Nostalgias de un mochilero: La mansión en Topes de Collantes

Nostalgias de un mochilero: La mansión en Topes de Collantes. Foto: Sandra Robaina Morales.
Nostalgias de un mochilero: La mansión en Topes de Collantes. Foto: Sandra Robaina Morales

Cuando la fotógrafa Sandra Robaina Morales oprimió el obturador de su cámara, quizá no alcanzó a imaginar con cuántas historias personales conectaría, porque una imagen captada puede desempolvar miles de recuerdos y emociones.

Cuando la artista del lente se detuvo ante aquella edificación entre montañas, que como una casita de muñecas apenas sobresale entre las estribaciones de Topes de Collantes, seguramente atinó a pensar en la luz o el mejor encuadre, o en las otras tantas variables que maneja y domina un fotógrafo.

Lo cierto es que en algún punto del lomerío obtuvo una perspectiva única de la casona que integra la Facultad de Montaña del Escambray.

Hace más de una década allí encontramos refugio un piquete de amigos que decidimos recorrer Topes con ansias de mochileros.

Gracias a la gestión de una buena colega, encontramos allí el lugar idóneo para restaurar las fuerzas, después de las largas jornadas atravesando entre las espesuras de uno de los parajes más hermosos de la geografía cubana.

Pero las instantáneas que capta Sandra Robaina para despertar mis viejas añoranzas de caminante en nada reflejan la edificación que conservan mis recuerdos.

Caminé por largos pasillos oscuros con paredes descascaradas por la ausencia de pintura. No llegaba a tener esa atmósfera húmeda y sobrecogedora de ciertos espacios abandonados, pero sí mantenía el aire de soledad taciturna, aunque permaneciera una docena de personas en su interior.

Era como si el edificio estuviera condenado al ostracismo total,  y conociera de antemano que aquellos visitantes solo estaban de paso. A los pocos días, regresaría la quietud absoluta, sumiéndolo todo en un sitio sin vida. Porque hasta los más exuberantes palacios solo cobran sentido con la presencia humana, con el sudor y los gemidos que desprenden los cuerpos.

Tal vez sea esa la razón del total mutismo que reinaba en sus pasillos de puntal alto, donde nos empeñábamos en mantener la voz baja, como para no alterar tanta tranquilidad. Fue una especie de pacto tácito entre nosotros, que surgió espontáneamente.

Durante el día, desandábamos las montañas disfrutando de los tantos senderos y cascadas de la zona. Ya en la noche regresábamos al lugar en extraña peregrinación, como a un sitio sagrado.

No logro rememorar más de esa vieja casona; solo su galería extensa y medio tenebrosa en medio de la nada, que nunca suscitó mi curiosidad. Por eso no alcanzo a visualizar en mi memoria cómo era el exterior ni el diseño de sus puertas y ventanas.

Solo la imagen de Sandra Robaina me ha permitido incorporar nuevos detalles de su arquitectura y reafirmar que verdaderamente existe, porque las escasas referencias del lugar muchas veces me hicieron dudarlo. 

De Topes las personas enumeran la belleza del paisaje, la tupida vegetación que aflora a orillas de los senderos, los arbustos de flores de mariposa de todos los colores posibles, el canto de las aves, las instalaciones turísticas entre las que destaca el majestuoso KuroHotel; mas, nunca nadie menciona esa casona apartada, donde pasé varias noches de un otoño lejano. 

Un buen día decidí retirarla de las remembranzas de viajes pasados que con tanto entusiasmo les comparto a mis amigos. Nadie la conocía, y comencé a creer que nunca existió y que solo fue fruto de mis ensoñaciones y nostalgias.

Hasta que apareció esa excelente foto que me hizo evocar de un tirón aquellas jornadas memorables, en las que un grupo de amigos se hospedó en una casona intrincada de Topes de Collantes. 

Desde entonces, la imagen permanece en mi celular, para convertirse en una de esas instantáneas recurrentes que señala uno de esos lugares mágicos que habitarán por siempre en mis recuerdos.

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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