¡A Cárdenas en coche!

¡A Cárdenas en coche!

Dicen que cuando el director de cine Fernando Pérez y su equipo de producción de José Martí: el ojo del canario comenzaron a buscar los coches tradicionales que se utilizarían en el filme, recorrieron media Isla. Al punto de llegar hasta Bayamo, tras la historia de quitrines y volantas que en esas tierras se remonta al siglo XVI, una tradición que en versos inmortalizara “Son 14”, bajo la dirección de Adalberto Álvarez: “Yo quiero ir a Bayamo montado en un coche”.

Pero no fue en el Oriente cubano que la exigente producción encontró los carruajes más fieles a los diseños originales, sino en un territorio matancero famoso por sus primicias: Cárdenas.

Allí, en la Ciudad Bandera de Cuba, muy cerca de su cementerio, una familia se ha empeñado en mantener vivo el legado y la historia de uno de los íconos con que se identifica a la urbe. Blandiendo el metal, dominando el fuego y con la paciencia de quien crea una obra de arte, Tomás, Diuver y Antonio Roberto han restaurado e, incluso, dado vida, a coches que van desde el europeo estilo Duquesa hasta el estadounidense Milord.

HISTORIA SOBRE RUEDAS

Investigaciones históricas aseguran que Kocs fue la ciudad de correos húngara del siglo XV que le dio el nombre al vehículo ligero de tracción animal. El vocablo se fue transformando hasta derivar en el término que ahora conocemos, y del uso del vehículo se puede decir que algunos países lo asociacian en sus orígenes a monarcas y personalidades de la realeza.

Poco se sabe cómo viajó de Europa a Cuba, o al menos casi nada de su establecimiento en Cárdenas; pero si te desplazas por las calles del municipio matancero, en cualquier esquina puedes chocar con uno de ellos, algunos con un diseño tan perfecto y tradicional como los que sorprendieron al realizador Fernando Pérez.

Un monumento al coche, ubicado en la céntrica y emblemática avenida Sáez, atrae al visitante y da placer al citadino. No por casualidad está ahí, en una de las arterias principales de la ciudad, la obra que nació de la inventiva de Juan José Morales (Wachi) y Antonio Luis Gómez, tras la convocatoria de aquel concurso que buscaba recrear los símbolos identitarios cardenenses.

Es el coche, de los medios de transportes, más empleados en Cárdenas, junto a las bicicletas. Sin embargo, aunque se sabe que su presencia se remonta a décadas y décadas en el tiempo, María Teresa Clark Betancourt, historiadora de la ciudad, explica que no existen registros oficiales en el Archivo Municipal de su llegada al territorio o quiénes fueron las primeras familias en usarlos.

En el libro Cárdenas: Historias de una ciudad, aún en proceso de edición en Holguín y que verá la luz bajo la editorial La Mezquita de la Unión de Historiadores de Cuba, el investigador Ernesto Álvarez Blanco menciona, referenciando al también historiador Leonardo García Chávez, que los coches comenzaron a circular en 1846.

“Famosos fueron desde siempre los construidos en Cárdenas, los cuales circularon por varias ciudades cubanas. Al parecer, correspondió al francés Adolfo Clusanel mérito de haber establecido la primera fábrica de carruajes de la localidad, entre 1850 y 1855, en la avenida de Real de Isabel II, hoy de Céspedes, esquina a la calle de la Merced.

“Este carruajero, al que siguieron otros, adquirió una gran reputación por la calidad de sus vehículos y remitía con frecuencia, sobre todo a La Habana, sus coches, los cuales hacía pagar muy bien a las personas pudientes de la capital del país”.

Según la oratoria, fueron los Duquesa los primeros en introducirse en la ciudad de manos del ingeniero que empezó a hacer la ostentosa plaza Malakof, aunque de eso no existen pruebas tangibles.

TRADICIÓN FAMILIAR

Desde la carretera que va del centro de la ciudad hacia la Península de Hicacos, casi llegando al famoso cangrejo que recibe y despide al viajero, saltan a la vista una hilera de coches, de esos a los que le caben ocho o más pasajeros y que esperan en dicho lugar, como en una consulta médica, su turno para recuperar el esplendor y volver a la vida.

