Casi es tradicional la versión de que una pasión amorosa no correspondida y sus defraudados ideales patrióticos llevaron a la locura y a muerte temprana al poeta matancero José Jacinto Milanés (1814-1863) de quien se conmemorarán este 16 de agosto los 210 años de su natalicio.
El tiempo le alcanzó empero para que el infortunio no le impidiera hacer una obra relevante dentro del panorama de las letras hispanas como poeta, dramaturgo y ensayista, y convertirse en persona muy culta y creadora, a pesar de que sus padres no gozaban de recursos económicos.
Y aunque cuentan que al final de su vida era un hombre ganado por el mutismo absoluto, preso de una gran congoja y desvaríos, deambulante impenitente por las calles de su querida ciudad, para entonces ya había entrado en la historia dejando una huella intelectual poderosa e indeleble.
Sus coterráneos siguen amando con fidelidad al primer poeta que incluyó a las aguas fluviales, puentes y barriadas de la Atenas de Cuba en una obra literaria que sobrevivió a su autor con creces.
Con tesón y la ayuda de personas de bien logró forjarse en la juventud una preparación que incluía conocimientos del latín, francés e italiano, además de la lengua española, y no se puede dejar de mencionar la contribución de Domingo del Monte, gran promotor cultural venezolano radicado en La Habana, quien lo hizo partícipe del fuego creativo de sus famosas tertulias, al percatarse de su gran talento.
Y con la influencia de Del Monte consta que José Jacinto Milanés vivió los años más fructíferos de su quehacer intelectual todavía bajo la cordura -unos 10 años- y pudo entregarle a la ciudad y en definitiva a Cuba su obra hoy reconocida.
Hay quienes testimoniaron que a raíz de la presentación al público de su connotado drama El Conde Alarcos empieza a dar manifestaciones de crisis nerviosas y enfermedad mental.
A la pieza teatral le siguieron: A buen hambre no hay pan duro, Una intriga paternal y El mirón cubano, entre otras.
En cuanto a su inspiración lírica expertos reconocen en ella un ritmo melodioso, un tono intimista, tierno y romántico, que la dotaban de especial naturalidad, la cual a los gustos actuales podría sonar casi contemporánea, además de ser su marcado sello entre los de época.
Esa suerte de fineza del espíritu asombraba y el crítico y ensayista Max Henríquez Ureña hizo notar ese intimismo como peculiaridad no existente en otros poetas románticos de lengua castellana.
De ese género destacan «El mendigo», «El hijo del ebrio», «La fuga de la tórtola» y «De codos en el puente».
Igualmente han sido reconocidos su cubanía y el uso de voces propias de su tierra, junto a la mención de temas y sitios relacionados con la ciudad natal.
Fue su hermano Federico Milanés el encargado de concentrar y publicar toda su obra dispersa, en la cual muchos reconocen los acendrados sentimientos patrióticos de aquel que un día se autoproclamara «Hijo de Cuba». Él afirmó que a la nación lo ligaba «un destino potente» y proclamó «Con ella iré mientras la llore esclava, / con ella iré cuando la cante libre».
Cuentan que el desdén de su prima Isa, de 14 años, quien rechazara el amor de Milanés, pudo volverlo loco. Quién sabe, aunque no sea muy científico creerlo a pie juntillas por su tufillo de hermosa leyenda.
Su auge ocurrió entre los años 1835 y 1843, en pleno apogeo del romanticismo como movimiento literario y cuando él todavía mostraba buen uso de la razón, sin embargo cerca de la década de los años 40 comenzó a evidenciar crisis nerviosas.
Milanés obtuvo por mediación de Del Monte un notable cargo público, que desempeñó a nivel de su provincia natal que al tiempo que lo sustentaba le daba tiempo para sus creaciones teatrales, algo que disfrutaba y amaba.
El declive comienza a llegarle a partir de 1843, cuando aparecen episodios de mutismo y depresión cada vez más frecuentes, al paso de los años, hasta que se hizo total el problema y le durara hasta su muerte, ocurrida el 14 de noviembre de 1863. (Por Marta Gómez Ferrals, ACN)
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