Justo el 3 de enero último, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, luego de lamentar los fallecimientos ocurridos debido a accidentes de tránsito durante las escasas 72 horas iniciales de 2023, instaba a los conductores de vehículos, a través de la red social Twitter, a extremar todos los cuidados en la vía.
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A poco más de un mes de la alerta, hemos conocido de otros trágicos sucesos de esa naturaleza que han enlutado a varias familias cubanas, comprendidos los de carácter masivo. De no revertirse la situación, la cantidad de hechos, muertos y lesionados al finalizar el año será superior a la de 2022, una tendencia al incremento que se presentó incluso en tiempos de pandemia.
Si bien en este fenómeno inciden múltiples factores, entre los que figuran el déficit de transporte público, la irrupción de más de 300 000 motos y ciclomotores sobre un mismo eje vial que, por lo general, se encuentra en regular o mal estado y la convivencia de varias generaciones de vehículos con desperfectos técnicos; lo cierto es que las tres primeras causas que originan los fatales desenlaces son derivadas del factor humano.
En nuestra provincia se corresponden con las del país, de la misma manera que estas últimas semejan a las del mundo: la distracción o lo que es lo mismo, no prestarle la debida atención a la conducción, el irrespeto al derecho de vía y el exceso de velocidad. Ello evidencia que aún resulta insuficiente el trabajo de educar y controlar las conductas de los usuarios en la vía pública.
Cultura vial y conciencia cívica son aspectos que forman parte de esa educación. No basta con dedicar una jornada cada año para recordar los daños humanos y materiales que provocan los accidentes, ni con crear círculos de interés en las escuelas primarias. Aun cuando la labor con las generaciones futuras ha de iniciar el ciclo; se precisa enfocar las campañas y acciones cotidianas hacia los peatones y conductores, cualquiera que sea su medio de transporte.
Aunque se ha reforzado el enfrentamiento a los comportamientos inadecuados en las calles y carreteras, con llamados de atención y aplicación de multas, entre otras medidas, la realidad es que se mantienen las actitudes negligentes en la vía, sin respetar días ni horarios, ni siquiera las zonas en las que se encuentran, por ejemplo, los centros escolares. Tampoco se ha tomado total conciencia del uso de los medios de protección, como el casco y el cinturón de seguridad en los autos más modernos.
Son muchas las indisciplinas con las que nos tropezamos a diario: ingestión de bebidas alcohólicas; violación de las leyes del tránsito (señales, cruces y hasta cambios de luces en los semáforos); adelantamientos indebidos, así como el exceso de velocidad, motivado en ocasiones por el deseo de mostrar “ser jerarcas al timón” o el apuro por llegar al destino a toda costa.
Con la llegada de las motorinas se adiciona el empleo de estas por personas que no poseen licencia de conducción. Similar ocurre con el uso del celular mientras se maneja, una de las distracciones más comunes hoy en la vía pública. Lo mismo puedes ver al conductor de un auto que transita frente a ti mientras conversa por el móvil que te sorprende haciéndolo el chofer de la guagua en la que vas para el trabajo. De este flagelo no escapan, por cierto, los peatones.
La actuación efectiva de las autoridades del orden ayuda a disminuir la incidencia de tales hechos, pero no es de ellas solo la responsabilidad. Las imágenes diarias de muertos, lesionados, de vehículos destrozados, deben constituir un llamado a reflexionar en torno al papel que corresponde a cada quien. Urge transformar las conductas en la vía.