El síndrome de la guagua que afloja, pero no para

La guagua sigue de largo. La contemplas seguir oronda y eso que pudiste verle los ojos al chófer.

A la cuarta vez que el manicero pasa por delante de ti y te mira con ojos de perro bajo la lluvia, le compras dos cucuruchos, aunque aún te cuesta comprender que antes valiera un peso y ya ande por diez, y tú que siempre tuviste la bomba mala y cuando te tocaba inflar un globo de cumpleaños a la mitad estabas sofocado, porque eso te sucede con la inflación: te sofoca. No obstante, hace 45 minutos compartes el mismo pedazo de sombra de la pequeña parada con 10 personas. Te preguntas a cuánto estará el metro de sombra en el mercado negro, pero para no sofocarte aún más descartas este pensamiento.

Al final de carretera, que parece un espejismo que se desvanece, por las reverberaciones del sol sobre el asfalto, aparece una Yutong, hermosa dentro de toda tu penuria. Como a 20 metros disminuye la velocidad. Va a parar, comenta alguien cercano a ti. En las paradas siempre una persona expresa en voz alta lo que a todos les ronda la cabeza. En las paradas formamos parte de la unimente. 

El ómnibus de la forma que se acerca a ti, despacito, parece un animal mansito como el gato que se te restriega contra el pantalón y te mira, embelesado. No te interesa a dónde vaya, porque como escribiera Lewis Carroll, el de Alicia en el país de las maravillas, no importa el destino, sino que mientras se avance siempre se llegue a alguna parte.

La guagua sigue de largo. La contemplas seguir oronda y eso que pudiste verle los ojos al chófer, unos ojos muertos como el cristal de las ventanillas, a través de los cuales te fijaste que los asientos estaban vacíos. Te sientes engañado. Como si alguien viniera, te tocara por el hombro y comentara: “Mi hermano, esto es una cámara oculta”. Nadie te toca el hombro, aunque sí sientes que te rozan una nalga. No sabes si Alicia anda cerca, pero estás seguro que este es el país de las maravillas.

La guagua “que afloja, pero no para” es una de las muchas jugadas de engaño, para mí una de las más crueles, que nos hacen a cada rato. Por eso he querido llamar al fenómeno, cuando algo que te parece evidente no sucede como esperabas o como debiera ser, el “Síndrome de la guagua que afloja, pero no para”.

Ocurre así cuando la persona que te debe atender en ese oscuro instituto, aunque tenga más luces que el árbol de Navidad que no ponemos en mi casa, se excusa porque debe salir cinco minutos y dos horas después no ha regresado y cuando te marchas con tus ejércitos derrotados, la hallas muerta de risa en una cafetería con unos socios.

Cuando en medio del apagón las luces se encienden un momento y con ellas tu corazoncito, pero son solo cinco segundos y luego la casa y tú vuelven a la oscuridad. También puede suceder la situación inversa. Hay un bajón de voltaje y clavas los ojos en el techo y exclamas “ya empezamos otra vez”, pero no trasciende más allá de un susto y automáticamente después te molestas, porque si te rompen un equipo con una gracia de esas, te vas a poner malo, malo.

Es entrar a una cafetería y que en las paredes estén colgados grandes carteles de hamburguesas de rodajas de pan dorado, como el sueño de los emperadores, con semillas de sésamo por arriba y un queso que se desborda por los lados. Como los samuráis cuando desafían a su daimio o señor, que en tu caso sería la economía familiar –los pesos para comprar el detergente y el jabón para lavar los calzoncillos o los blúmeres–, decides darte la puñalá, al centro y adentro.

Cuando te sirven tu pedido te dan ganas de llorar. Eso que está en el plato: el pan duro como ese chiste que es pan francés, de antieeerr, pronúncielo como si hubiera visto el Arco del Triunfo no solo en fotos; el queso de rancia alcurnia y la hamburguesa de ave –para seguir la cuerda de los chistes viejos– de averigua de dónde salió, te dicen que esos hermosos mundos de polietileno que te vendieron en los carteles no son el tuyo.

“El síndrome de la guagua que afloja, pero no para” puede ser también ese amor que nunca tocó el suelo, ese avión que no acaba de despegar de aquel país lejano, aunque tú te sientas solo como las estatuas en los parques sin transeúntes, el final de esa película en que ellos no debieron morir, el niño que los reyes magos este año se enredaron y no pudieron hacerle la visita.  A pesar de todo ello creo que caer una y otra vez en estas jugadas de engaño significa que no estamos muertos por dentro; que, por lo menos, aún no hemos perdido la capacidad de ilusionarnos.

Recomendado para usted

2 Comments

  1. Compadre, no se «haga el extranjero».
    Voy a mencionarle varias razones que explican el por qué el pobrecito chófer hace el número humoristico “que afloja, pero no para”. Estoy seguro que Usted conoce muchas más:
    1. Nunca viene con intenciones de parar. En esa «parada» no hay ningún representante de los nuevos ricos, davidoso y con una billetera abundante, que le «engrase» el recorrido. Entonces, ralentiza su marcha, para ver, esperanzado, si en esa «P» hay alguien con billetes a mano, o que tenga la «estampa» requerida.
    2. Afloja, por si cerca de la parada hay algún representante de la motorizada, un «caballito» o un simple policía con su talonario. Al cerciorarse de su inexistencia, vuelve a meter el pie en el acelerador
    3. Desacelera, por si en esa «P» hay algún Inspector de colores, casi frecuentemente un «amarillo» y su inseparable tableta. No querrá que le anoten la chapa y que circulen el carro, pues posiblemente, ni debía transitar por allí, quizás estaba reportado como interrupto con carro roto en taller.
    4. Quizás tenía un poco de sueño, no desayunó, o tenía un poco de acaloramiento por problemas anteriores, quería relajarse viendo el movimiento esperanzado de los que están «embarcados» y por el espejo sigue con sonrisa cínica las adivinables expresiones y comentarios de los que se quedan …esperando la próxima.
    5. Simplemente tenía ganas de divertirse. Son pocos los artistas que provocan en el auditorio tantos sentimientos, emociones, desplazamientos y al final, fustraciones.
    Y no comento sobre las otras problemáticas que aludes, pues se fue lqa corriente en el barrio.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *