El Cinematógrafo: La leyenda del indomable

La leyenda del indomable es una película se puede disfrutar de principio a fin, por su ritmo o el interés de su trama.

Ficha técnica

Título original: Cool Hand Luke

Año: 1967

País: Estados Unidos

Dirección: Stuart Rosenberg

Guión: Donn Pearce, Frank Pierson. Basado en la novela homónima de Donn Pearce

Música: Lalo Schifrin

Fotografía: Conrad Hall

Montaje: Sam O’Steen

Reparto: Paul Newman, George Kennedy, Strother Martin, Jo Van Fleet…

Duración: Dos horas y seis minutos

¿Se acuerdan de la sonrisa de Luke? Sonrió hasta el final. Si ellos no lo sabían, entonces quedó clarísimo que no le vencerían jamás. La sonrisa del viejo Luke… Vaya tipo. ¡Luke el Indomable! ¡Un verdadero agitador del mundo!

A mediados de esta película, después de un primer intento de fuga, Luke (Paul Newman) es encadenado a la altura de los tobillos, castigo con el que amenazan a cada nuevo recluso al comienzo de su condena. Tras varios martillazos, la cámara se eleva desde sus pies y ocurre algo sin que veamos moverse un músculo de su rostro. ¿A qué punto está mirando en silencio esa estrella de Hollywood en contrapicado, por ende, qué estará pasándole por la cabeza a ese personaje sonriente que ahora no sonríe, a veces entusiasta y todo el tiempo misterioso?

En mi opinión, lo que está pasando en ese momento por los más profundos ojos azules del cine y por el corazón de la película son los años 60. Conrad Hall ha fotografiado este plano en mitad de la década, así que le toca por calendario una buena dosis de amargura a tan imponente destello de La leyenda del indomable.

Marchas por los derechos civiles, con un Newman barbudo paseándose orgulloso por varias instantáneas junto a Martin Luther King. Ha muerto un Kennedy, no falta mucho para que maten al segundo. Acaba de salir el A sangre fría de Capote, con adaptación ya en marcha. La veteranía mundial acumulada, Corea, Vietnam, la roja amenaza… Larga racha de prometidas sin novio, hijos pródigos que no reconocen ni a su madre América, chapillas de guerra sustituidas por sacacorchos que cuelgan junto al corazón partido, botellas vacías y cuerpos quebrados a pie de cuneta… Comprendo que en ese momento no sonría, porque lo que Newman lanza es la mirada del siglo XX.

Pero bueno, es solo el pesar que me transmite ese plano. Enseguida el canallesco Strother Martin le asesta un golpe al prisionero reducido y le hace rodar cuesta abajo junto a sus compañeros de infortunio y risas, aduciendo: “Lo que tenemos aquí es un problema de comunicación”, de modo que es mejor reflexionar mientras la trama avanza, pues no para. Nada, que no hay advertencia capaz de colársele en las entendederas al bueno de Luke, tiene un problema con la autoridad. Es conflictivo y rebelde, por eso cumple condena de dos años segando y asfaltando de sol a sol: por cometer varias “infracciones” de las que resaltan en rojo cuando se descabeza un parquímetro en la alta madrugada.

¿Qué pinta un héroe de guerra descabezando parquímetros en la alta madrugada? Desde luego, asegurarnos un argumento fascinante en una película imposible de olvidar y maravillosa, pero poco más, y agradezcamos que el guión nos deja saber al menos que Luke es héroe de guerra. En todo caso, como comprobaremos al analizar cierta fotografía infiltrada en el pabellón, lo mejor de esta película se deja a la imaginación. Como en muchas buenas películas.

Desde su entrada en prisión, queda claro que Luke se trata de un inconformista. Incluso, la camisa que lleva puesta antes de uniformarse es la más moderna entre los nuevos ingresos recién bajados de la furgoneta. Siempre hay algo, una proyección comedida, un mínimo gesto, un soslayo de labios o de mirada, que desprende inconformismo aunque esté haciendo su labor de turno, cavando una zanja o lo que sea.

Por eso tememos tanto cuando en un momento dado le vemos suplicar y apegarse a los que sostienen rifles en vez de palas, porque ese ¡no puede ser Luke! Enseguida suponemos que es una argucia para escapar. Para volver a escapar. Coincidencia abrumadora: que su rivalidad existió es innegable, pero cuánta puntería tuvieron en sus carreras Steve McQueen y Paul Newman al encarnar, con solo cuatro años de diferencia entre La gran evasión y esta, a dos de los tipos más incapturables, vueltos a capturar e incapturables por enésima vez.

