¿Quién mató a Baudelaire?, óleo sobre lienzo de Adrián Socorro. Fotos: de la autora
Sobre el agudo filo de las humanas apetencias se desliza la obra pictórica que el matancero Adrián Socorro Suárez exhibe actualmente en la Galería Pedro Esquerré. Su narrativa nos habla del deseo como motor del alma, que puede sacar lo más elevado de nuestro ser, lo excelso, la plenitud, o arrastrarnos a un universo de miserias y bajos instintos.
La muestra, titulada ¿Quién mató a Baudelaire?, recoge una veintena de obras (óleos sobre lienzo y cartulina) que abordan desde la servidumbre de los sentidos hasta el poder emancipador del libre albedrío. La referencia al “poeta maldito” no resulta gratuita, al autor de Las flores del mal lo llevó la sífilis a un prematuro fin, resultado de su vida disoluta, durante la que buscó en “paraísos artificiales” (el alcohol, las drogas y la prostitución) el remedio para su eterna soledad.
El pintor, al igual que Baudelaire hizo en su momento, se propone explorar la belleza de todo aquello que usualmente no nos parece hermoso, la virtud del vicio, el esplendor de los suburbios del alma.
En palabras de la curadora Meira Marrero: “Constantemente Socorro recrea pasiones fluctuantes y experiencias universales (…) Hoy, ese contenido cardinal en su producción plástica, lo hilvana con (…) el poeta más importante del simbolismo francés; y es aquí donde descubrimos que no lo mató nadie. La historia del arte le regaló la eternidad, esa que en este capítulo de su trabajo Socorro logra honrar e inmortalizar apropiadamente”.
En piezas de gran formato como Sicario; El sublime placer de odiar; Celeste, la vecina o la serie Héroes del eterno supervivir, todas realizadas durante este año 2024, desfilan una galería de personajes queer. Algunos, ensimismados en su propio deleite; otros, desafiantes, abiertamente intentan provocar al observador, descolocarle. Surge la realidad descarnada de una ciudad que cobija a toda clase de criaturas de la noche, buscadores del placer, sobrevivientes natos, ocultos entre las sombras de los callejones o las bambalinas del teatro.
La pincelada gestual, libérrima y desprejuiciada y la violencia de los contrastes de color vienen a remarcar la sensación de estar frente a un ambiente onírico, casi psicodélico. En la contemplación de esa sensualidad apetente, desinhibida, donde se canta a nuestra esencia animal y al sexo como parte indispensable del placer de existir, Socorro nos convierte a todos, dentro y fuera de las obras, en voyeurs.
Comparte el espacio de la sala como invitado el artista canadiense Alain Dorval, quien por primera vez expone en Cuba. En sus dibujos e instalaciones, fabricados con materiales reciclados e imbuidos del estilo naif, traduce sus impresiones sobre la Isla. La interacción entre las estéticas de ambos creadores, tanto desde lo visual como desde lo conceptual, produce cierta noción disgregante dentro de la muestra.
Este viernes siete de septiembre cierra sus puertas la exposición y con ella la posibilidad de disfrutar de una de las propuestas más interesantes y singulares de la pintura contemporánea yumurina. Si como dijera el filósofo Baruch Spinoza, “el deseo es la esencia del ser humano”, ante la pregunta de si este esclaviza o libera, si es pulsión irracional o necesidad consciente, solo el espectador sagaz puede responder.
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