Mientras escribo, Clint Eastwood debe estar soplando la última de sus 94 velas cumplidas este viernes. O haciéndole la muesca número 94 a una Magnum, “el revólver más poderoso del mundo”. El mes pasado terminó el rodaje de su nuevo largo, de modo que Juror #2 ahora mismo estará montándose. Supongo que, para una leyenda tan viva y laboriosa, no hay mejor regalo que un montón de películas cobrando forma en edición.
Desde hace ya bastante, mientras más envejecido se le ve, más juvenil se delata cuando su “despedida definitiva” del momento acaba dando paso a otro golpe de claqueta. Uno no sabe qué pensar cada vez que él promete no volverse a poner delante o detrás de cámara. Por eso las exclamaciones de sorpresa cuando anuncia un proyecto, del todo lógicas, hacen olvidar las que también lanzamos con el anterior, y con el anterior… El viejo Clinton está haciendo realidad el sueño frustrado de todos los clásicos que, en otro tiempo y otro Hollywood, fueron apartados de su profesión-pasión por su edad y la indolencia de mandamases recién llegados a la industria.
Su suerte lo es, asimismo, para nosotros, los que disfrutamos con su estilo, con las historias que elige, con lo que nos pone a pensar y sentir. Por supuesto, deseo con toda mi cinemanía que el vecino drama judicial sea formidable, pero no por ello me olvido tan fácil de otra que en su día fue advertida como ¿la última? de Eastwood. Hace apenas tres años. Se tituló Cry Macho. No gustó a casi nadie. A mí me fascinó. Sigue sin gustar. Sigue fascinándome. La encuentro a la altura de los mayores placeres de la Malpaso Productions.
Creo que sí, fiel a sus palabras, hubiera dicho adiós al negocio con esa película, no existiría un mejor adiós al estilo Eastwood. Mike Milo, ese protagonista lleno de arrugas y lecciones, es la fase superior del pistolero sin nombre, del “sucio” Harry Callahan, de William “asesino de mujeres y niños” Munny, de Kowalski el del Gran Torino, de “la mula”… sin renunciar al pasado, y eso es lo que más me gusta del trasfondo.
De hecho, su filmografía describe una progresiva renuncia al ideal violento, reaccionario y machista que durante buen tiempo sesgó a varios de sus personajes. “Esto de ser macho se sobrevalora”, llega a decir aquí. Por otro lado, denota una creciente preocupación por las consecuencias de ese prototipo que tanto alarmó a la progresía en su momento. Hay que apreciar la insólita Más allá de la vida (2010), que hizo tras la inmolación de Gran Torino (2008), para comprobar cuánto le interesó explorar la muerte más a fondo que nunca.
Una vez visto en la piel del vaquero Milo, nada más bajar sus botas del Chevrolet en un inicio deliciosamente country, queda descrito un ciclo vital con múltiples ejemplos para ilustrarlo: el “homo eastwoodus” surge (Trilogía del dólar, La jungla humana, Harry el Sucio…), se establece a plenitud sobre la Tierra (Infierno de cobardes, La sanción del Eiger, El fugitivo Josey Wales…), se cuestiona a sí mismo (Sin perdón, Crimen verdadero, Deuda de sangre…), sucumbe (Million Dollar Baby, Gran Torino) y resurge, para una última aventura, en Cry Macho. A lo largo del trayecto ha aprendido muchas cosas; entre ellas, que lo más importante del mundo no está en un puñado de dólares, que los jinetes pálidos cargan consigo el infierno, que los peores monstruos habitan hasta en la calma de un río místico…
Habiendo tocado aristas bien complejas de nuestra especie, como la violencia, la guerra, el despotismo, la corrupción, los abusos sexuales, las drogas, la venganza, el siempre conflictivo amor, la xenofobia… ¿por qué no realizar, llegado 2021, una historia más bien relajada? Lo hace, y a la vez consigue uno de sus trabajos más serenos, lúcidos y profundamente coherentes con su obra anterior. Seamos sinceros: a estas alturas de habilidades narrativas y discursivas tan logradas, más difícil era ser convincente a sus años en este fuerte rol protagónico, no parecer un gallito de peleas sin peleas, y felizmente rebasa el riesgo. Como actor sigue siendo inmenso, magnético como pocos.
