
Solo la portada de un libro puede llegar a costar entre 100 y 300 pesos cubanos. Cada hoja puede oscilar entre 15 y 30. Solo en papel, una obra de formato pequeño, con 80 páginas, puede superar ampliamente los 1 000 pesos, y no hemos hablado de tinta u otros recursos, ni del pago del trabajo de encuadernadores, editores y demás.
Conclusión, los libros son caros, tanto en Cuba como en la Conchinchina. Lo que nos hace diferentes, en este sentido, al resto del mundo, es que aquí la mayoría de los textos que se comercializan en formato físico en las librerías públicas son subsidiados por el Estado.
Si no me creen, lleven a un amigo extranjero, con un mínimo de conocimiento sobre literatura, de compras por la Feria del Libro de cualquier provincia y deléitense con la cara de espanto que va a poner cuando se encuentre clásicos universales por un precio menor a los 10 céntimos de dólar. Aunque el costo real de su manufactura pique cerca de los 2 000 pesos (16 USD, al cambio oficial, y unos seis, al informal).
¿Por qué el Estado cubano subsidia el libro? En primer lugar, por eso de que “leer es crecer” y eso otro de que “ser cultos es el único modo de ser libres”. Si Martí no les convence, la segunda razón es que, si se comercializan en su valor real de mercado, la literatura y la bibliografía se volverían artículos de lujo, los cuales solo podrían pagar un grupo muy reducido de personas.
El problema que genera todo lo planteado anteriormente es que, si no hay dinero para resolver problemas vitales para el sostén económico de la nación, ¿de dónde vamos a sacar recursos para imprimir libros? A esta, y más preguntas, daremos respuesta en este reportaje.
El libro digital como complemento
La escritora matancera Náthaly Hernández Chávez reconoce que el libro digital no es una alternativa, es un complemento. “Es una opción más, una manera diferente de consumir el contenido de una obra, además de facilitar su acceso a millones de personas en todo el mundo.
“Pero no podrá jamás reemplazar al libro físico, porque el hecho de que este no exista, vuelve al documento (PDF, EPUB, o el formato que sea) en algo frío, carente de vida.
“Lo hemos comprobado en las presentaciones. Aunque se busquen maneras de mostrarlo de forma dinámica, con códigos QR para poder descargarlos, pantallas con la carátula y firmas digitales, los lectores nos comentan que falta algo”.

El poeta Pablo G. Lleonart saca un ejemplar de uno de los estantes de la librería provincial, lo hojea y luego lo huele. “Cuando leo en digital me falta el olor a tinta y me pierdo el acto de poseer el libro, de poder marcarlo, de subrayar frases e, incluso, de la carga de tener que llevarlo a todos lados, de que ocupe espacio en una maleta y que luego se gane, o no, un lugar en mi librero personal. Todo eso forma parte del disfrute de la lectura, y el que diga lo contrario es porque no se ha dado ese gusto todavía”.
El escritor de ciencia ficción Raúl Piad afirma que el libro digital forma parte de un proceso lógico en el desarrollo de la literatura y que son innegables las posibilidades y comodidades que brinda, pero que en Cuba se ha visto como una alternativa a la escasez de recursos.
“Desde mi perspectiva, las instituciones culturales cubanas le han dado valor al libro digital por las razones equivocadas. En vez de formar parte de ese proceso orgánico de evolución de las formas de lectura mediante la tecnología, se ha convertido en esa alternativa de bajo costo que permita sostener la producción literaria en el país; y eso es una aberración.
“Quién realmente ame la literatura jamás te va a decir que prefiere el libro digital, porque conozco personas que se leen el libro en el celular y después zapatean media Matanzas para buscar el impreso, al precio que aparezca, y poder conservarlo, prestarlo, mostrárselos a los amigos.
“El libro físico es una necesidad, es el pilar sobre el que se sustenta toda la industria del libro. Aunque las circunstancias nos obliguen a buscar alternativas, nunca será una opción que este desaparezca”.
Salvar el libro físico
En las pasadas Romerías de Mayo, el evento multicultural que se celebra cada año en la ciudad de Holguín, llamó mucho la atención de los lectores la nueva colección presentada por Ediciones Matanzas, bautizada como Caja Negra.

