Extirparnos la desidia

Para definir la desidia, tengo una historia de cuando estudiaba en la universidad: un día un compañero de beca decidió saltarse su turno de limpieza y no recogió la basura de los cuartos, esto provocó que a los que les correspondió limpiar después asumieron que la basura no les tocaba tampoco, y esta comenzó a acumularse.

Cuando las cajas y bolsas repletas empezaron a molestar, todos optaron por la solución del mínimo esfuerzo: moverlas al pasillo. Cuando apenas se podía caminar hacia los cuartos, los residuos fueron a parar al baño.

La situación empeoró a tal punto que el hedor comenzó a volverse insoportable, pero era imposible definir quién había faltado a su responsabilidad y nadie se hacía cargo de aquello. La irregularidad con el bombeo de agua tampoco ayudaba. Al final, la administración de la universidad intervino. Nos ganamos todos tremendo regaño y obligados tuvimos que participar en las labores de higienización.

Pues eso es la desidia, ver cómo la mugre gana terreno, las calles se agrietan, la hierba invade el espacio, el agua sale de las tuberías rotas y corre a chorros por las cunetas y a su paso se forma un moho con tono verde oscuro. Todos caminan, observan el desastre y continúan con sus vidas, como si la basura que se acumula frente a sus casas fuera problema de otros.

Es cierto que hay cuestiones de las cuales solo pueden encargarse el personal capacitado y las empresas que asumen ese tipo de funciones; pero hay pequeños detalles que bien podrían resolverse con un esfuerzo colectivo, con un mínimo de interés por el espacio común que habitamos, por esa ciudad en general que, al final, también es nuestra.

Otro punto clave sobre el tema radica en la importancia de la queja, en la denuncia, en informar lo que nos afecta como un todo. Delegar en el delegado, valga la redundancia, conlleva su cuota de supervisión y presión social. ¿Qué falta? ¿Qué pueden hacer las instituciones por nosotros? ¿Qué podemos hacer nosotros junto a ellas? Si en definitiva el problema es nuestro, aunque les toque a ellas solventarlo. 

Esperar por que venga alguien a tomar acción sobre el asunto no debe ser la respuesta primaria ante una cuestión que nos implica a todos. Tampoco nos puede ganar la indolencia y la falta de sentido de pertenencia con el entorno que habitamos.

Aunque también es imperdonable la desidia cuando de servidores públicos se trata y duele incluso más. En ocasiones, la solución está en manos de quienes deben velar por nuestro bienestar y los problemas se vuelven enormes de tanto esperar.

Puedo cerrar el tema con otra historia. A una cuadra de donde vivo hay un bache colosal hace 11 años y unos meses atrás la Dirección Municipal de Viales asignó un mínimo de recursos para repararlo. Un día llegaron y armaron una pared de bloques que sirviera como muro de contención para el agua de lluvia que escurría por la calle, con el fin de posteriormente rellenar dicho bache.

Esa misma tarde, cuando los obreros ya se habían ido, cayó un torrencial aguacero y la derribó. Ahí están los bloques, bajo la basura que comenzó a acumularse en el enorme hueco en el pavimento, mientras el tiempo pasa y llegamos a ver el desastre como algo normal.

No seamos indiferentes ante lo sucio, ante lo desagradable, ante lo mal hecho. Que las disímiles complejidades del día a día no nos conviertan en ciudadanos pasivos que solo pensamos en nuestros problemas de puertas hacia dentro.

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Sobre el autor: Boris Luis Alonso Pérez

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