Si avanzas un poco el portón de la entrada de la finca, comienzan a aparecer los modelos más tradicionales, debidamente tapados con una gorda lona azul, para evitar que continúe el deterioro. De esos hay menos, pero son más especiales para la familia.

“Estos coches de madera ya no se ven, este mismo se incluyó en la ruta turística de Varadero, justamente por lo bien conservado que se encuentra- comenta el joven Diuver García Rodríguez, quien ha crecido entre capotas, ruedas y restauraciones al metal – Los originales no circulan mucho por el balnerario, sino los largos a los que le caben más turistas y que nada tienen que ver con la tradición. Pero ahora incluyeron dos modelos: este que es Duquesa y el Milord”.

¡A Cárdenas en coche!

Para quien no sabe del tema constituye un reto diferenciar un estilo del otro, pero para quien lleva 15 años en labores de restauración, como versa el viejo refrán, es coser y cantar. “La Duquesa vino con fines personales, era muy liviana y bonita, con hierros más elaborados; el Milord siempre tuvo fines de trabajo, siendo un coche más robusto, con escuadras más gordas. Trae una caja para guardarte cualquier cosa.

“Aquí fundamentalmente trabajamos la herrería, lo que es la soldadura a fuego, una tradición que se ha perdido en muchos lugares porque ahora todo se hace con electricidad. Para hacer esos adornos – los acabados perfectos de la puntas de los hierros que constituyen la armazón del vehículo – tenemos estampas que se hacen a fuego también”, asegura el joven, escurridizo para las fotos porque considera que los protagonistas de esta historia son su padre y su tío, de quienes aprendió el oficio.

“Restauramos uno de la familia al que le hicimos todos esa estructura similar a la original, digo similar porque es imposible copiar una cosa que se hizo en 1800 en una fábrica francesa, aunque el historiador que vino con las personas de la película apenas notaba la diferencia”, expresa emocionado.

Diuver pareciese que habla en ráfagas, un poco por nervios un poco por todo ese cúmulo de información que tiene atrapado en su mente y que gustosamente comparte.

“Hay algunas cuestiones del oficio que han desaparecido porque quienes lo hacían fallecieron, como el caso de la carpintería. Herreros de coche no quedan muchos tampoco y de enzunche – los que hacen las ruedas con sus rayos, masas y camones- queda uno. Por eso ahora lo que más se ve es un aro de hierro, cabilla y soldadura eléctrica.“

Nosotros buscamos la forma de respetar mucho la tradición sobre todo en Cárdenas, pueblo de primicias y coches. La soldadura a fuego es más compleja, pero el resultado final resulta más bonito. En mi familia la herencia viene de mi bisabuelo paterno, quien murió de 92 años y era cochero, y lo fue casi hasta el final de sus días”.

“Ser cochero es un trabajo honesto, que le resuelve un problema a la población”- asegura Tomás García Rojas, el padre de Diuver. “Yo tengo mi coche y mi hijo tiene el suyo. Salimos por la noche generalmente, de 6 de la tarde a 10 de la noche, más o menos.

“Aquí el día a día nuestro es fragua y mucha mandarria. A mí me enseñó un herrero viejo que lo llamaban o apodaban «León Hernández». Fue una gente grande aquí y para mí el mejor herrero que existió. Al morir, quise seguir con su legado para que no se perdiera el oficio. He hecho vivir unos cuantos aquí –jaranea Tomás- Algunos que han pasado por personas que no saben soldar y le meten refuerzo y así desgracian el hierro.

“Tengo 66 años y comencé con 22. Acá vienen los coches que se rompen de toda Cárdenas y hasta de La Habana. El año pasado terminamos uno de la Oficina de la Historiadora de La Habana. La gente ya me conoce en todos lados por la tradición de herrero”.

COCHES CARDENENSES EN EL SÉPTIMO ARTE

¡A Cárdenas en coche!

