Acabo de terminar Maxxxine. El reproductor llega a su fin y reprimo la tentación de rebobinarlo. Ahora, a ver si me logro explicar.
Desde hacía largo tiempo, cuando esta sección no tenía nombre todavía y apenas se contemplaba como sección, mucho antes de que Mario César Fiallo se sumara a esta batalla semanal, yo soñaba con escribir sobre algo así. Sobre una película tan especial e inolvidable que mi sensación fuera la de llevarla dentro, como una válvula postoperatoria sin la cual no podría vivir ni ser el mismo.
A partir de entonces ha sucedido, más de una vez. Porque, en efecto, nació El Cinematógrafo y en él he tenido la suerte de escribir sobre el arte que terminó de moldear la arcilla de la que estoy hecho. Una columna donde expresarme, el terreno perfecto: estrenos y clásicos desfilan ante mi elección, igual que las víctimas en un callejón para el asesino enguantado. De algunas he escrito con más cariño que de otras, al estar tocadas por un halo misterioso que las distingue y a veces las suma a mis favoritas de toda la vida.
Siempre están las que te gustan y las que no, pero luego, la menor de las veces, están las que te importan por motivos que escapan a su calidad y a tu entendimiento. Las que, simplemente, se quedan. Para ti. No te importa que hayan tenido o no éxito, que funcionen más o menos entre tus amigos cinéfilos, o lo que sus propios creadores digan a los periodistas. Lo importante es tener claro que, para ti, son buenísimas y parte de tu ser. Como Maxxxine, diablos.
Me remito a mis orígenes en el periodismo cinematográfico porque fueron precisamente X y Pearl, sus antecesoras, las primeras obras maestras que me motivaron a seguir opinando en público sobre la industria y sus productos. Finales de 2022. Estamos casi a finales de 2024, así que ha llovido bastante película en todo este tiempo y, sin embargo, mis ganas de Maxxxine no se apagaron nunca. Pocas veces he deseado, a riesgo de la decepción, que una secuela prometida resultase tan perfecta y satisfactoria como ha acabado siendo.
Y así y todo, confiado en que Ti West no me fallaría, en que Mia Goth no me fallaría, en que la última gran saga de terror no me fallaría, reaccioné como si no me lo esperase. “Emoción profunda, un sueño de espectador hecho realidad, conexión plena entre la pantalla y yo”, algo por el estilo trastabillé en un estado de Whatsapp antes de sentarme a saldar mi deuda con la trilogía: un Cinematógrafo para Maxxxine.
Hablemos ya de ella.
Corte.
EL MONSTRUO Y LA ESTRELLA
“Mira a tu alrededor. Llegaste a las entrañas de la bestia. Felicitaciones. Muy pocos llegan tan lejos”.
Elizabeth Bender a Maxine Minx en el motel de Psicosis, una tarde de 1985.
Estamos en 1985. Plena era Reagan. Dee Snider contra el puritanismo. We Are The World y el Live Aid. Gorbachov, Super Mario Bros., Windows 1.0, Rock Hudson y el sida, Kasparov, el hallazgo del Titanic. Asesinos en las noticias. Rocky IV, St. Elmo’s Fire, Holly Does Hollywood. La fiebre del video. Cine de sofás vs. cine de marquesina. En medio de esto último, Maxine Minx.
De hecho, de casi todo lo anterior podemos quedarnos solo con el elemento Reagan y el puritanismo, las noticias espeluznantes, la fiebre del video, la guerra entre el cine en casa o en la calle y, en medio, Maxine Minx. Sin embargo, lo mágico es que toda la época queda retratada perfectamente desde unos créditos de arranque tan portentosos como los de AIR, y los anuncios televisivos sobre sectas y feminicidios son tan creíbles como en Cobra. De hecho, al asesino de Cobra le llamaban Carnicero Nocturno, y al de Maxxxine, Acosador Nocturno. O sea, que por múltiples razones ¡se siente como en los 80! Nada que envidiar en ambientación, espíritu y añoranza al último Tarantino.
Porque Maxxxine es en buena medida un paseo por las calles de lo retro, territorio que a Ti West se le da bien desde que hacía films como La casa del Diablo. Si ya de por sí buscaba cualquier recurso para recrearse en lo excitante del ayer, desde un tema musical hasta un grano de celuloide, cómo no desplegarse ahora con la fama, el talento demostrado y el mayor presupuesto que ha tenido en su vida. Bastante control demuestra sobre su historia e intenciones, cuando cualquier otro se hubiera recreado un tanto de gratis en momentos Relax a lo Doble de cuerpo, esa cumbre del ochenterismo que solo a De Palma le salía tan elevado. Le debemos un texto a De Palma.