El furor del rodeo hace ecos desde una foto en la pared. La rudeza y gallardía del jinete arquetípico yacen bajo una espalda encorvada por el tiempo y la rigidez muscular. Transcurre un ocaso continuo, hasta en escenas diurnas que parecen invocar la noche con su ambiguo destello. Un ocaso que marca la agonía del Oeste americano como mito. Atrás quedan los errores cometidos por un cowboy más, en las nubes de polvo levantadas por su anegado automóvil. Un arcaico instinto de lealtad mueve a Mike a cruzar la frontera, al rescate de una juventud en mala senda y hacia la redención de una vida decadente.
No es primera vez en el universo Eastwood que un maduro personaje emprende una accidentada travesía en compañía más joven, con la retroalimentación entre ambos caracteres acaparando tanta conmoción o más que las distracciones externas. Esta presencia de un heterodoxo mentor también destaca, con mayor o menos itinerancia, en Honkytonk Man, Cazador blanco, corazón negro, El principiante, Un mundo perfecto, Million Dollar Baby, Gran Torino… y en algunas no dirigidas por él, como Harry el Sucio (Don Siegel), Thunderbolt and Lightfoot (confiada a Michael Cimino), Sin miedo a la muerte (James Fargo) y Golpe de efecto (Robert Lorenz). En esta ocasión, de nuevo producida la alineación estrella-director de su propia persona, como de costumbre es perfecta en conjunción con lo que cuentan, y la manera, la velocidad y el tono con que deben de contarlo.
Tampoco nos engañemos con esta tónica de ancianidad frente a la juventud, porque sigue siendo un filme directed and produced by Clint Eastwood: aunque bienintencionada, Cry Macho no es moralina sosa; aunque sosegada, posee un manejo equilibrado del suspense y el humor; aunque crepuscular a las claras, nada de solemnidades ni congojas. Fijémonos en que hay un momento donde Mike miente, a la sombra de un porche, y la fotografía delata su actitud oscureciéndole medio rostro; más adelante, cuando habla con toda la sinceridad que le confieren sus años, es una luz positiva la que nos impide verle completo, como si de un santo varón se tratara. ¿Estamos ante el resultado de una filmación pasiva y espontánea o, por el contrario, activa y pensada?
Mientras, a través del personaje de Rafo (Eduardo Minett), Clint opera en zonas oscuras de la sociedad que tan vigentes están ahora como en 1979, año de desarrollo del argumento. Solo que su mirada es más cenital que antes, incluso cuando su cámara planeó sobre el Mystic River en 2003. Por eso, entre otras cosas, el chico mexicano no enseña las marcas en su espalda en un plano cualquiera de confidencial dolor: lo hace como un recurso práctico, en una escena que requiere mostrar las huellas de su sufrimiento para salir de un atolladero.
Todo, más que a sudor o polvo o humo de revólver, nos huele a despedida. Una despedida nada misántropa, pues para las nuevas generaciones es un obsequio impagable que asombra por lo puro y claro que es. Si la apoteosis actoral-creativa de Eastwood dentro del western fue Sin perdón (Unforgiven), Cry Macho es el remanso después de la catarsis, la reflexión que queda en una carrera paralela a más de medio siglo. Ni por época de ambientación o dramaturgia corresponde al género del Oeste propiamente dicho, ni siquiera en la estela revisionista que otros cineastas han emprendido. Suscita la sensación de andar sobre terreno ya pisado por (anti)héroes del pasado y reconocer, en cada recodo del camino, experiencias ya vividas pero no menos reconfortantes: la amistad de un niño, el guiño de una camarera, la brisa liberadora tras burlar un peligro…
Este hombre ha intentado difuminarse, como un espectro, al final de Infierno de cobardes, El jinete pálido, Sin perdón, Los puentes de Madison, Million Dollar Baby, Gran Torino… para siempre reaparecer. Siempre ha tenido algo más que decir, nuevas verdades sobre la difícil misión de la vida. Después de Cry Macho, a la hora con 40 minutos, al son de un bolero bañado por el sol en el salón vacío de un restaurante, por una vez parece que todo está en su lugar.
El errante unforgiven ha encontrado al fin su perdón y destino. Venga pronto Juror #2.