Eran los tiempos en que el futuro Butch Cassidy parecía abocado a una suerte de cine de la dignidad que ha acompañado su imagen en lo sucesivo, según las diversas lecturas en cada ocasión y comportamientos que adoptó: El buscavidas, Hombre, Casta invencible, Todo vale, Veredicto final… Pero La leyenda del indomable, aunque lineal, poco ambiciosa y encajable en líneas generales dentro de la ilustre galería del cine carcelario varonil, me resulta especialmente transcendental para la trayectoria del actor. La película se convierte en mi cumbre del subgénero pese a desapegarse de cuantiosos clichés, y él se hace sinónimo de una manera particular de modelar la incorregibilidad, en este caso, del inadaptado a un sistema por consecuencias del propio sistema.

No entiendo el exceso reivindicativo de Cadena perpetua (1994), estupenda hasta donde lo es, cuando me cuesta encontrar un film de reos más completo, actual y profundo en el cine americano que este, seguido muy de cerca por Fuerza bruta (1947, Jules Dassin), Sin remisión (1950, John Cromwell) y Escape de Alcatraz (1979, Don Siegel).

Un sentido crítico, directo, natural, en absoluto demonizado o moralizante, impregna todo el recorrido; agradezco que para ello no demerite la necesidad e importancia del humor, sublime en el álgido tramo del lavado del auto, donde una rubia provoca en el batallón sudado de tanto trabajar el mismo efecto de Elsa Martinelli en John Wayne y compañía al bañar a un elefante, con erotismo sorprendente y unas ocurrencias de diálogo increíbles entre los alucinados espectadores (secuencia que hoy no pasaría censura, seguro de ello estoy).

La apuesta de los 50 huevos que puede comerse Luka en una hora, irónicamente lo más famoso, me parece lo peor de la película. Cambia incluso el tono de filmación, y no está tan bien integrado como segmento o bloque narrativo dentro del resto de la historia. Como adorno situacional se hace un poco largo, si bien proporciona bastante diversión y suspense, en tanto la patética pelea entre Luke y Kennedy o la eufórica carrera grupal tras la dispersión del alquitrán me parecen mejores muestras de irreverencia y rebeldía y funcionan más como escenas independientes.

No hay necesidad de apuntar ciertos detalles de crueldad, que en realidad ya son lugares comunes lamentablemente reales y poco eludidos en la ficción reclusa, para expandir los lúcidos horizontes de esta fábula. Aun así, es cine frontal y lanzado a tumba abierta, un trago amargo a pecho descubierto, con un uso de la bandera estadounidense en sus primeros minutos tan reflexivo y audaz como el que le dio Michael Cimino en El año del Dragón.

Aunque la onda expansiva también abrasa en buena medida la religión, como cuando nuestro héroe increpa a Dios bajo la lluvia, varias veces se acaricia con simpatía el significado cristiano de lo que implica una personalidad redentora, capaz de guiar por caminos edificantes a un conjunto de adeptos, y en última instancia el individualismo irreverente acaba menos resentido con las divinidades. La dulce canción que entona en recuerdo de su madre (estremecedora la conversación con Jo Van Fleet), banjo en brazos, corresponde a mi idea de esa reconciliación paulatina con el Creador, con el destino, con quien rayos haya hecho de Luke un indomable cansado a ratos de su propia leyenda.

Inevitable es para mí señalar que la presencia de paralelismos múltiples entre Luke Jackson y Cristo me resultó mucho más fuerte en mi último visionado que en los anteriores: la pose de crucifixión en que termina Newman la escena de los huevos, visto sobre la mesa en picado; la escena en que está reacio a comer y uno a uno los camaradas se levantan para tomar una cucharada de su plato, como apóstoles; así como varios planos de su acceso a la celda de castigo, siendo adorado desde la distancia, cubierto con un amago de túnica mientras sitúa los brazos en posiciones similares a las que ha diseñado Scorsese para sus actores muchas veces.

Otra semejanza cristiana funciona a la inversa del canon, aunque de manera igualmente reveladora: mientras que, para Cristo, negar a Dios hubiese sido al menos una garantía de vida por parte de sus censores en el poder terrenal, los que a fuerza de difamación y maltrato físico intentaban silenciar al sedicioso que veían en él, en cambio Luke acepta al Altísimo como parte de su fingida reconversión al orden establecido por los que también se saben impugnados a raíz de su presencia resistente y desafiante (“¿Ya has entrado en razón, Luke? ¿Y si vuelves a engañarnos?”, le preguntan respecto a sus intentos de fuga como si de una rehabilitación entera se tratase), y esta argucia le proporciona el tercero de sus intentos de fuga al bueno de nuestro héroe.

