Nostalgias de mochilero: De Imías a Baracoa (Segunda parte)
De San Antonio del Sur no recuerdo demasiados detalles. Es de esos pueblos que surgen como una silueta difusa al lado del camino, mientras vas inmerso en tus ideas y cavilaciones. Mis pensamientos están enfocados en la temerosa aventura que enfrentaría de un momento a otro, cuando alguna pendiente en la vía nos anunciara que estábamos frente a la inquietante carretera de la Loma de la Farola.
Por eso, si un cartel advirtió sobre la proximidad de aquel poblado, pasó desapercibido. De Imías, en cambio, sí recuerdo mucho. Una pancarta azul con letras blancas nos informó sobre nuestro arribo, y la disminución de velocidad del ómnibus Ikarus indicó que nos detendríamos unos instantes y que podríamos descender del vehículo.
Nos detuvimos justo frente a una panadería de fachada azul claro, o gris, datos hoy imprecisos. Pero lo que nunca he podido olvidar fue el paisaje que surgió ante la ventanilla, una vez retomamos la marcha. Mis ojos miraron con fascinación un área semidesértica que muchos años atrás había observado en mis libros de textos de Geografía.
Se trataba de un terreno árido y rocoso, con una rapa vegetación, donde logré divisar varios cactus. A cierta distancia, también distinguí una especie de espejo o cristal. En ese minuto no logré discernir si se trataba de esos efectos ópticos que produce el fuerte vapor que desprenden las altas temperaturas, osi realmente era una masa de agua. Algo improbable en dicho espacio yermo y estéril.
Si entonces alguien me hubiese dicho que esa zona de bajos valores de precipitación y de condiciones climatológicas extremas pudiera inundarse ante el paso de un evento hidrometeorológico, seguramente le hubiera lanzado una mirada de burla. «¡En Imías nunca llueve!», hubiera respondido con total convencimiento.
Y los textos de Geografía respaldarían mi respuesta, porque sin duda se trata de la zona más desértica del país. Solo que la realidad demostraría todo lo contrario.
Yo esperaba noticias de grandes crecidas en el norte de la provincia de Guantánamo, por allá por Baracoa, y siempre con el deseo de que los daños no fueran cuantiosos. Pero, por más que buscaba información, me llegaban datos confusos que hablaban de inundaciones hacia el sur, en Imías,precisamente donde tienen lugar los más bajos valores de precipitación anual promedio del país.
Hasta en los lugares más insospechados, incluso donde apenas cae la lluvia durante el año, un mal día un vendaval puede atrasarlo todo y anegar los suelos más sedientos. Así ocurrió con el paso del ciclón Oscar por esta zona que primero conocí en los libros con curiosidad, luego recorrí con entusiasmo de aventurero, para descubrirlo muchos años después desde las desoladoras imágenes de la televisión.