Maxine Minx (Mia Goth) expira sus últimos gemidos en el porno, a punto de llenar su primer protagónico en una peli hollywoodense, mientras los hechos acaecidos varios años atrás en una siniestra granja texana reaparecen junto a la amenaza de un aniquilador serial de mujeres pecaminosas. ¿Por qué, a estas alturas en que todo parece encaminado? El éxito se le resiste, por una cosa u otra. En pocos se atreve a confiar, son muchos los que le recuerdan de dónde viene y hacia dónde no debería llegar. Siempre hay una atadura al cochambroso mundo que amerita un taconazo en los huevos.
Tres planos idénticamente johnfordianos abren la trilogía X, que es como yo la denomino: una mirada de Ti West al exterior a través de la cámara. Luz fuera, trípode en la oscuridad. Pero lo que diferencia al inicio de Maxxxine es que, vistas en orden, ya conocemos X y Pearl (de 2022 ambas) y, llegados a esta tercera entrega, las expectativas son tan altas que uno se sobrecoge cuando ese portón gigantesco se abre y entra Maxine Minx, a ritmo de sus tacones lejanos, en dirección al lente.
Con impresionante seguridad audiciona para un terror satánico llamado La puritana II, interrogada por el equipo de casting y escrutada por los ojos de Elizabeth Bender (Elizabeth Debicki), una directora poco apreciada tal vez por ser directora, tal vez por atreverse a dirigir terror satánico, tal vez por las dos variables combinadas. La escena es soberbia. Le preguntan de todo con cierta indulgencia, Maxine responde con cierto desparpajo sureño, demuestra que se ha aprendido el guion de prueba y se gana enseguida la simpatía de la cineasta, otra que busca ser reconocida (y exitosa, obviamente) por su arte interior.
El problema es que mientras vemos todo eso, como decía, las expectativas son demasiado elevadas si te han gustado X y Pearl. Tanto que hasta seguidores de los más acérrimos, tras el hype complacido por una hipnótica secuencia inicial, han caído en los lugares comunes de “conclusión adecuada para la trilogía”, “cierre que baja el nivel de las anteriores”, “decepción” o, parafraseando directamente a la protagonista, “no voy a aceptar una película que no merezco”.
Es lo lógico cuando sueñas demasiado con un estreno pendiente. Casi siempre es peor la realidad que la película montada en tu cabeza, y aunque te acabe gustando con el tiempo, lo que el director hizo no tiene por qué ver en absoluto con lo que llegaste a desear.
Claro, ante un género tan truculento como el terror y sobre un suelo tan resbaladizo como el de las secuelas, es preciso tener paciencia, humildad e inocencia (tres cosas que un fandom suele tragarse como palomitas a los pocos segundos de proyección) para dejarse sorprender, entretener y premiar. La recompensa puede ser una gran experiencia, por más que en tu fervor y revisiones del tráiler fuese mucho mejor. El cine, contra todo riesgo, está lleno de terceras partes que resultaron muy buenas, osadas, incluso indispensables, tan espléndidas que hasta parecen saberse subvaloradas. Ahora mismo Maxxxine significa para su saga lo que Psicosis III para la suya, o 3 del Infierno en el caso de Rob Zombie.
Qué detalle las tres “x” del título, por cierto. Cada vez que lo leo es como un chispazo de neón.
Sumamente entretenida, se trata de una secuela en regla y efectiva. Nos añade el inframundo de las snuff movies a esa honda reflexión sobre el cine que en X recogía la revolución contestataria de los 70 y en Pearl el paradigma de Hollywood como el país de los sueños lejanos. Colorida y siniestra, divertida y amarga, macabra y hermosa… Es aquello con lo que soñaba durante el auge covid, cuando salía del encierro gracias a mi redescubrimiento de los De Palma y Craven infalibles, cuando me moría por ver algo de Argento, cuando rezaba para que el futuro me deparase una cinta a juego con mi empacho de giallos y thrillers hitchcockianos.
Pero lo realmente logrado de Maxxxine es que es una película sobre muchas películas. Aunque respire por sí sola, lo que hace por toda una mitología, por un género narrativo, por un género biológico, por una estética, por el desenfado con que antes se consumía el arte siete, es tanto y tan valioso que Ti West debe estar muy satisfecho de haber cumplido esta misión de rescate.
¿Qué rescata, y de qué? Pues, aparte de lo dicho, rescata del olvido a esas soñadoras screem queens, pornstars y aspirantes en fila, las malogradas en especial, que tenían mucho por dar pero entre toma y toma vieron hundirse sus carreras en el marasmo de los píxeles, en la enésima promesa de un papel con más diálogo, en el espejismo de un día no tener que desnudarse por contrato para seguir viviendo.
