Vida en Series: Shogun, terremoto televisivo
Centenares han sido las producciones televisivas que han tratado de alcanzar la
popularidad y buena recepción que vivió Juego de tronos hace unos años. Incluso,
incontables son las propuestas de fantasía en cualquiera de sus vertientes (épica, oscura, moderna…) que intentaron atrapar la atención de los espectadores; muchas fueron canceladas por culpa de esta empresa y solo unas pocas siguen en emisión.
Me parece irónico que la verdadera sucesora del mayor evento televisivo de la década sea una obra tan realista y comprometida con la historia japonesa: Shogun. En apenas 10 episodios ha narrado las fricciones entre los estados de la era Sengoku y, de paso, ha sacudido las pantallas como un verdadero terremoto.
Toranaga (Hiroyaki Sanada) es uno de los lores regentes que comparten el poder en Japón hasta que el pequeño heredero pueda convertirse en líder. A su vez, un blanco proveniente de Inglaterra quedará a merced de las costas niponas y sus habitantes, insertándose así el explorador protestante, o anjin, en las vidas de quienes integran el ejército de Toranaga.
Así inicia un programa sobre la muerte y el honor, sobre cómo se interrelacionan ambos conceptos en un momento histórico concreto. El personaje de la actriz Anna Sawai, Mariko, es un ejemplo concreto de lo anterior: la esposa fatal, la hija fatal, la suicida fatal.
Nunca se sintió como una primera temporada, y esa es la prueba máxima de cuánto nos ha transformado Juego de tronos. El antihéroe se ha apoderado de la pantalla chica y ha encontrado en ella la estructura idónea para contar con lujo de detalles el descenso a la locura y la maldad. Ejemplos clarísimos y demasiado obvios pueden ser los protagonistas de las series de Vince Gilligan: Walter White en Breaking Bad y Saul Goodman en Better Call Saul.
Shogun también tenía en sí misma la confianza de una producción longeva, de esas que con el paso de las temporadas uno llega a notar el aumento de presupuesto y el desarrollo de personajes.
Tuve que obligarme a memorizar los estandartes de cada ejército. Me forcé a aprender con rapidez el nombre de cualquier personaje, principal o secundario, sin importar cuál. El título de cada episodio hacía honor al tema a tratar: la hermandad, la muerte, el honor, el suicidio (tal cual lo percibe el hombre blanco insertado en una cultura “salvaje”, como la llama él), los métodos para alcanzar el poder, etc. Tanta era la confianza de este producto que se dio el lujo de apostar por episodios sin la presencia de los personajes principales.
El compromiso histórico es otro de los factores que convierten a Shogun en una propuesta de las que hay que ver: toda una must seen moderna. La palabra “empoderar” ya no me gusta en mis párrafos, porque tristemente la puede utilizar cualquiera y, en ese continuo flujo lingüístico, hasta como burla. Prefiero decir que quien haya escrito a las mujeres de esta épica conoce al dedillo los roles existentes en aquel período de la historia. Cada histrión femenino representa cómo vivían distintas mujeres japonesas y, en vez de contar, muestra. Porque ante todo Shogun expone un patriarcado motivado por el poder y un matriarcado a las sombras que sabía y debía utilizar sus piezas de manera inteligente.
El anjin simboliza el choque entre las culturas y sirve para meter de lleno al espectador en la ficción. A medida que los episodios avanzan podemos ver cómo él se apodera de las maneras de actuar de estas nuevas personas que le rodean. Recibe títulos y se gana el favor de aquellos que se sientan en el poder. No comprende los códigos de honor samurái: los ve como métodos de personas brutales y es hasta gracioso cuando los japoneses lo llaman a él “salvaje”, y la barrera del idioma lo salva de tal entendimiento. Aprende japonés, aprende a beber como un japonés, se sienta como un japonés, lleva katanas y acaba sirviendo a un señor japonés.
Y tal señor japonés es una de las personalidades que más rápido han entrado al mundo de la cultura pop de nuestro tiempo. Toranga es inteligente, sabe dominar sus fichas de forma precisa, y por fichas me refiero a personas. Es Ned Stark si Ned Stark hubiera sido más inteligente. Sabe cuándo hablar y cuándo quedarse en silencio. Le oculta cosas a sus camaradas y a nosotros, quienes llegado a un punto analizamos a ojo avizor cada palabra que sale de su boca, cada gesto, cada mirada, porque Toranaga–sama nunca pierde. (Por Mario César Fiallo Díaz)