A sangre y fuego: la épica del Moncada

Cuartel Moncada en Santiago de Cuba

Aquel 26 de julio, jóvenes de todo el país acudieron con armas en las manos ante el objetivo común de desafiar la tiranía en el Moncada.

“Es necesario que todos vayamos con fe en el triunfo, pero si el destino es adverso estamos obligados a ser valientes en la derrota. Porque lo que pase allí se sabrá algún día, y nuestra disposición de morir por la Patria será imitada por todos los jóvenes de Cuba”.

Abel Santamaría

UN CUARTEL A CONQUISTAR

¿Por qué el Moncada? ¿Por qué no asaltar un sitio más cerca de La Habana, el claro epicentro del poder? Por ejemplo, ¿no existía un cuartel llamado Columbia, que en el rincón de lectura del aula había un libro con una foto donde Camilo ayudaba a demolerlo a mandarriazos? Tiempo atrás pensaba así.

Desde luego hoy, con tanto estudiar de curso en curso la asignatura del dios Cronos, entiendo mucho mejor la razón: segunda fortaleza militar por excelencia del país, cercanía estratégica a las montañas, favorables precedentes de alzamiento en el Oriente… Las bibliografías afines lo explican por doquier.

Lo curioso es que, cuando yo era niño, obviaba olímpicamente todas las explicaciones posibles. Creía, con ingenuidad, que se había escogido ese edificio inmenso por un llamativo detalle de su nombre. La M de Moncada. Por la M de Martí. ¿No homenajeaba al Apóstol ese movimiento con nombrarse Generación del Centenario?

Ahora, de adulto, me limito a ser escéptico ante los caminos sorprendentes que elige la historia, sobre todo esas coincidencias que en ocasiones la hacen más gloriosa de lo que parece en días mundanos. Y a la vez persisten las dudas sobre lo que pudo pasar sin ese inoportuno aviso que desató el tiroteo, y el intento de comprender la magnitud que hechos como los del 26 de julio de 1953 alcanzan por sí solos.

La trascendencia histórica que conserva esta gesta extrema, contradictoriamente sublime, es el complemento idóneo a las últimas palabras con que Abel arengaba a sus compañeros poco antes de convertirse en mambises disfrazados de soldados: “Nuestro ejemplo merece el sacrificio y mitiga el dolor que podemos causarle a nuestros padres y demás seres queridos. ¡Morir por la Patria es vivir!”

LA BATALLA DE LO POSIBLE

Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio
Ilustración: Dyan Barceló

“Compañeros: podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos. Pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante”.

Fidel Castro Ruz

Por más que hayamos consumido los registros documentales que pormenorizan aquellos sucesos, muchos elementos resultan aún insólitos, desde los dolorosos hasta los sublimes.

Cuesta asimilar, sin ir más lejos, el coraje y la determinación necesarios para emprender semejante lance. Y los hubo. Pocas veces la juventud cubana ha aunado tanto de ambas cosas, para cumplir un propósito de tal naturaleza quijotesca que el Che, cervantino confeso, seguramente lo admiró desde que supo de él allá por otras tierras.

El rigor con que se planificó el golpe, el silencio martiano que rodeó cada paso de la organización, cada obtención de adeptos, armas o uniformes, denota un compromiso y un temple que rara vez los grupos humanos contraen.

De hecho, bajaron en número los futuros asaltantes durante la planificación, porque la inseguridad y el temor a un rifle defectuoso o a las consecuencias de ser capturados siempre están ahí, al acecho de los valientes para carcomer sus fuerzas. Por tanto, en menor cantidad y quizá redoblados en valor fueron los que finalmente se enfrentaron al alba.

Tampoco es fácil creer en la degradación humana a la que es capaz de reducirse no una víctima, sino su verdugo, como entre los muros del cuartel post asalto. La crueldad amparada por una tiranía y la orden de expedir el latrocinio, de acallar la prensa veraz, de insonorizar los gritos. El hombre convertido en hiena, haciendo trozos a su semejante. Y este, incluso mutilado en lo más íntimo, siendo hasta el final más hombre que su homicida.

Uno de esos hallazgos-espejo donde el lector se identifica, o busca identificarse, se me producen cuando leo la relación de matanceros caídos. Todos entre los 23 y 28 años, con excepción de ese médico excepcional que fue Mario Muñoz Monroy, ejecutado el mismo día que cumplía 41. De un tiro por la espalda, frente a las no menos heroicas Melba y Haydée, casi el primero en morir.

Con él y Julio Reyes Cairo, Horacio y Wilfredo Matheu Orihuela, Félix Rivero Vasallo, Gerardo Antonio Álvarez y Mario Martínez Ararás se anegó también en sangre matancera la Patria. Todos perdidos para siempre en esa clase de vorágine donde se confunde una caída en combate con un mero asesinato.

Muchos datos se agolpan en un marco tan apretado de tiempo, lo mismo la imposibilidad numérica de conquistar el objetivo que lo frustrante de la orden de retirada cuando ya estaba claro el imposible. Cuentan que, después de haberla dado, Fidel parecía el primer reacio a cumplirla en su persona, de pie en plena calle, todavía a riesgo de las balas enemigas.

Pero lo más increíble del Moncada, en mi lejana opinión, es que ahora se llame Ciudad Escolar 26 de Julio. Que sus ocupantes honren al asaltante del ayer. Que a través del mar y la montaña y el llano, de pronto, un día cobrase sentido el sueño moncadista. Y que la victoria en realidad no constituya una meta sin más, sino la constante lucha por ser preservada.

UN 26 PARA SIEMPRE

No importa que en la lucha caigan más héroes dignos,

Serán más culpa y fango para el fiero tirano.

Cuando se ama a la Patria como hermoso símbolo,

Si no se tiene arma se pelea con las manos.

Raúl Gómez García

A menudo incurrimos en el error de banalizar la épica, de despojarla de lo terrenal y humano. La épica también se accidenta camino de lo eterno, y abarca derrotas y pérdidas sensibles, y en ocasiones culmina al paso de años y más batallas y derrotas y éxitos.

Cuartel Moncada en Santiago de Cuba

Sin embargo, solo a través de ella se puede entender un fracaso como un paso más hacia el triunfo, y en ese sentido el Moncada resulta esencial en la memoria de esta isla. Cada jornada en que ese cuartel sacudió sus cimientos en boca de la opinión pública, en el temblor de madres y conspiradores, el fragor del 26 parecía gritar a los cuatro vientos que Cuba iba en serio.

Tuvo homéricos inspiradores y un espíritu de conquista, lucha al pie de murallas tan altas como las de Ilión, y hasta un juglar tan culto como Raúl Gómez García resumiendo en versos el sentir de la noble horda… Sí, cada vez que pienso en este acontecimiento es como cuando tomo un cantar de gesta del librero. Solo que, a diferencia de otros, este es demasiado real y de los pocos del siglo XX. De los muchos, no obstante, que pertenecen a Cuba.


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