier.
El joven internacionalista dio entonces lecciones de entrega y sacrificios admirables. Se adaptó a una rústica prótesis metálica que lo ayudaba a extender la pierna dañada y a un dispositivo que lo sujetaba al caballo para poder cabalgar y seguir combatiendo. Detenerse y abandonar la causa que ya sentía como suya no estuvo nunca en su mente.
Con el mando de la primera división, es herido nuevamente cerca de Puerto Príncipe, pero la fuerza de su fuego estuvo lista en 1875.
Pidió continuar en la invasión ese mismo año, dejando su responsabilidad en Camagüey, mediante una solicitud, pues era disciplinado, con formación militar que lo llevaba a respetar jerarquías y ordenanzas fielmente.
Ya en octubre estaba en la antigua región de Las Villas bajo el mando del Generalísimo y este lo reconoció como jefe de la segunda división que abarcaba a la jurisdicción de Cienfuegos y el Occidente de Cuba.
Estas son valoraciones de Máximo Gómez sobre él: “Reeve es de un carácter puramente militar, une a un valor probado, rectitud y seriedad poco comunes en su modo de mando. De ahí que sus soldados a la vez de respeto profundo le quieren como un padre”.
El año de su muerte, como los iniciales dentro de la campaña, estuvo jalonado por su participación en acciones y combates del avance de las huestes mambisas hacia el territorio central de Las Villas.
Disparándose en la sien, cuando yacía sin poder moverse por heridas y en medio de un combate, defendiéndose y luchando como un león, mientras tuvo balas y sin dejar de lado el machete, así murió en 1876 Henry Reeve cerca de Yaguaramas, perteneciente hoy a Cienfuegos. Allí y en todas partes, Cuba le rinde homenaje. (Por Marta Gómez Ferrals)
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