¿En qué momento crecimos?

¿En qué momento crecimos? Imagen generada por IA

¿En qué momento crecimos? No existe uno en específico para definir esa transición; abrumadora e inevitable, que nos cambia la vida de súbito y ni siquiera sabemos cómo sucedió tan rápido, o por qué no nos dimos cuenta. 

La adolescencia se va volando y un día te encuentras como Atlas, cargando sobre tus hombros el peso del mundo las 24 horas; pero esta vez no es un relato griego o una metáfora, todo el peso de tu vida pasó a colocarse en tus hombros. Y es en ese instante, cuando finalmente te consideras dueño de ti mismo; sin nadie para guiar tus pasos,  y comienzas a ver lo difícil del mundo real.

Te levantas a las 5:30 a. m. para embarcarte en una guagua rumbo a la Universidad; o quizá no, todo depende de si la suerte esté de tu lado esa mañana y la noche anterior no hubo una rotura o se acabó el combustible. Juegas con tu presupuesto para decidir si vale la pena comprar esa pizza en 100 pesos o ahorrarlos en caso de que te quedes botado en alguna de las bocas de lobo denominadas “paradas”, a las que tendrás que enfrentarte si la “doble” (ómnibus biplanta) no llega. El tiempo corre y mientras oyes sin escuchar la conferencia del profesor que sí logró llegar al aula, piensas en las horas de trabajo que te esperan al salir de ahí y en cómo puedes ayudar un poco más a tus viejos para que no se maten laborando, porque sí, tus viejos cada vez están más viejos y el reloj no va a detenerse por más que lo desees.

Pero no solo tu vida cambió. ¿Recuerdas a aquella muchacha que estudió contigo en la secundaria? Ahora se prepara para celebrarle el primer añito a su niño. Arregla uñas, vende ropa, busca cualquier cosa que pueda “inventar” porque “la cuenta no da con el billete” y, aunque toda madre tiene la ilusión de festejar ese aniversario, los bebés no comen globos ni se visten con piñatas.

¿Tu mejor amigo de la infancia? Está trabajando en un supermercado a miles de kilómetros, porque decidió que la medida de sus sueños no se ajustaba a la de su realidad.

¿El chico del futuro brillante con las mejores notas del pre? Dejó la carrera y ahora trabaja en una mipyme porque los medicamentos de su padre con alzheimer son más importantes que un título colgado en la pared.

Atrás quedaron los días de dormir hasta tarde, preguntar qué hay de comer y pelear por salir a una fiesta. En un abrir y cerrar de ojos nos convertimos en adultos sin estar preparados para ello.

Ahora los trabajos de curso nos quitan el sueño; preparar puré y cambiar pañales nos quita el hambre, y salir de fiesta se convierte en ese plan pospuesto cada viernes porque entendemos que los mil pesos de fondo pueden canjearse por un paquete de pollo.

En este punto de la historia es donde empiezas a comprender a tus viejos y te percatas de que el monstruo en el armario era un oso de peluche al lado de los verdaderos monstruos; esos de carne y hueso que dicen pertenecer a nuestra misma especie.

Los revendedores y sus precios en órbitas extraterrestres, los taxistas que cobran un viaje como si te estuviesen teletransportando al mundo cuántico, la fiebre del combustible cual fiebre del oro; nuestras invenciones y juegos infantiles se dieron de bruces con una realidad mucho más cruel, en la que el dinero es la base de todo y nosotros como parte del engranaje que conforma el sistema debemos acoplarnos a él; aún cuando apenas hemos caído en la cuenta de que ya no somos niños, sino individuos de la sociedad.

“Tienes que dar la talla, cumplir con todo; trabajar, estudiar, graduarte con honores, ser un profesional de éxito, cargar con el peso de una casa, cuidar de los hijos y por nada del mundo puedes descuidar tu imagen o volverte un ser amargado y con ojeras a base de café”, pero seamos sinceros, con este sermón solo queremos gritarle al mundo que se detenga para bajarnos.

Mas, el ser humano se acostumbra a todo, o eso dicen, y poco a poco te adaptas a tu nuevo ritmo y le sacas el lado bueno; aunque extrañes el tiempo que pasabas con tu piquete, despertar con el desayuno listo y el beso antes de dormir.

Terminas por aceptar que los años pasan y el camino se vuelve más duro y solitario; los amigos toman caminos separados, los gustos se vuelven lujos y priorizas lo necesario. Dejas de ponerte en primer lugar para priorizar a quienes nunca te dejaron caer cuando diste tus primeros pasos, y colocas tus sueños en pausa porque lo importante se vuelve lo inmediato: trabajar para poner un plato en la mesa y darle a tu familia todo lo que ellos ya te dieron.

Ser adulto en estos tiempos es una tarea titánica; pero si Atlas llevó el mundo a cuestas, tú también puedes cargar tu mundo sobre los hombros y salir aireado de ello, aunque todos los días mires a tus semejantes “Atlas” y te preguntes ¿en qué momento crecimos? (Por Dayla Sandra Arias Nodarse, estudiante de Periodismo)

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