No sin antes acarrearle la pérdida de apoyo en sus perplejos compañeros, incluyendo la rotura en lacrimoso berrinche de esa foto sagrada que aparecerá recompuesta al final, probablemente con algún pegamento pagado en contrabando vallas adentro, o recompuesta tras haber sido conservada en trozos por un dolido admirador tras cumplir su condena y volver al mundo con la necesidad de preservar un referente. Hablo de una foto más enigmática que la de cualquier whodunit en la historia del cinematógrafo: durante una ausencia un tanto prolongada, Luke envía a Dragline (estupendo Kennedy) y a los otros una revista que oculta entre sus páginas una imagen suya de lujo, vestido de etiqueta, acompañado de rubia y morena en perfecto ménage à trois junto a la barra de un bar, martinis en mano. Es la viva encarnación del triunfo de una generación perdida. Otra más.

Como una reliquia, la foto es primeramente apreciada en colectivo con sana envidia y luego traspasada de mano en mano mediante pagos previos, hasta que una de las contemplaciones es interrumpida por la irrupción en el pabellón de un Luke ensangrentado, arrastrado por los guardias. Y lo primero que hace el “ungido” cuando consigue articular palabra es negar la autenticidad de su envío, argumentando que lo que vieron está trucado, y recha categóricamente todo intento de adoración a su persona. Tal vez porque, como rezaba el título del artículo de caza junto al que reposaba la foto, algunas ilusiones matan.

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En su defensa de la libertad y retrato de la vida en prisión, la película recuerda por el tono y las intenciones a Lonely are the brave (mejor su bello título original que el traducido al español como Los valientes andan solos), también con George Kennedy en el reparto aunque del lado de los represores; la inferior, aunque no por ello poco emocionante, Papillon, con el citado McQueen; y, en un sentido algo más retórico y en términos de reclusión “médica” antes que penitenciaria, la muy satisfactoria Alguien voló sobre el nido del cuco.

Con esta última hay un equivalente, más allá de los parecidos en cuanto a trama, mensaje y sentimientos de la época, que ratifica lo impensable de ciertos vasos comunicantes existentes entre determinadas películas: si allí la huida del indio, cuando rompía los grifos y salía por la ventana, simbolizaba que al menos uno entre toda la comunidad reprimida había asimilado y hecho uso de las enseñanzas del paciente-prisionero interpretado por Jack Nicholson, aquí algo similar aparece reflejado tras la arremetida de Drag contra el “jefe” que dispara a Luke: las gafas de sol del imperturbable vigilante, de la estatua viviente con el corazón de hielo, después del forcejeo se convierten en el resto desdeñable de una figura a la que ya no se temerá ni se respetará igual, incrustadas en el barro, aplastadas por un neumático del auto en el que trasladarán nada menos que al fugitivo capturado, herido y aun así sonriente como un verdadero socarrón (“Si aún no lo sabían, entonces quedó clarísimo que no le vencerían jamás”).

Y ya que hablamos de Dragline… Qué personaje, y qué merecido el Oscar de actor secundario para George Kennedy. Parece que no hace nada y, sin embargo, no deja de alojarnos en el alma su interpretación de ogro sentimental. Cómo observa el espíritu ingobernable de Luke durante el ajuste de cuentas sabatino: ahí es cuando se da cuenta de que el “héroe de guerra” es otra cosa, una especie rara con la que nunca antes ha intercambiado puñetazos, y le ruega con la mirada que se rinda, y por unos segundos lo toma en brazos casi con cariño, y vemos brotar en sus ojos la admiración como pocas veces un actor la ha sabido transmitir… Y entonces, máxima transformación, empieza a ceder el liderazgo que hasta entonces ha ocupado pabellón adentro. Por cierto, mis aplausos para el trabajo de sonorización: sentí los golpes en el alma. Me gusta cuando una película se puede disfrutar de principio a fin, por su ritmo o el interés de su trama, y además tiene el plus de ser fácilmente recomendable, a menudo debido a elementos tan azarosos como contar una estrella atractiva para público masculino y femenino, joven y adulto. Me encanta que esa misma película, cumplido ya su sagrado deber de entretener, se revele a cada pase como otra cosa, más rara y enigmática de lo que una vez pareció, y empiece a complejizarse, lo cual no está nada mal porque así se puede recomendar a más gente que no la haya visto por considerarla menor, poco intelectual, o pretextos por el estilo.

En fin, que el objetivo es sentir la satisfacción de obrar bien y hacer cierta prédica de esa joya que no queremos guardarnos para nosotros solos, como me ha ocurrido desde siempre con La leyenda del indomable. La única diferencia es que ya no hago prédica, como en los años en que buscaba desesperado por quioscos, canales de televisión y acceso limitado a Internet una simple copia o reposición de este clásico, tan difícil de conseguir para mí durante largo tiempo y tan fácil de admirar.

Sí, Dragline: Luke todavía sonríe. A mí me sonríe de vez en cuando. Y por más veces que vea el final, concuerdo contigo: no, no pudieron con él. Solo me inquieta algo… La foto, con las dos chicas, ese par de semanas en Atlanta, la cara de Luke… ¿Era realmente falsa?

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