Cuando toca apagar el miedo del alma

Cuando toca apagar el miedo del alma

Maday, presidenta de la FEU en la Universidad de Matanzas, al centro con los niños. Fotos: Cortesía de la entrevistada.

Maday Peña, presidenta de la FEU en la Universidad de Matanzas, recuerda los momentos en que asumió el acompañamiento de las personas que debieron abandonar sus hogares y dirigirse a centros de evacuación debido al incendio en la zona industrial de Matanzas.

Eran las 10 de la noche de aquel día en la que el fuego y el humo usurparon la tranquilidad de la ciudad de Matanzas. Entre el ajetreo del minuto a minuto y las actualizaciones constantes sobre el fuego en redes sociales, pude abrir el chat de Maday. «Estoy aquí, no pude quedarme en casa», decía justo debajo de la foto de un plato con espaguetis con el que me había dado envidia en la tarde. Apenas le había respondido el primer mensaje cuando agregó: «Llamé para que me vinieran a buscar, sentí que el lugar era aquí ayudando en lo que sea».

Cuando le pregunté alarmada si estaba en el incendio me dijo que no, que por cuestiones de seguridad no se lo habían permitido pero que esperaba en el Parque de la Libertad cualquier urgencia en la que ayudar. A la mañana siguiente tampoco estuvo quieta y no eran ni las 8:00 a.m. cuando supe que estaba en el Banco de Sangre e iba a ser la primera en donar para los heridos y accidentados en el siniestro. Ese mismo sábado Maday Peña Pérez, estudiante de Derecho de la Universidad de Matanzas, marchó hacia la residencia estudiantil donde evacuaron a parte de la población cercana a la zona industrial de la Atenas de Cuba, donde el Incendio en la Base de Supertanqueros acaparaba el miedo de todo el país.

«Recibimos a las personas evacuadas e intercambiamos con ellas, preguntamos cómo se sentían, cuántos familiares tenían evacuados. Averiguamos con los niños qué querían hacer y comenzamos a jugar beisbol, baloncesto, que ellos se desestresaran de todas las situaciones que estaban viviendo pues se encontraban fuera de casa y eso les duele también», me cuenta Maday a través de un audio por Whatsapp, en uno de los pocos ratos libres que le quedan para tomar el móvil.

«Nos visitaron varios artistas, incluidos nuestros aficionados de la FEU. Uno de los primeros fue el pintor Kcho que hizo un taller hermoso con niños, eso fue algo nuevo para los más pequeños. En todos esos momentos lo que más nos llenaba eran las miradas de agradecimiento de los padres», agregó minutos después en el mismo chat donde conversamos de amiga a amiga y no como presidenta de la FEU a periodista

La residencia estudiantil de la Universidad de Matanzas acogió a vecinos de las zonas afectadas por el siniestro. Más de 600 personas de todas las edades ocuparon los cuartos que en menos de un mes recibirán nuevamente al estudiantado del Alma Mater yumurina. Cuando tantos seres humanos coinciden en el mismo lugar crecen emociones y anécdotas inolvidables. Las fotos en el estado de WhatsApp de Maday revelan algunas de estas historias.

Cuando toca apagar el miedo del alma

«Un momento muy especial fue mientras dábamos el recorrido por la residencia y una señora de 76 años, su nombre es Caridad, me decía que ella estaba muy agradecida de que estuviéramos ahí porque eso era obra de la Revolución. Ella agradecía que habían sido evacuados y estaban ahí sanos, salvos y bendecidos de contar con el apoyo y el cariño de todos los que estábamos comprometidos con la causa de acompañarlos durante el tiempo que fuera necesario», cuenta Maday sobre una foto que subió a sus historias en redes sociales junto a Caridad.

Cuando toca apagar el miedo del alma
Cuando toca apagar el miedo del alma
Cuando toca apagar el miedo del alma

En compañía de Jorge, Javier y otros estudiantes, esta joven de 25 años laboró en cuanta ayuda necesitaron los evacuados. Entre las tareas de limpieza, la ayuda a los ancianos y entrega de víveres, los universitarios recordaron esos tiempos, para nada lejanos, cuando la misma beca sirvió de hospital para pacientes positivos a COVID-19.

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«Esta misión no dista mucho de lo que hacíamos en los centros de aislamiento, pero en esta ocasión no hay personas enfermas y podemos conversar más con ellas. Podemos tener ese encuentro cara a cara y tocar un poco más la sensibilidad de aquellos que tuvieron que evacuarse porque su vida corría peligro», relata a través de otro mensaje.

El pasado 12 de agosto las autoridades cubanas anunciaron la extinción total del incendio, de esta manera luego de una semana los vecinos de la zona de la catástrofe dejaron la residencia universitaria y volvieron a sus hogares. — «Mija, ¿cómo te sientes ahora que se fueron?», le pregunté de repente mientras nos poníamos al día en cuestiones de esas que hablan las amigas, ella, entre lágrimas, respondió:

«Sentí una mezcla de nostalgia, felicidad y preocupación. Nostalgia porque hubo personas maravillosas ahí, y los niños, sobre todo; uno llegó a decirnos que sería el relevo de nosotros en la FEU, y que vendría a la universidad para también ayudar a los demás. Otros me regalaron dibujos que guardaré en el archivo histórico de la organización, y las sonrisas de estos días de más está decir que han sido la mejor recompensa.

Cuando toca apagar el miedo del alma
Cuando toca apagar el miedo del alma

«Felicidad porque finalmente vi un poco más de ánimo en los ojos de los adultos, sus miradas ya no eran de dolor, como cuando se paraban a la entrada de la Universidad, o en la lomita frente a la Facultad de Ciencias Sociales para ver el incendio, hasta hubo gente que durmió allí.

«Y preocupación porque sabía que ese regreso a casa para ellos sería duro, sobre todo para los que tuvieron pérdidas».

Desde el 5 de agosto Matanzas vivió el incendio de mayor magnitud en la historia de Cuba, muchos fueron los que se unieron a las labores de ayuda desde distintos escenarios con la esperanza de aliviar los días de angustia. Entre las manos amigas también estuvieron las de los universitarios, que una vez más acudieron donde su gente más los necesitaba.

«Creo que estas tareas que asumimos voluntariamente nos hacen crecer, mi experiencia como persona ha sido maravillosa, no te puedo decir que no me he sentido emocionada, incluso he llorado. He tocado la mano de aquellos ancianos que no tienen otra familia o lugar a donde ir. Tuvimos que estar junto aquellos niños que no sabían lo que estaba sucediendo y querían volver a su casa.

«Nunca olvidaremos esas madres desesperadas y personas que tenían familiares laborando directamente en el lugar del siniestro. Esta experiencia me ha revolucionado las emociones, estoy muy sensible con eso, pero más que sensible, más humana, más cubana e indiscutiblemente más martiana», así cierra Maday nuestra conversación en forma de entrevista. Poco después le pregunto si podemos ir a tomarnos un café al Paseo Narváez, rápidamente me respondió: «No puedo, aquí hay mucho por hacer todavía».

(Por Daniela Ortega Alberto)

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