Ficha técnica:
Título original: Indiana Jones and the dial of destiny
Año: 2023
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: James Mangold
Guión: Jez Butterworth, John Butterworth, David Koepp, James Mangold
Fotografía: Phedon Papamichael
Música: John Williams
Reparto: Harrison Ford, Mads Mikkelsen, Phoebe Waller-Bridge, Toby Jones, John Rhys-Davies, Ethann Isidore, Antonio Banderas
Duración: 154 minutos
Si algo positivo me depara Indiana Jones y el dial del destino es el deseo incontenible de echar mano a un objeto como el del título y, si es cierto que permite retroceder en el tiempo, volver al mágico momento en que descubrí la magia de En busca del arca perdida (1981), Indiana Jones y el templo maldito (1984), Indiana Jones y la última cruzada (1989) e Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008), las cuatro de Steven Spielberg. Magia, dicho sea, que parece mayor ante una despedida tan injusta como la que ha tenido el arqueólogo del látigo y el sombrero fedora a 15 años de su última aparición.
Por mucho que me interese como director James Mangold, sobre todo en la faceta de ocaso heroico que tan bien se le había dado con las excelentes Tierra de policías (1997), El tren de las 3:10 a Yuma (2007) y Logan (2017), aquí no solo dista de la emocionante elegía, o bien revitalizante divertimento, que cabría esperar, sino que tampoco logra una película dignamente independiente ni una secuela lo bastante a tono con lo antes visto.
Asimismo, por más que Harrison Ford, al menos ataviado como Indy, me parezca el principal sucesor de Gary Cooper, Gregory Peck, Charlton Heston y demás aventureros esbeltos, sobrios y magnéticos de mediados del siglo XX, temo que el adiós de su personaje más identificativo no está a la altura de esa tradición que él sostiene en carne propia como último clásico. La confianza en lo que representa su rostro y esa grandeza adicional que trae aparejada funciona a modo de piloto automático como gancho esencial a lo largo de sendas etapas del metraje, y me frustra tanto como, en un sentido inversamente proporcional, lo desaprovechado que está ese Antonio Banderas secundario con el brillo de una joya perdida.
Este último aspecto se trata de una de las más indirectas evidencias (pues las hay a montones y mucho más burdas e inmediatas) de cuánto se ha decidido apostar por la remembranza en detrimento de nuevos y buenos caminos, como si el producto fuese consciente de que sus aportes propios al legado no bastasen.
Y hablo de opciones que merecieran realmente la pena, no de esa peripecia climática que, ejecutada tal cual, en calidad de indagador aficionado me recuerda los borradores desechados con la autoría de gente como Jeb Stuart o Jeff Nathanson cuando se buscaba proseguir con la saga durante un lapso de ausencia del personaje en las pantallas; pues, por la forma en que está resuelto, el viaje en el tiempo que clausura las andanzas de nuestro héroe se siente como una simple prueba de cámara, descrito sin precisión ni sentido del deber épico, escenificado por un guionista exaltado antes del rodaje, y no bien materializado a través del filtro emocional y profesional de un director con tamaña responsabilidad. Únicamente al considerar que Spielberg, permanente como productor ejecutivo, abandonó el proyecto por estar enfrascado en esa maravilla de Los Fabelman (2022), mi descontento se reduce y comprendo que el co-creador conceptual junto a George Lucas de Indy hacía el testamento más valioso posible de su propio cine mientras Mangold intentaba, con comprensibles desaciertos, emular un tono narrativo y un sentido del humor poco afines a su verdadero talento.
Por cierto, este no es el fin de la carrera del más intrépido catedrático norteamericano en la historia de los blockbusters: recordemos el plano final de Indiana Jones y el templo de la calavera de cristal, vilipendiada para mi asombro cuando la encuentro tan llena de vitalidad e inventiva como situada a un nivel semejante al de sus antecesoras. Resulta obvio entonces lo innecesario de otro lance en prolongada preproducción, que pese a mis esperanzas compruebo que no mereció del todo la pena.
¿Quién hubiera supuesto que, hace relativamente poco, Top Gun: Maverick se convertiría en la continuación insuperable, y todavía desconcertante en cuanto a su inteligencia emotiva, de un hito ochentero mucho menos prestigioso o mimado en términos de sensibilidad artística que la saga de Indiana Jones? ¿Quién osaría decir que se anticiparía un año al último gran mito de la aventura para emprender el vuelo definitivo de este género en mucho tiempo?
La lección demuestra que, para asegurar un retorno equiparable al conjunto y no decididamente de segunda mano, se necesita más que agrupar elementos de tirón nostálgico (Ford en persona o digitalmente recreado a cualquier edad, Sallah, el recuerdo de Mutt Williams, Marion, las partituras de Raiders March, los nazis en pos del dominio mundial…).
Si las nuevas incorporaciones, salvo el interesante villano con duro semblante de Mads Mikkelsen, no poseen el atractivo suficiente que uno les exigiría antes de dejarles acompañar al viejo Dr. Jones en una nueva misión audaz, como sucede con la insufrible joven y el insulso marroquí; si el despliegue técnico suplanta el extraordinario sentido artesanal de las primeras películas por un exceso de digitalización (factor ya presente en la cuarta parte, y no necesariamente un error durante el vibrante inicio de esta quinta, donde gracias a la inteligencia artificial podemos disfrutar de un protagonista rejuvenecido de mejor manera que los monigotes gangsteriles del penúltimo Scorsese); si el guión toma una forma sublime cada vez que mira atrás y da traspiés de cara al presente de sus personajes, moviéndolos por un mundo menos fascinante que en épocas anteriormente retratadas (no por una falta de interés concreto, ya que las referencias al arribo lunar y la geopolítica calzan muy bien, sino porque la propia mirada del director no está bastante fascinada); si todo esto falla de antemano, ¿qué emocionante elegía o revitalizante divertimento podemos esperar?
Aunque soy un enamorado de la superación de expectativas y de los héroes que, como diría Dumas, 20 años después siguen dispuestos a encarar un último desafío, no caigo fácilmente rendido ante este intento de contentar fans que no aporta un valor auténtico y medible según la magia del cine. Nada en El dial del destino me parece tan memorable como la instantánea decepción que me hizo experimentar: ni la lanza de Longino, ni el obsesivo colega, ni la ahijada incómoda, ni el pequeño ladronzuelo, ni el regreso de los nazis, ni las persecuciones, ni las anguilas, ni el hallazgo de Arquímedes, ni la irrupción en la Antigüedad, ni el reencuentro final. No es fallida porque deba gustar y no lo consiga, sino porque no encanta pese a ser ese su objetivo no escrito.
Adiós, Indiana Jones. Tu última aventura siempre será tan insólita, abrumadora e inesperada como la primera, y nos esperará a la vuelta de la esquina, en la forma de una película inexistente y tan buena como la que más, porque es la que imagina para sí cada admirador de tu atuendo, tu valor y tus huellas grabadas en las arenas del tiempo. No te quepa duda, Indy: no perteneces a un museo.