Como desde pequeño Andrés Fernández Rodríguez era “candela”, muchas veces a su abuela, en medio del acaloramiento por alguna malcriadez, se le olvidaba su nombre y terminaba por llamarlo así, ¡CANDELA!, tal como lo reconocen hoy todos quienes lo conocen, más de 50 años después.
Sin embargo, a este campesino, nativo de Tomeguín -Perico-, ya de intranquilo lo único que le queda es la mirada, con la que recorre las inmensas extensiones de tierra que desde hace dos años cubre de yuca, en las afueras de la Estación Experimental de Pastos y Forrajes Indio Hatuey.
“Estas sabanas tenían un poco de caña sembrada, pero que no se llegaba a cortar casi nunca. Entonces como soy guajiro de nacimiento, un buen día me decidí a hablar con el jefe de la cooperativa para ocuparme del área”, reucerda Andrés Fernández, quien se sintió un tanto desafiado con la respuesta que le soltaron a quemarropa:
-Métele mano- me dijo el hombre en aquella ocasión- si te crees capaz de entrar en cintura estas tierras, son tuyas.
De inmediato se enroló en jornadas extenuantes de limpieza, arrancando arbustos de troncos gruesos y disecados que resistían a moverse, muchas veces, por una sola persona.
“Te digo que hay que tener los pantalones bien puestos para meterse en este trabajo. Cuando terminaba de desenterrarlos venía otra parte durísima, que consistía en botarlos de allí. Gastamos mucho tiempo en esta tarea”.
Por eso se enorgullece al mostrar hoy las tierras a cualquier visitante, y explicarles que, sin dárselas de bárbaro, ha hecho maravillas en estos dos años.
“Imagina que tengo sembrados… espera, deja sacar la calculadora para ser exactos… y multiplicar 500 surcos por 250 pies – habitualmente conocidos como cangres-, eso te da 125 mil cangres de yucas. Todavía me parece mentira”.
En lo adelante pretende expandirse, probar suerte con el frijol y la papa ecológica. Como hombre que asume los retos, ha comprobado que el éxito tiene mucho de disciplina y voluntad.
Justo por ello se consagra a su finca, delimitando los cercados con meticulosa simetría, despejando cualquier atisbo de maleza de los surcos. Hablar del futuro le ilusiona, le hace reír; si bien cada sonrisa expone otros surcos, esta vez ramificados por la piel maltrecha de su rostro y que, a manera de cauces, de seguro conducirán el sudor cuando se pegue, desde temprano, a preparar las tierras de sus nuevas plantaciones.
Excelente artículo dedicado a un campesino de pura cepa, hombres como Candela hacen producir la tierra, muy merecido este reconocimiento