Versiones de la traductora o cómo no ganar un concurso literario

Versiones de la traductora o cómo no ganar un concurso literario

“Ganar un concurso literario implica varias cosas, y escribir bien no es una de ellas”. Así nos presenta Roberto Ráez (Holguín, 1996), Robert a secas para los amigos, su nueva novela Versiones de la traductora (Premio Calendario 2024, Casa Editora Abril). El texto fue presentado en Matanzas en la recién concluida Feria del Libro.

Un texto donde el protagonista, periodista, escritor, narrador, corrector, amante, adicto a los Simpsons y fumador ha tenido la suerte de ganar un concurso y publicar un libro, para luego ganar una beca y verse obligado a escribir otro.

Ahora soy una presentación de un libro.

El escritor, el protagonista, como Robert, padece de un problema artístico poco común, y es que la realidad lo supera por velocidad. Por eso, no es de extrañar que el Centro de Formación de Artistas Jóvenes decidiera establecer un pacto basado en suposiciones, donde ellos le pagarían un supuesto dinero por un supuesto manuscrito de una novela.

Aunque la situación se tensa cuando los compañeros del Centro se dan cuenta de que el protagonista no entiende a Carpentier, no le interesa Houllebecq y aborrece las novelas de Thomas Pynchon.

Ahora soy una parodia de la novela.

Es evidente que el protagonista, cuyo nombre importa poco, no sabe leer o, al menos, hacerlo correctamente. Pero es que a los del Centro de Formación de Artistas Jóvenes tampoco les gusta la forma en la que Robert divide los párrafos, disculpen dije Robert cuando me refería al protagonista. Este no sabe dividir los párrafos, sus oraciones carecen de complejidad y su estructura gramatical es endeble, sí, leyeron bien, endeble.

Versiones de la traductora o cómo no ganar un concurso literario

Pero como buen escritor, además de emborracharse de vez en cuando, es un tipo terco como una mula, y por supuesto que va a escribir la novela. Como si se demora una vida, como si escribe dos palabras por noche y al mes decide borrar el único párrafo visible en la página en blanco del Word, Arial 12, interlineado 1,5, alineado a la izquierda.

Ahora soy un diploma condescendiente.

A Robert, digo al protagonista, le apasiona seguirles el rastro a otros escritores. Algo que aprendió de otro tal Robert, de apellido Bolaños. En este caso, el perdido se llama M. Costa y el objetivo principal no es tanto encontrarlo en sí, como probar que estuvo en Cuba, en La Habana, en las playas de Tarará.

Aunque al final resulte solo una justificación barata, porque aquí lo que importa es que la novela le guste a los compañeros del Centro de Formación de Artistas Jóvenes, entender a Carpentier y lograr estructuras sólidas.

Si algo entiende, perfectamente, Robert, digo, el protagonista, es que antes de los Simpsons estaban los Power Rangers, y antes de estos no había nada. En las pantallas de las televisiones solo existía un vacío infinito en el que, tras un inexplicable big bang, apareció el Power Ranger rojo, porque sí, aquí a nadie le interesa otro Power Ranger que no sea el rojo.

Por esa razón, la novela está repleta de referencias a la cultura pop, esa que suena como una burbuja al reventar, pop, pop, pop.

Ahora soy una comparación pretenciosa, ¡qué asco!

En la primera novela del protagonista, ¿o era en la de Robert?, recuerdo que el narrador en primera persona decide pasar a la tercera y, ya puestos a decidir cosas, afirma que la siguiente página que el lector leerá será negra con las letras en blanco.

Aunque reconoce que le propuso al editor del Centro que hubiese querido que el libro entero tuviera las páginas en negro con las letras en blanco, pero la escasez de tinta en el país lo volvía una producción imposible.

Además, ni Robert ni el protagonista eran Carpentier, Houllebecq, Thomas Pynchon, Bolaños, M. Costa u Homero Simpson; como para que el Centro destinara más recursos de la cuenta a su novela.

Ahora soy una reflexión.

Versiones de la traductora es otro ejercicio literario disfrazado de novela, es otra broma de Robert Ráez para sus lectores, es otro diario escritor sobre su vida, sobre su realidad.

Si en Boustrophilia (Ediciones La Luz, 2019) el universo del autor, y del protagonista, eran los talleres literarios y la juventud temprana en una ciudad del Oriente del país, en Versiones de la traductora, ese joven escritor creció, dejó a los amigos atrás, ahora tiene una novia que viaja al extranjero, unos gatos que cuidar y un trabajo donde señala en rojo las palabras peligrosas que luego serán borradas de los textos originales, con el consentimiento o no de sus autores.

¿Subtítulo es una palabra peligrosa?

Lo único que sigue igual es su empeño en que los del Centro de Formación de Artistas Jóvenes le acepten un manuscrito sin cambiárselo demasiado y sin mandarlos para una mala palabra.

Ahora soy una conclusión melosa.

Con Versiones de la Traductora, Robert nos regala otro texto divertido, que nos hace reflexionar en cada página, que nos lleva a lugares comunes pero reconfortantes, que pone al escritor, una vez más, como centro de su universo particular, que se desbarata a un ritmo vertiginoso y donde lo único importante es escribir, amar y ser un Power Ranger rojo.


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Sobre el autor: Boris Luis Alonso Pérez

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