La afinidad entre West y su estrella, y sobre todo con Elizabeth Bender, es notable. Tenemos a un director que reúne suficientes características para ser considerado un autor, pero ha hecho cine de terror. Depura su técnica, se hace de un culto, Todopoderoso Scorsese lo aclama, pero una cosa no cambia: ante todo ha hecho cine de terror. Como el personaje de Debicki, como el personaje de Goth, es joven, prometedor y hay gente que le tiene fe, pero su pasado lo condena. Maxxxine es, como La puritana II para esa dupla femenina, una oportunidad al bate que no se puede dar el lujo de rechazar.
Se juega mucho, tiene unos cuantos ceros en dólares que justificar con su trabajo y la recepción del mismo. Legiones de fans a punto de la decepción o del éxtasis, poco propensos a los términos medios. En cada plano arriesga la razón misma de su carrera, la credibilidad de una actriz a la que ha dado el papel de su vida, el prestigio de un fenómeno artístico y mediático que en solo dos películas ya había sacudido el mundo. A ciencia cierta, es extensa la cantidad de cineastas que se han visto en semejante situación, pero… no tanto con el terror.
Inevitablemente, sobre West cae el peso de una tradición fílmica que se remonta más atrás de la Universal. Es el final boy de esta historia, a lo largo de la cual han desfilado héroes en plena maestría que nunca tuvieron el dulce sabor de una premier con alfombra roja y flashes en ráfaga para sus actrices.
Lo que al final él concede a Minx es justo lo que la vida le ha negado a otras como ella, y a otros como él: un gran estreno, un primer puesto en los titulares de cine, la responsabilidad histórica de haber desenterrado para siempre la valía de un género. Y ni siquiera sucede por la mecánica habitual de promoción-estreno-acogida, sino a raíz de un sangriento escándalo que pondera a la diva como ícono del true crime y revienta las taquillas cuando se estrena La puritana II.
Así cualquiera, ¿no? Mas, no todos los proyectos han contado con un secuestro en su diario de rodaje, ni han tenido a su leading actress enfrentada a las fuerzas del mal en lo alto de una colina de Hollywood. Se han sumado al olvidable y más saludable limbo del cine del montón. Nuestra suerte como devotos de Maxine es que, para ella, ser del montón es peor que plantar cara, incluso con los ojos vendados, al ejército de las tinieblas. Hasta esa turba, para cumplir sus propósitos, se vale de luces para una filmación, y de filmaciones y de luces y de tinieblas Maxine sabe como nadie.
THE END?
Cuando todo acabó, como un niño lloré. Sí, aunque parezca insólito que alguien llore con una película de miedo, y no por angustia. Es evidente que, siendo espectador curtido, esa clase de reacciones se producen con lo que guardo una exclusiva afinidad, y solo así explico que me suceda más con algo como Maxxxine o Top Gun: Maverick que con muchos dramas de manual publicitadísimos en todo el planeta.
Se debió mi llanto, más que nada, a que el momento “Ahora que todos conocen tu nombre, ¿sabes qué vas a hacer después? Tienes la atención de todo el mundo” está lleno de amargor. Sabemos que es una mentira insólita lo que estamos viendo y escuchando, que una estrella del grito no tuvo jamás en los 80 el mundo a sus pies, ni la Jamie Lee Curtis que solo halló aclamación fuera de su estilo seminal. Que el cine es sueño, y los sueños cine son.
Por eso entiendo tan bien la respuesta de Maxine cuando, al borde de la emoción, pone en sus palabras un sentir que también es mío. “Solo quiero que esto no termine nunca”.
Acordes de Bette Davis Eyes empiezan a electrificar los últimos fotogramas. La película arrancaba con frase de aquella que una vez fue Baby Jane: “En este negocio, hasta que no crean que eres un monstruo, no serás una estrella”. Se cierra un ciclo de los minutos primeros a los finales, de la entrega inaugural a la definitiva, y lloro también porque elegir esa canción, precisamente esa, para terminar la dulce pesadilla de Maxine hacia el estrellato es lo que en Cuba llamamos “ponerla donde va”.
Es la que tiempo atrás sonaba en mis oídos de niño, la que identifiqué de casualidad por la radio, la que se convirtió en mi tema insignia y la que propuse para el podcast de cine que dirijo, por ser la elegía sonora al cine más maravillosa que un viejo casete me ha legado. Perfecta para acordarnos de los monstruos que decía Bette Davis.
Mejor dejémoslo así, sigámosle el juego al autor que juega a ser benevolente como premio a su heroína, no agitemos con nuestra doble lectura la plenitud de un final feliz. Podríamos despertar a la actriz que duerme. Que se mantenga el encuadre en torno a una cabeza decapitada de utilería, como sacada de una producción de William Castle, y la cámara se despida hacia el luminoso exterior de los estudios y recorra el horizonte, y nos muestre un cartel de HOLLYWOOD convertido en cartel de MAXXXINE al menos por una vez, y se eleve y se eleve, y alcance en lo más alto el vertiginoso lugar donde compiten en esplendor las estrellas.
¿Fin?