“Mis coches los alquillaban muchísimo – rememora Antonio Roberto Rodríguez, cuñado de Tomás y tío de Diuver – No era solo para 15 o boda, también para los desfiles de marzo de la Semana de la Cultura, que por cierto la primera de su tipo se celebró justamente en esta ciudad. Los cardenenses ausentes venían para la celebración y paseaban. Los cocheros teníamos un delegado que nos citaba, pero todo eso se perdió”, comenta nostálgico a sus 71 años, no solo por los tiempos que ya no vuelven, sino porque le duele las muchas restricciones que le han puesto a los cocheros para transitar por arterias importantes.

“Antes las personas venían de la capital y les gustaba recorrer la calle Real – oficialmente nombrada avenida Céspedes – pero se prohibió por ahí la circulación. Todo porque unos muchachos cogieron por tirar jabitas de basura y formar desorden en la noche y madrugada. Entonces lo más fácil fue quitar los coches y afectar la tradición”.

– Pero, ¿y cómo llegaron los coches cardenenses a la pantalla grande?

– “Los de la películas vinieron porque saben que este es un pueblo de coches”, considera Tomás, mientras rememora aquellos días en que la finca vivió un ajetreo inusual. “Vinieron recomendados directamente a verme. Hasta la finca llegó una guagüita con los actores y el director de arte. Cuando llegaron yo estaba terminando un coche y me dijeron: Próximamente venimos de nuevo porque aquí es donde vimos lo que queremos y estábamos buscando. ¡Y el director de arte tiene que conocer, no es un improvisado!

“Existen más modelos, pero aquí quedan tres en uso, los dos que hemos mencionado y la Sopanda, que está casi desaparecida. Ese modelo venía con otro sistema, parecía un Milord, pero la estructura de la caja del coche era voladiza arriba. El revestimiento de antes era de charol.“Todavía circulan por la ciudad coches con hierros de fábrica, de los que fueron hechos en Francia, inclusive dicen los troqueles Industrias Marteles, made in París, aunque de eso ya van quedando muy pocos aquí en el país”.

Da gusto escuchar a Tomás con sus descripciones sobre estructuras que se barrenan, pasadores y cómo forjar el hierro. Con orgullo muestra cada pieza o instrumento en el taller, como la fragua, que tiene su caja original donde se vierte el aceite para mantenerse lubricada, y el antiguo taladro americano industrial, el cual conserva la vitalidad de sus años mozos.

Con Tomás y su retoño, Diuvier, aprendes de muletillas (uno de los componentes de la caja), diseño de la concha, guardafangos, estribos y hasta de los brazos, que en el caso de la Duqueza reiteran los avezados que tiene cuatro brazos y apenas dos, el Milord.

No es casual entonces que cinco vehículos de la familia fueron utilizados en José Martí: el ojo del canario, porque en esa finca se sabe al dedillo, se vive y se disfruta el ambiente del coche.

“Los pasamos primero por el taller y de aquí salieron para La Habana. Echamos tres meses de rodaje, trabajando con ellos. No fuimos los cocheros porque en la trama se trataba de negros esclavos. La película fue buena porque conocí y paseé muchísimo. Disfruté de las filmaciones, algo que no soñé jamás, caminar La Habana en toda su extensión”, manifiesta emocionado Antonio Roberto.

Aunque el bullicio y el alboroto del séptimo arte pasó hace mucho, las rutinas en la finca de los García-Rodríguez no parecen cesar nunca. El sonido crujiente de rodamientos en los que el óxido ha hecho de las suyas, los fuertes golpes sobre el metal que se transforma con fuego y con maña, se escuchan a disímiles horas del día.

¡A Cárdenas en coche!

La cola de coches en la entrada no mengua, en vez de eso: se multiplica. La voz sobre el talento del herrero Tomás y su familia recorre kilómetros como si el viento ayudase a dispersar el mensaje.

“Hoy en día tenemos muchos problemas con lo que es tornería y la madera porque cualquiera no sirve para un coche. Debe de ser algarrobo o roble blanco, para que sea liviano y resistenta al agua y al sol. A mí me encanta mi trabajo y por eso lo investigo”.

– ¿Mantendrá entonces la tradición?

– ¡Claro! Hasta que me muera.

Recomendado para usted

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *