Desde Periódico Girón seguimos buscando en nuestros archivos algunas de esas historias imperdibles de la gesta de Girón. En esta ocasión le proponemos recordar la historia de Ramón del Rosario Veleiro, que compartiera con nuestro medio al arribar a sus noventa años, hace ya ocho años.
Dentro de muy poco Ramón del Rosario Veleiro será un hombre nonagenario. Y aunque han pasado 55 años de la Victoria de Playa Girón, recuerda con lujo de detalles aquellas jornadas que estremecieron la tranquila ciénaga.
Ramón del Rosario Veleiro nació el 27 de noviembre de 1926 en la Ciénaga de Zapata, donde han transcurrido sus 90 años de vida. Del Soplillar de entonces, donde nació, creció y aún vive, lo recuerda todo: el plan de carbón enclavado en la zona, el caserío incipiente, la pobreza…
La abundancia de árboles de soplillos le dio el nombre al lugar. El veterano rememora que hasta allí solo llegaba un pequeño carro de ferrocarril a través de una rústica vía férrea.
A los 12 años, Ramón se adentró al monte para hacer carbón. Lo más difícil era cortar la leña y “burrearla”. Su infancia y juventud la pasó trabajando duro, algo común en aquellos tiempos.
Aquella cena carbonera con Fidel le resulta imposible de olvidar. Nunca antes un alto dirigente había visitado tan apartado paraje, mucho menos en días festivos. En un inicio no participó porque le habían dicho que no se podía acercar al Comandante. Cuando Fidel supo la errónea disposición orientada por alguien, mandó a buscar a todos los habitantes de la zona. Esa noche el veterano estuvo entre los participantes de la cena de nochebuena con Fidel.
“Dicen que vino en un helicóptero, pero yo no puedo asegurarlo, no lo vi, ni lo sentí. Después de esa navidad Fidel regresó muchas veces a Soplillar”.
En unas de esas visitas unos pobladores habían capturado a un cocodrilo y se lo mostraron con orgullo al Comandante, quien se acercó y conversó con ellos.
“Al principio, como se aplicaban muchas medidas revolucionarias, surgían discrepancias, discusiones. Y la gente se lo contaba a Fidel para que intercediera”.
LA INVASIÓN
Sentado en el portal de su casa, recostado el taburete a la pared, Ramón del Rosario recuerda que serían las dos de la madrugada cuando sintió los disparos aquel mes de abril hace ya 55 años.
“Noté que los tiros se escuchaban por vuelta de Playa larga, pero nunca pensé en una invasión. Creí se trataba solo de una lancha pirata tiroteando desde la costa, y la respuesta de los milicianos.
“Luego llegaron las tropas cubanas a Soplillar para evacuarnos. Aun así, no me retiré. Nos quedamos siete u ochos compañeros. Los camiones salieron por la carretera nueva y nos dijeron que nos traerían armas, porque estábamos desarmados”.
Rememora Ramón los aviones volando a ras de monte. Tenían en la cola una bandera cubana y por unos instantes él pensó que pertenecían a las fuerzas cubanas.
“Entonces, mi hermano me grita: ‘¡Corre compadre! Que están bordeando a Pálpite y vienen pa’cá!’ Tiroteaban la carretera para destruirla e impedir la llegaba de los milicianos. Salimos corriendo y nos intrincamos en la manigua. Pero los combatientes nuestros llegaron rápido desde Cienfuegos.
“La noche del primer día de la invasión nos sorprendió en el monte. Intentamos dormir en el suelo, cerca del tronco de una ceiba. Se escuchaban los disparos y el cielo centelleando por las bombas.
“No sabíamos nada de nuestra familia evacuada en Jagüey Grande. Llegaban noticias de civiles muertos por la aviación y uno no sabía qué pensar, con los nervios agitados.
“Tuve miedo, lo reconozco. Creías que te iban a matar. En la posta los guardias sentían el mínimo ruido y disparaban a los que se moviera. Luego colocaron un arma poderosa, una ametralladora de alto calibre que chapeaba bajito. Había mucha tensión y no era para menos. Nadie sabe lo que es una guerra hasta que se encuentra metido en ella.”
Según pasaban las horas las armas fueron enmudeciendo. Los disparos se sentían a intervalos. Luego se hizo el silencio y la calma regresó a Soplillar, mas no la normalidad.
MERCENARIOS
Después que culminó el grueso de los combates muchos mercenarios se dieron a la desbandada al saberse derrotados. Ramón sirvió de práctico para capturar a los invasores dispersos en la inhóspita ciénaga.
“Él primero lo agarramos aquí cerca del batey. Era de tez oscura y avanzaba con una tijera en las manos. Los milicianos lo interceptan y le preguntan quién es. ‘Yo soy el barbero de Soplillar’, responde el muy caradura. ¡Fíjate tú!… aquí no había barbero.
“Lo montaron en un camión y un familiar mío quiso hacer justicia por sus manos. Ya sabíamos de la muerte de la madre de Nemesia, y de otros pobladores de la Ciénaga, gente que nunca le hizo daño a nadie.
“Un teniente nuestro habló fuerte y nos dijo: No, no, no, aquí no se mata a nadie, ellos responderán ante la justicia revolucionaria, si piden agua, denle agua, y si piden comida los alimentan, nosotros no atropellamos ni asesinamos a nadie”.
No muy lejos de allí, Ramón cuenta que un gallego tenía un rancho y un plan para la fabricación carbón. “Él vivía solo. Venía cada día a la bodega a buscar comida. A todos les extrañó la cantidad de víveres que compraba. Le siguieron y descubrieron a cuatro mercenarios escondidos en su rancho. Le tenían amenazado.
“Pasó el tiempo, pero los soldados cubanos permanecieron apostados por si aparecían más mercenarios huyéndole a la Ciénaga. A veces nos costaba ir al monte sin armas, por si aparecía alguno. No sé, pero durante algún tiempo vi que la gente de la zona estuvo un poco callada. Quizás por la fuerte experiencia de esos días, que nunca he olvidado, y mientras viva no voy a olvidar”.