Hace años, cuando se estrenó Llámame por tu nombre, de Luca Guadagnino, el momento en que los personajes estudian unas estatuas humanoides en las costas de la playa se quedó en mi imaginario, como una marca. Siempre intuí que de aquel instante se podía hacer incluso otra película. Y mira cómo han sido las cosas que La quimera, película tan distinta a la que menciono hace apenas unas palabras, tiene como eje central a hombres y mujeres que viven de encontrar estatuas, en una Italia distinta.
La quimera cuenta la historia de un grupo de arqueólogos clandestinos que, gracias a las quimeras de un inglés (Josh O’Connor), pueden localizar las tumbas de los antepasados del lugar, y posteriormente saquearlas. La arqueología es una profesión que no está alejada de los medios narrativos, pretéritamente Indiana Jones ha sido el arquetipo perfecto durante generaciones, y como resultado suyo nacieron héroes y heroínas en medios alternativos; por ejemplo, en los videojuegos, con personajes como Lara Croft o Nathan Drake, los cuales ya han sido llevados al área del cine.
Alice Rohrwacher ofrece una reestructuración del arquetipo de héroe de aventuras, en este caso el explorador que es conducido a la aventura, después al conflicto y finalmente a la resolución del mismo con su respectiva recompensa. Construye un micromundo orgánico con personajes complejos y una trama que les permite a cada uno brillar con luz propia y aportar todo tipo de matices cuando aparecen juntos en pantalla, tanto los cómicos como los belicosos.
La quimera ofrece un viaje a una tierra mágica, donde la gente se comporta como si fueran los únicos en el mundo, y no conocen cómo este funciona, y tampoco les interesa. El inglés está agobiado por los demonios del pasado y la muerte de su anterior interés romántico: una de las hijas de una Isabella Rosellini que aquí hace de matriarca, caída en una desgracia que le hace quedar bien a su personaje, una fatalidad que proyecta negación y esperanza. Esa mezcla rarísima se da tan bien que sentí ganas de vivir con ella, escuchándola hablar de los muertos como si fueran a regresar algún día.
La obra no deja de ser inquisitiva, positivamente inquisitiva: inteligente. Aporta preguntas tanto metafísicas como políticas, razón por la cual puede convertirse para algunos espectadores en una propuesta tediosa por momentos. No sé cómo catalogar una película que me dio ganas de hacer tantas cosas a la vez: emborracharme con los amigos en una fiesta a las afueras de un pueblo costero, o leerme un volumen de cualquier filósofo europeo.
Tuve que indagar en las entrañas de Internet para encontrar en qué tiempo transcurre la película. Según los sabios de triple W, estos hombres y mujeres italianos vivieron durante la década de los 80. Esta debe ser una de las razones por las que el filme se siente tanto como un videoclip de cortes apresurados pero exactos, con personajes atractivos, explosivos, misteriosos, exóticos, ¡italianos! Y quien sea que se adentre en este mundo de unas dos horas y poco más, creo que encontrará dos pasajes que son, en mi particular visión, ejemplos maestros de cuán divertido puede ser un montaje bien hecho y cuánto se puede aprender de ello.
En lo personal, la película es aquello que indica su nombre: una fusión de estilos, un lienzo con brochazos de todo tipo y de todos los colores. Emociones por doquier. Soledad, ira, amor, aceptación, negación y rendición. Un cóctel con el cual es imposible no embriagarse y después, reposada la historia, establecer un juicio personal. La quimera es como si Indiana Jones se hubiera ido a pasar unas vacaciones a Macondo, y hubiera caído en las redes amorosas de una Buendía.
Es una maldición deliciosa (y silenciosa), muy personal, porque solo puedes seguir pensando en ella, constantemente, como si te convirtieras en una bestia: en un león con alas de pájaro y cola de escorpión.
Título original: La Chimera; Año: 2023; País: Italia; Dirección: Alice Rohrwacher; Guion: Alice Rohrwacher, Carmela Covino, Marco Pettenello; Fotografía: Hélène Louvart; Reparto: Josh O’Connor, Isabella Rossellini, Carol Duarte, Alba Rohrwacher; Duración: 130 minutos.
(Por Mario César Fiallo Díaz)