La niñez es una etapa de la vida donde las preocupaciones son invisibles y la percepción de la realidad es absoluta: todo es nuevo, todo debe ser tocado, entendido, dicho; y lo que no, silenciado por mamá o papá; es una edad en que una lagartija puede ser un velocirraptor, un dinosaurio diminuto que cabe en la palma de la mano capaz de devorar moscas y pegarse a las paredes. En ese momento de crucial desarrollo cerebral y cultural lamentablemente ocurren disímiles fenómenos que aceleran la evolución de niño a adulto.
Debe quedar claro que cada familia es distinta y la educación es un concepto que aún estamos tratando de saber dónde comienza. Culpamos a la escuela de los problemas, así como culpamos a la casa; cuando en realidad la génesis de toda la situación podría encontrarse en lo más profundo de la psiquis del pequeño: un misterio a veces difícil de desenvolver. Como quiera que sea, es obligación de los adultos eliminar patrones de comportamientos que suplanten los que van acorde con la infancia.
Los niños están dejando de ser niños demasiado rápido. Hablan de la misma manera que lo hacen los adultos, que miran tranquilamente una pelea de perros o un partido de fútbol, ofenden a personas en la calle y hasta llegan a ser violentos. El constante impulso de satisfacer su curiosidad desaparece mientras crecen, y por desgracia existen mecanismos normalizados que aceleran dicho proceso.
Diversas son las causas que propician este desvanecimiento. Necesidades económicas los pueden obligar a vender mamoncillos frente a los bares y cafeterías, cargar con una carretilla llena de aguacates o una jaba con maní molido; la emigración o la muerte de un padre que releva la posición de patriarca a ese que a partir de ahora será el hombrecito de la casa; o la simple imitación de la personalidad de figuras paternas o maternas que restan valores, más que sumar. Como resultado, se va transformando su personalidad hacia una madurez teatral que contrasta con el tamaño de su cuerpo.
Los niños no deben llorar ni dejarse meter el pie ni mostrar debilidad, dudas; tienen que ser duros, sin emociones, taciturnos. Desde chiquillos han de estar detrás de la jevita, así son los chamas espabilados.
En el caso de las niñas, toda su vida pende en una balanza. Estás demasiado gorda, o demasiado flaca; tienes que cuidarte más, ser más femenina, no andes con machos; tienes que aprender a cocinar, a limpiar; un día tendrás un esposo, una casa, hijos, y todo eso va a recaer sobre ti. La educación para ellas comienza muy temprano. El hogar parece una academia de mujeres sumisas dispuestas a satisfacer a cada uno de quienes les rodean.
Han pasado décadas desde que comenzó la causa feminista y las formas que esta adopta en distintas partes del mundo; pero la mujer sigue siendo secundada en sus primeras edades a completar un manual de habilidades que se requieren para su total percepción como mujer.
A nuestros pequeños no les ayuda preguntarles, cuando apenas tienen cinco años, si ya tienen novios o novias. No los ayuda vestirlos como si fueran hombrecitos o mujercitas de medio metro. No los ayuda crear ambientes violentos o influenciados por el alcohol. No los ayuda privarlos de su tiempo después de la escuela con repasos de dos horas diarias; necesitan jugar y entender el mundo que les rodea. No los ayuda presionarlos por una nota, no todos ellos van a ser profesionales de la ciencia o la ingeniería, algunos serán pintores, escritores o encontrarán su pasión por otra vía. No los ayuda desmeritar sus sueños o destruir sus ilusiones.
El internet se usa también para silenciarlos, un chupete rectangular que no encaja en la boca, sino en los ojos. Hemos sabido combatir contra la tentación de revisar el móvil cada cinco minutos, pero para ellos es más difícil. Muchos se han vuelto adictos a aplicaciones destinadas a generar contenido infinito e intrascendente; su sentido de la atención está sobreexplotado. YouTube, Facebook, Instagram, etc., son ventanas a un mundo digital que les secuestra, altera su comportamiento y patrones de sueño, lo cual es importantísimo para un desarrollo sano.
Pero no solo esto influye, también el mundo real es, tristemente, un factor que posibilita la interrupción de la niñez. Niños con traumas, abusados física o mental, separados de sus familias, víctimas de sistemas educativos y de salud que fallaron en brindar un servicio digno, niños que escaparon de un ambiente tóxico.