Basta nombrarla para que su imagen entrañable se haga presente en la memoria del pueblo. Basta decir «nuestra flor más autóctona», Heroína de la Sierra y el Llano, o la madrina de todos, para saber que en la sobrevida Celia nos sigue acompañando hecha fuego y verdad, detalle y esencia… guía necesaria.
Al evocarla hoy, cuando se cumple el aniversario 103 de su natalicio –acaecido el 9 de mayo de 1920, en el poblado de Media Luna–, en toda la Isla se recuerda a la joven sensible que, junto a su padre, vindicó al Apóstol en el año de su centenario; a la muchacha temeraria que se jugó la vida en la lucha clandestina contra la dictadura; a la primera guerrillera de verde olivo en la Sierra Maestra, y a la revolucionaria incansable y atenta, siempre luz y no sombra de Fidel.
Y se recuerda más porque Celia fue la encarnación misma del detalle, la bondad, la modestia y el desinterés. Muchas son las anécdotas que revelan su inigualable cualidad de andar siempre preocupada y ocupada por el bienestar de todos.
Fue ella la encargada de recopilar en trozos de papel la historia de la lucha guerrillera, y tras el triunfo de enero de 1959, sus múltiples responsabilidades como diputada, miembro del Consejo de Estado y del Comité Central, lejos de apartarla del pueblo, la unieron más a los niños huérfanos, a los campesinos, a las madres sin círculo, a los obreros y a los más necesitados.
Esa huella de su sensibilidad y dulzura, de su compromiso con la verdad, de su esencia martiana para tener mucha alma y poca tienda, de su andar sin protocolos y de su hacer incansable sin llamar la atención, es lo que más nos enorgullece de nuestra Celia.
Y es ese orgullo inmenso el que nos convoca a volver siempre a su ejemplo personal para seguir construyendo la nación mejor a la que aspiramos, con la certeza de que Celia nos habita en el fulgor de una estrella, en el perfume de las mariposas, en el despertar cotidiano de la Patria, en la sonrisa y en la tempestad.