Le restan tan solo unos días a agosto para que las vacaciones de verano lleguen a su fin y comience un nuevo curso escolar para la enseñanza general el próximo 2 de septiembre. Fecha en que otra vez nuestras calles y escuelas se llenarán de pasos apresurados, inicios, reencuentros, y los colores rojo, azul y blanco anunciarán que comienza otro ciclo para acercarnos al saber.
Son estas últimas horas de agosto jornadas que se viven de forma intensa en los hogares cubanos, con vistas a concluir cualquier detalle para que septiembre inicie con buen pie y los niños y adolescentes dispongan de lo básico para acudir a la escuela.
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Mientras, al interior de algunos hogares las familias “hacen maravillas” para asegurar la compra de mochilas y merenderos inalcanzables para muchos, gestionar la merienda, que cada vez se vuelve más cara y escurridiza, o adquirir medias y zapatos, artículos tan necesarios y cuya demanda hace que en estas fechas sus precios se disparen sobremanera. En otros, se desempolvarán la mochila y los zapatos del año anterior, donde la obsolescencia no puede hacer mella aún, se arreglarán uniformes y de igual modo se velará por que los pequeños vayan limpios y con buena presencia a reencontrarse con los conocimientos, que es a fin de cuentas lo que debería constituir preocupación para todos.
Así de trascendente es el comienzo de esta etapa, no solo para los estudiantes, sino también para los docentes y el personal que debe apoyar las labores educativas y que desde hace algunos días trabajan en la limpieza y acondicionamiento de los centros escolares para dar la bienvenida a los educandos.
Sin duda, el inicio del curso escolar es un acontecimiento que se vive en toda la Isla y que, a pesar del sinnúmero de dificultades, no deja de convertirse en el centro de atención de las familias, que ponen todo su empeño en proveer lo indispensable para el etapa lectiva que se avecina.
Este, como otros cursos, será un ciclo complejo, como lo es cualquier proceso que se desarrolle en un país marcado por una profunda crisis económica que afecta también a la Educación. Y no solo a sus recursos materiales, sino también a los humanos encargados de desarrollar un proceso docente-educativo acorde a estos tiempos, donde los estudiantes venzan los objetivos académicos y puedan aprehender valores tan necesarios como la responsabilidad, la disciplina, el respeto y la honestidad, básicos para convivir en cualquier sociedad.
Concretar este empeño requerirá no solo del esfuerzo conjunto de la escuela, las familias y otras instituciones, sino también de altas dosis de creatividad, conciencia social y la aplicación de alternativas disímiles para que el saber llegue hasta el más mínimo rincón de esta Isla.
Que las limitaciones y carencias no sean la excusa para desarrollar un proceso docente-educativo acorde a las expectativas que tiene nuestra sociedad es responsabilidad de todos. Que este curso sea momento para comprender mejor las necesidades espirituales de nuestros hijos y apoyarlos en sus proyectos ha de ser un reto para los involucrados en ello.
Si bien enfrentamos una vida escolar con carencias, prima lo más importante: el deseo de forjar a las nuevas generaciones que necesita este país, donde la educación de los pequeños ha sido siempre motivo de orgullo y desvelo para todo el pueblo.