
La primera vez que escuché el término “muerte digna” fue en un curso sobre espiritualidad y valores al que me arrastró casi a la fuerza mi tía, una querida psiquiatra cardenense, que abogaba por que tuviera una formación integral. Pero, para mi sorpresa, lo que parecía un taller poco llamativo en la convocatoria, se transformó en encuentros muy productivos donde se abordaron profundos dilemas éticos, entre ellos la muerte digna y el derecho a la eutanasia.
Tardé años en entender aquellas palabras que debatían sobre el final de la vida y cómo lidiar con enfermedades terminales dolorosas. Entonces me parecía cobarde que un hombre (o mujer) decidiera poner fin a su existencia de alguna forma antes de que fuese el cuerpo quien diera la última señal de aliento. “¿Por qué rendirse y no luchar?”- cuestionaba.
Luego la tía psiquiatra enfermó de cáncer y comprendí, de la peor manera, las luchas internas que libran quienes se enfrentar a tales desafíos, los que ni siquiera la ciencia ha logrado revertir a pesar de las investigaciones en el orbe. Entre quimios destructoras, fortalezas, decisiones difíciles, incertidumbre y un ajiaco de sentimientos, entendí que todo no era tan en blanco y negro como lo percibía en mi adolescencia.
Sin embargo, para algunos el tema sigue siendo muy polémico. A inicios del pasado año, un gran revuelo provocó la nueva Ley de la salud, aprobada en el Segundo Período Ordinario de Sesiones de la X Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en la que salían a la luz aspectos relacionados con los procedimientos para el fin de la vida y el derecho a la muerte digna en personas con enfermedades crónicas degenerativas o irreversibles con un sufrimiento intratable, que se encontraban en fase agónica o terminal de vida. Lo que, aclaro, no se trata solo de inyecciones para detener pulsaciones sino donde se incluye, además, la limitación del esfuerzo terapéutico y los cuidados continuos o paliativos.

Los cuidados paliativos ayudan a las personas con padecimientos graves a sentirse mejor al prevenir o tratar los síntomas y efectos secundarios de la enfermedad o del tratamiento aplicado para combatirla.
Justamente poco después de debatida la ley cubana se inauguró una sala en el hospital provincial docente clínico-quirúrgico Faustino Pérez, de Matanzas dedicada a los cuidados paliativos. En el local yumurino, con excelentes condiciones de recursos y calidad humana, se atienden pacientes con dolencias que ponen su vida al borde de la muerte.
Da regocijo saber que en Cuba – y en Matanzas- existan lugares que transforman dolorosos finales en historias de dedicación, espacios donde tras sus puertas no solo encuentras rostros demacrados y penumbras, sino que también puedes hallar luz y amor en cierta enfermera que se reúsa a permitir que uno de sus pacientes deje de comer aunque eso implique darle con sus propias manos una a una las cucharadas de alimento, o en el acompañante que comparte su café con el doliente de la cama del lado, o en el doctor que con palabras de afecto sana un alma rota.
Perder a un ser querido siempre dejará un sabor amargo, un dolor que cala tan adentro que sientes que te impide respirar; una página que, quizás, no lograrás pasar nunca. Pero es egoísta querer que alguien extienda su sufrimiento por ti. Mejor vuélvete puntal con el que sostengas su mundo y ayúdale a enfrentar sus miedos; vuélvete su apoyo, su coraza, tómale fuerte de la mano mientras encuentra la luz al final del túnel. Déjalo morir con dignidad, a fin de cuentas, es su derecho.
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