La ciudad que busca los tajazos del Sol. Fotos: Raúl Navarro
En los audífonos suena, de Bonnie Tyler, «Total eclipse of the heart», una referencia inevitable para este 8 de abril; aunque este eclipse será uno parcial, no uno total. Reflexiono que todo últimamente como que nos sale en términos medios, y se me escapa una media sonrisa.
Mientras ella canta: «Tu amor es como una sombra sobre mí todo el tiempo», yo ando medio cegato por intentar mirar si al sol le cortaron una parte, con un par de gafas que sirven más para protegerme del brillo que para encarar las grandes verdades.
Mi madre me advirtió que esta tarde no mirara el sol de frente, porque me iban a quedar chispas en los ojos. Incluso, me pidió por lo más santo -el «vino», una palabra que se pronuncia con fe en esta Isla; «vino el café», «vinieron a preguntar por ti»; el pan con que nos amasamos y nos amansamos, y el detergente Paloma- que me quedara bajo techo mientras durara.
Me dijo, con cara de temor, que atraía la mala suerte y que de esa teníamos bastante ya, como para sumar más presagios. Si seguimos así, pensaría ella, pronto estaremos «salados», que, como escribiría Hemingway, es la peor de todas las malas suertes.
«A veces me siento como una niña indefensa en tus brazos», canta Bonnie, y pienso que mi vieja hoy estará oculta en su cama, bajo techo, mientras aguarda por que la Luna al apartarse del Sol nos devuelva todo lo que nos quitó.
Con la palma de la mano encima de la frente para evitar el resplandor que el mundo convierte en blanco, con gorras de los Astros de Houston encajadas en la sienes, con espejuelos a lo John Lenon o moscas de cristales verdes, o cristales tipo la perdida Charanga Habanera, contemplo a otros que intentan presenciar el tajazo del sol.
Ellos, como yo, no le hicimos caso a los augurios ni a las indicaciones de los oftalmólogos y los astrólogos. «De vez en cuando enloquezco un poco y sueño con algo salvaje», entona Tyler.
La curiosidad siempre nos ha provocado mirar hacia arriba. La curiosidad lanzó al espacio Sputnik y el primer avión de papel fabricado con el papel de un cucurucho de maní. Por su culpa, Matías Pérez nunca regresó. La curiosidad nos dejará medio cegatos.
La curiosidad ha detenido la vida esta tarde desde las dos hasta las cuatro. Los choferes, mientras esperan a sus pasajeros, limpian la parte interior de los parabrisas para deshacerse de las partículas de suciedad. Los novios primerizos se quitan las manos de encima para subir la mirada al cielo. Los que aguardan en las paradas pueden distraerse en algo más que en escribir a sus amigos en Whatsapp lo pésimo que anda el transporte urbano.
En la Antigüedad, antes de que los telescopios pudieran presenciar la muerte de una estrella, el hombre le temía a los eclipses. Como mismo veneraban al Sol y lo igualaban con los dioses, Apolo o Amón Ra, los espantaba todo lo que le manchara, tal como se debería temer a todo lo que empañara las claridades.
Desde Matanzas: Mirando el eclipse
Creo que personas como mi madre no los evitan por un tema de superstición, sino porque encima de ellos quieren toda la luz, no porciones de esta, y en el cielo y en el prójimo esperan eso mismo. Por mi parte, desconfiado y fatalista, trato aún de hallar las sombras. Pienso que también es un mal de mi generación, los del 90, que nacimos en tiempos con más sueños muertos, como las estrellas que desde lejos con un telescopio ves apagarse.
«De vez en cuando me asusto un poco, pero luego veo la mirada de tus ojos», tararea la cantante galesa. Si alguien se fijara en los míos en este momento, encontraría mi pupila empequeñecida, como de gato, y un brillo en ellos, el brillo que me queda por buscar sombras y tajazos.