Libros con portadas de cartulina kraft, con diseños realizados mediante serigrafía. Una solución económica que devino en valor artístico agregado y que los distingue del resto de los títulos en cualquier librería o estantería en la que se coloque.
Alfredo Zaldívar, director de la editorial yumurina, nos comenta que dicha colección ya tiene unos años y que recibió este nombre porque en sus inicios las portadas eran de cartulina negra, recurso con el que contaban para hacerlo.
“No importa el material del que se confeccione el libro, lo importante es que se vea que hubo un trabajo para dignificar la obra, con un buen diseño, un buen montaje y una buena edición. Si todo esto se logra, tanto el autor como los lectores lo terminan agradeciendo, porque el objetivo final que perseguimos todos es que el libro salga.
“Tengo que agradecer el diseño de Johan Trujillo y el trabajo de serigrafía de Guillermo Rojas, además del esfuerzo de todos los trabajadores de la editorial para que esta colección salga. De momento, estamos sacando tiradas de 150 ejemplares y hemos logrado reducir considerablemente los costos”.
Frank Santana Castro, director del Centro de Promoción Literaria José Jacinto Milanés, plantea que, además de los recursos y la mano de obra, hay que contar la transportación y la comercialización en lo que se invierte por cada ejemplar.
“Realmente es un proceso que lleva un nivel alto de subsidio, sin el cual sería imposible de llevar a cabo, y más en las condiciones actuales. Un libro infantil no puede costar más de 25 pesos, por política de país; de los libros más grandes, dígase novela o ensayística, el precio oscila entre los 70 y 80; estamos hablando de 10 veces menos su coste de producción.
“Una de las alternativas que hemos buscado para mantener esta dinámica en nuestras librerías es la de vender libros de uso a un costo mayor; incluso, comercializar artículos de oficina y utensilios infantiles y escolares, como libretas, colores, presillas y demás.

“Los libros de uso, específicamente, forman parte de otro tipo de gestión, en la que nuestros usuarios pueden poner a la venta obras que conservan en sus casas y que por un motivo u otro ya no desean coleccionar. El valor se negocia, y la ganancia se reparte en el 60 % para el propietario y el 40 para la institución.
“Para los que creen que el libro no se lee ni se vende: en Matanzas, las tiradas de 200 y 150 ejemplares por obra se agotan en menos de un año. Los géneros más consumidos en nuestra provincia son la poesía, la historia local y el teatro; lo cual contrasta con el resto del país, donde la narrativa y la ciencia ficción son más comercializadas.
“En torno al libro digital, todavía queda mucho por hacer en el territorio. El año pasado comenzamos a presentar algunos proyectos para producir y comercializar obras solo en formato digital, algo que lleva un trabajo serio, tanto para que los autores se interesen por esta dinámica, como para que los lectores puedan acceder fácilmente a los textos. Este año, por ejemplo, en la Feria del Libro de Matanzas creamos un espacio de copia de textos en PDF y EPUB, y tuvo una buena acogida por parte del público.
“Pero el libro físico siempre será una prioridad; de hecho, es nuestra principal razón de ser. Todo esfuerzo en aras de poder publicar más, con los recursos con los que contamos, siempre será apoyado por las instituciones culturales de la provincia”.
LA MAGIA DEL LIBRO HECHO A MANO
“Primero leemos el texto que nos llega a la editorial. Acorde al tema y a la forma de contar, seleccionamos los materiales que podrían funcionar para el libro. Siempre buscamos que tenga volumen, que tenga un valor artístico y que provoque la interacción del lector”.
Así es el proceso creativo en Ediciones Vigía, según nos cuenta su diseñador Héctor Rivero Martínez. Una editorial que, desde su fundación en 1985, se distingue por la confección de libros, plaquettes, revistas y catálogos totalmente manufacturados.
“Los materiales para hacer realidad el diseño de la obra son muchos, en dependencia de lo que se pueda resolver, claro está. Además del papel, el cartón, la cartulina y la tela, que sería lo básico, hemos trabajado con arena, caracoles, tierra, plástico, pedazos de madera, flores secas, desechos industriales, en fin, de todo.

“Buena parte de estos recursos nos los donan personas e instituciones, pero a veces tenemos que salir en busca de algo muy concreto. Por ejemplo, una vez tuvimos que conseguir cerámica rota. Les decimos a nuestros lectores que todo lo que vayan a votar, ya sean botones, chapas o un equipo electrónico viejo, lo traigan a Vigía primero, para que nos den la oportunidad de darle un último uso y convertirlo en arte.
“El centro del libro nos apoya mucho en este sentido y nos garantiza un grupo de recursos para poder trabajar, pero siempre hay que buscar ese extra que nos permita satisfacer nuestras necesidades creativas y distinguir los textos de los escritores que publicamos.
“Vigía publica, generalmente, 200 ejemplares de cada obra, y el tiempo que requiere su confección depende, en gran medida, de la complejidad del diseño y la extensión. Puede ser de uno a tres meses, o más. En ese sentido, el libro al final es el que dice la última palabra.
“Nuestras obras tienen el valor agregado de cargar con la energía de cada uno de los trabajadores de la editorial. Cada portada, cada hoja, lleva consigo el esfuerzo y la dedicación de todo el equipo, y ya eso de por sí los vuelve especiales.
“La editorial no tiene plataformas de libros digitales porque no tendría sentido, nuestra principal misión es defender el libro físico hecho a mano. Solo compartimos mediante nuestras redes sociales las fotografías de nuestro trabajo”.
Ediciones Vigía es la principal muestra de que el libro tiene un valor más allá de los recursos empleados en su confección, siempre y cuando se haga con la pasión y profesionalidad que merecen los textos.
En Matanzas, el libro físico representa un baluarte de nuestra cultura y de nuestras tradiciones literarias, y se seguirá imprimiendo con lo que se tenga a mano, gracias a la voluntad de todos los que trabajan en el sector y, sobre todo, por respeto a los lectores.
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