Nostalgias de un mochilero: Manu Chao

Puedo afirmar con cierta pizca de orgullo que cuando Manu Chao visitó Cuba en el año 2006 lo disfruté por partida doble, trasponiendo más de 520 kilómetros para escucharle, y sin apenas dinero.

Nunca he logrado entender la fascinación de mi madre por Manu Chao. Solo sé que cuando las viejas bocinas de mi equipo emiten la voz tan peculiar de ese músico ella queda absorta y me pide que la repita una vez más, sobre todo si se trata del tema Me gustas tú, su hit más conocido en Cuba a principios de este siglo.

Escuche aquí Manu Chao – Me Gustas Tu (Official Audio)

Más que su voz, que para nada se puede definir de melodiosa, su magia reside en sus canciones de letras sencillas pero con ritmos muy bien concebidos donde se muestra la maestría musical del cantante franco-español, quien gracias a su alma de mochilero recorrió nuestro continente por ferrocarril llegándose a los puntos más distantes de Nuestra América, lo que le permitió beber de nuestro folclor.

Así se fue cimentando la leyenda de Manu Chao al conocer de primera mano y convertir en canciones el sentir y sufrir de los habitantes de una tierra expoliada por el hambre y la explotación, pero que logra cantarle a sus dolores más profundos. 

Las vicisitudes de los emigrantes, la violencia, la drogadicción, aparecen como temas recurrentes en sus canciones. También al desamor le canta Manu como pocos, sobre todo cuando se hace acompañar de la guitarra adolorida y desquiciada de Madjid Fahem.

Todos esos datos ya los conocía cuando mi amigo Randy Cabrales me convidó a viajar hasta La Habana para un concierto del artista que tendría lugar esa misma noche. Al saber de aquella noticia me incorporé en la litera como un bólido, para refrenar mis deseos justo en el instante en que comencé a realizar cálculos de mis esmirriadas finanzas.

Pero el deseo de asistir a un concierto de tal magnitud me entusiasmó de tal manera que lo importante era llegar a La Habana… ya para el regreso nos arreglaríamos. 

No serían las ocho de la mañana de un día cualquiera cuando mi amigo y yo atravesamos la puerta de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas rumbo a una experiencia que ya sabíamos inolvidable.

Los viajes tienen su secreto. En ocasiones, sales con un monto de dinero considerable que te hace asumir esa pose arrogante porque sabes que podrás persuadir a algún chofer que no se resistirá al dinero.

Pero con los años supe que aventurarse a la carretera guarda más relación con la buena vibra que siempre acompaña al mochilero, porque siempre va deseoso de adquirir experiencias y conocer rostros; esa es la principal esencia de un caminante, algo que había aprendido hasta el mismísimo Manu Chao en sus largos periplos por nuestros pueblos milenarios.

No sé cómo, pero en un movimiento raudo y veloz que solo se hace posible en los recuerdos que conservo en mi mente, nos encontrábamos al mediodía en un punto próximo a Varadero. Y de allí, en otro ejercicio mental que logra una especie de elipsis para omitir los detalles indeseados, al caer la noche, avanzábamos por el malecón de La Habana, rumbo a la Tribuna Antiimperialista, donde tendría lugar el concierto.

Creo que aquel ha sido uno de los viajes más osados y agradables que he realizado, pues en todo momento me acompañó la certeza de que llegaríamos a tiempo a la actuación del músico, sin reparar en qué sucedería después, de regreso a la Universidad. 

Un concierto en vivo de Manu Chao es un lujazo de esos que se quedará guardado en tu mente para siempre y, de solo rememorarlo, sentirás esa energía vibrante que te embargó aquella noche.

El sonido de la banda, la voz peculiar del Manu y la destreza de sus músicos producían un éxtasis que se adueñaba del auditorio. Hasta ese momento desconocía cuántos seguidores cubanos amaban sus canciones; era puro frenesí.

Junto a la destreza de los integrantes de su banda, me seducía hasta el paroxismo la cordialidad e irreverencia de aquellos músicos que tocaban en short y sin camisas, pero que lograban sonidos nunca antes escuchados. 

Algunos podrán hablar de Jimi Hendrix y Carlos Santana, mas, el virtuosismo de Madjid Fahem con aquella guitarra vieja, descascarada y sostenida por un cordel descolorido, es de los momentos más sublimes que he presenciado en mi vida. 

Aquel instrumento hablaba, reía, lloraba, desafiaba al universo, y Madjid asumía la pose del chama de barrio que disfruta con sus amigos y le muestra su grandeza sin alardes. ¡Y qué manera de ser grande aquel guitarrista!

La noche avanzaba esplendorosa; llegamos al éxtasis sin un pizca de alcohol, porque no contábamos con dinero para el regreso. Nos sabíamos dichosos hasta que, desde el escenario, el cantante afirmó que a la jornada siguiente ofrecería un concierto similar en la Ciudad de Santa Clara e invitaba a los estudiantes de la UCLV a no perderse aquella oportunidad.

Mi amigo y yo nos miramos en silencio, seguramente con la misma interrogación: ¿¡Cómo regresaríamos a tiempo sin dinero!?

No recuerdo con exactitud cómo conseguimos retornar. Pero puedo afirmar con cierta pizca de orgullo que cuando Manu Chao visitó Cuba en el año 2006 lo disfruté por partida doble, trasponiendo más de 520 kilómetros para escucharle, y sin apenas dinero. Sin duda, locuras que se cometen por amor a la música y la aventura, dos rasgos indiscutibles que también forman parte de la mismísima esencia de Manu Chao.

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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