El campesino Fernando Doni no encaja con esa representación que nos llega en las postales bucólicas que prefieren mostrar a los guajiros a caballo, con camisas ajadas por el tiempo y sombreros marchitos de tanto sol y sudor acumulados.
A Fernandito, como le conocen muchos, se le puede sorprender con un short de mezclilla y un pulóver a rayas y de cuello. Eso sí, siempre llevará sus botas de goma porque camina cada palmo de su extensa finca con bastante frecuencia.
Aunque los operarios que laboran la tierra, o sus dos hijos que hoy trabajan con él, le adviertan de la excelente salud de los cultivos; prefiere contemplar la robustez de las plantas a campo traviesa, para palpar las hojas y analizar el proceso de crecimiento.
Luego, saldrá al sendero y “ensillará” su moto eléctrica para observar cómo prospera aquel campo de zanahorias, más allá analizará el estado de la papa, y no se irá del lugar sin atisbar la cosecha de los frijoles.
La operación de su corazón le obligó a tomar determinadas precauciones. Hoy, gracias a su vehículo, logra abarcar más terreno en menos tiempo y sin sofocarse demasiado. Esquiva los bajíos de los sembradíos con maestría, como si fuera un experimentado motorista.
Descubrió su patología en ese órgano tan complejo por casualidad. Reconoce que en ocasiones sentía una especie de fatiga, “como un desvanecimiento y falta de oxígeno”. Pero no fue hasta que acompañó a un amigo enfermo al hospital que descubrió la gravedad de su condición. “Resulta que yo estaba mucho más enfermo que la persona que llevé al hospital”, recuerda con tono jocoso.
Su estado era muy delicado, y hoy comenta sin sobresaltos que estuvo a punto de morir de aquella afección. Con una especie de elipsis en la conversación para emitir detalles engorrosos, asegura que la intervención quirúrgica fue un éxito, a tal punto que regresó a las labores habituales que le han convertido en un referente de la agroecología en Cuba desde su finca Cayo Piedra.
Para arribar a sus predios, se debe recorrer un extenso trayecto por un camino que en períodos de lluvia se puede tornar intransitable. Según se avanza y comienzan a aparecer las plantaciones, se aprecia una diferencia notable en la salud y color de los cultivos, también en los suelos.
En Cayo Piedra hace muchos años que los suelos perdieron esa tonalidad blanquecina que tanto distingue a La Angelina. La tierra bajo el cuidado de Doni asume otro color, más oscuro y húmedo, sin importar la época del año, con los consabidos vaivenes entre sequías y precipitaciones.
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Desde hace décadas, el productor, devenido estudioso de la agroecología, decidió aplicar prácticas sostenibles más amigables con el medio ambiente, que han enriquecido el sustrato, permitiendo que los frutos de su posesión crezcan sanos y resistan las continuas plagas que asolan la agricultura.
“La agroecología para nosotros fue una obligación, estas tierras estaban muy deterioradas por el arrastre de agua que va empobreciendo la superficie, lo cual unido a la siembra intensiva de caña provocaron una severa degradación de los suelos.
“Inicialmente, nos dimos a la tarea de emplear materia orgánica a partir de la excreta vacuna y abonos verdes, luego conocimos de la tecnología de los microorganismos eficientes. Comenzamos a estudiar primero y, con un mayor dominio del tema, decidimos producirlo y aplicarlos”.
Sus conocimientos le han permitido impartir conferencias en Cuba y el extranjero, convirtiéndose en un experto de estas prácticas.
En la actualidad, conforma biopreparados que espera producir y comercializar de manera industrial en su propia finca.
Las dimensiones de los frutos de sus cosechas le han granjeado fama internacional, al obtener producciones que despiertan el asombro de entendidos y neófitos en el arte de hacer parir la tierra.
“La agricultura a base de químicos debiera quedar atrás, a través de la agroecología mejoramos los suelos; los productos son mucho más saludables, contribuyen al cuidado de la salud humana, al consumir alimentos más sanos”.
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Muchos de estos resultados quizá no habrían sido posibles sin sus conocimientos de química, área del saber a la que ha dedicado parte de su vida desde que cursara estudios como Técnico Medio en Química Orgánica, pasión que fortaleció con la carrera de ingeniería en la propia disciplina.
Una vez graduado, optó por regresar a su finca como hijo pródigo, para poner en práctica todos los saberes adquiridos. El bagaje de su formación profesional lo sumó a la sabiduría ancestral de hombres de campo que bebió de sus abuelos.
“¡La agricultura es ciencia! ¡Y los cultivos te agradecen todo lo que hagas!”, asevera con esa sapiencia que brinda el tiempo y los resultados concretos amparados en la práctica diaria.
A Fernando Doni se le puede escuchar una que otra vez remarcar la frase sentenciosa de que la vida en el campo es muy difícil. También afirmará al instante que vive enamorado de la agricultura, sentimiento que se fortalece cada jornada, hasta convertirse en un acto de fe: “Cuando ves el saldo positivo, entiendes que has obrado bien, por eso siempre me verán apelando a la ciencia y sembrando en mi finca”. (Fotos: Del Autor)
Es Mil-ifico que es más que Cien- tifico.