Omar y Youssef: el destino de todo un pueblo

Omar y Youssef: el destino de todo un pueblo.

Omar no puede dormir; extraña acostarse abrazado a mamá. Las luces intermitentes y el constante estremecimiento del edificio lo asustan. Está cubierto de polvo; de esa arenilla que cae del techo y se adhiere a la piel. Le pica mucho.

Lleva horas con un fuerte dolor de estómago y, aunque intenta olvidarlo, sigue ahí: tiene hambre. Mamá y papá siempre lograban conseguir algo de comer para él y sus hermanos, aunque Omar sabía que ellos se quedaban sin nada la mayoría de las veces; seguro les dolía el estómago también.

Ahora está solo y debe buscar comida, pero tiene miedo. Miedo de caminar sobre los escombros, miedo de las bombas, miedo de las personas; tiene miedo de morir, igual que su familia.

El cansancio lo rinde. Abre los ojos cuando la claridad entra por lo que alguna vez fue parte del edificio. Se queda un rato observando las ruinas. A pesar del miedo, sabe que debe salir; de lo contrario, morirá de hambre.

Omar emprende su “búsqueda” y, mientras camina, siente cómo le tiemblan las piernas. Por unos niños que corren con jarros en las manos, se entera de que están repartiendo comida cerca de allí. Corre él también; corre con las fuerzas que le quedan.

Cientos de personas rodean los calderos. Cientos de manos levantadas al aire, que claman misericordia en forma de alimento. Los niños, de todas las edades y tamaños, se cuelan por entre la gente y alcanzan el preciado cucharón de caldo. Omar hace lo mismo.

Después de comer intenta regresar al edificio, pero comprende que no sabe cómo llegar. Todas las calles son iguales: están devastadas por la guerra. Decide caminar un poco más y, entonces, ve a un hombre parecido a su padre: ¡Papá! ¡Papá!

Hace días que Youssef solo realiza su labor de reportero. Hace días que no duerme. Hace días que no come. No tiene fuerzas para enfrentarse a la guerra; esa que le arrebató a su joven esposa y sus hijos. Espera la muerte, espera que llegue pronto, quizás la próxima bomba le hace el favor.

Está cansado de ver cómo se destruye su país. Está cansado de tantas muertes. ¿Cuándo terminará todo esto?, piensa. ¿Por qué mis niños y no yo? Quiere morir igual que su familia, pero hay algo que lo mantiene de este lado.

Youssef ve cómo sus compañeros también encaran el conflicto, aunque ellos, de igual forma, han perdido a sus hijos, a sus padres, a sus hermanos, a sus parejas. Quizás la resiliencia los mantiene vivos.

Se dirige a una zona donde reparten comida; quiere captar cómo su pueblo se muere no solo por las bombas y los disparos, sino también de hambre. Quiere retratar esas manos; esas manos que piden vivir, que piden auxilio.

Una hora más tarde, mientras fotografía a una madre con su hijito desnutrido, escucha la voz de un pequeño: ¡Papá! ¡Papá!
Cuando ve al niño, tan inocente como sus difuntos hijos, comprende enseguida por qué sigue vivo; comprende que Dios lo ha enviado a él: comprende que será su padre.

Omar y Youssef se unieron en medio del caos para sanar juntos; para sobrevivir uno al lado del otro. Omar y Youssef seguirán de la mano, seguirán sobreviviendo, seguirán resistiendo, hasta que un Dios, unilateral, omnipresente, decida su destino: el destino de todo un pueblo.

Basado en la historia del periodista palestino Youssef Sharaf. (Por: Daniela Lantigua Carballo, estudiante de Periodismo)


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