Ismael Miranda recuerda con total nitidez la vez que el toro Negrito se le abalanzó encima con odio ciego. A veces, con tan solo respirar o realizar un simple gesto le sobreviene un dolor punzante, producto de aquel ataque que por poco le cuesta la vida.
Como buen campesino, nunca llegó a odiar del todo al animal, aunque le dañara tres vértebras de la columna y casi lo dejara inválido para siempre. Quizá, si hubiera actuado a tiempo, cuando los guajiros veteranos del Valle del Yumurí le gritaban “¡Oye, el día que se ‘envaque’ te ataca!”, Negrito no le hubiera convertido en blanco de sus instintos primarios de criatura irracional.
Un día sí se “envacó”, como le llaman los campesinos al período en que una bestia quiere aparearse con una hembra. Los deseos del impetuoso toro lo transformaron en un demonio capaz de cornear incluso al hombre que le alimentó y protegió durante 10 años, desde ternero hasta convertirse en un brioso ejemplar, con nombre de perro.
Al menos así jaranea Ismael tiempo después del suceso, porque a los bueyes se les llama de otra manera más acorde a las voces de mando, como Capitán o algo por el estilo, pero su esposa Dalia se empeñó en llamarle Negrito y con ese mote creció.
“Era un animal fuerte y resistente para arar la tierra, y sobre todo muy manso”, recalca el campesino, que si bien ha trabajado parte de su vida en la cercana ciudad de Matanzas, le conoce todos los secretos al monte y a los rigores del campo donde nació, allá en la finca Tres Ceibas, muy próxima a la carretera de Chirino.
Durante años le aconsejaron que emasculara al animal, pero el proceso de castración le parecía tan cruel que lo fue “dejando y dejando, hasta que el semental quiso aparearse con una vaca joven que pastaba en el potrero”. Sin sospecharlo, Ismael era el único obstáculo para la consecución del deseo del animal.
Un toro en celo derriba la cerca más fuerte, lo mismo da que sea de alambre de púa o de cardón. Las ganas de copular lo trastornarán al punto de convertirlo en una máquina mortal, capaz de arrasar con todo.
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Nada anunciaba que ese amanecer apacible de campo se convertiría en una jornada aciaga. Ismael se levantó temprano como de costumbre y localizó a los animales para el ordeño de la mañana. Mas, sí notó cierta intranquilidad en Negrito. Hasta se enfrentó a Canelo, el otro toro compañero de yugo, situación que el campesino logró controlar.
Al voltearse, de improviso, el agricultor se sintió desprendido en el aire, mirando al suelo desde la altura sin comprender nada. Al caer, vio cómo la masa oscura y musculosa le embestía con saña, una y otra vez. Ismael solo alcanzaba a sostener los afilados cuernos para que no le penetraran la piel. En un combate desigual pudo sujetar por varios segundos a tamaña mole, hasta que la fuerza le fue abandonando.
La bestia lo lanzaba al aire como a una hoja, y una vez en el suelo, el hombre lograba aprisionar los cuernos entre sus manos con todas sus fuerzas. Había escuchado de las largas heridas que provocan las cornadas, y que pueden desgarrar la piel como papel. En eso se convirtió Ismael, en una leve lámina sin dominio de sus acciones.
Incluso, al caer al suelo, cuando ya desfallecía ante el esfuerzo continuo, el enorme toro lo trituraba con la cabeza contra las rocas. Fue durante uno de esos embates que sintió una punzada en la columna, pero siguió defendiéndose.
Para suerte suya, su esposa arribó de casualidad al lugar junto a una pareja allegada a la familia. Ante los gritos y las piedras lanzadas finalmente lograron azorar a la endemoniada res. La escena duró apenas unos segundos. Del forcejeo Ismael recuerda los gritos desesperados de su mujer: “¡Me lo mata!”, “¡Me lo mata!”.
Al incorporarse logró caminar dos metros, para caer exánime, con todo el cuerpo adolorido y tres vértebras fracturadas.
Casi una semana pasó en el hospital. Los médicos, al escuchar su historia, no creían posible que un hombre se salvara de semejante embestida, y mucho menos que lograra sostener los cuernos del toro en ese enfrentamiento tan desigual.
Tras la recuperación, Ismael no arremetió contra el animal ni tomó venganza. Estuvo tres meses en recuperación. Con el tiempo prefirió vender a Negrito y Canelo a un vecino para que hiciera buen uso de la yunta en las labores de la tierra.
De aquel suceso logró salir con vida, aunque quedó con ciertas molestias que le acompañarán siempre, al igual que el recuerdo del ataque mortal que logró contener para asombro de tantos, cuando fue capaz de sostener con sus manos el ímpetu de una bestia cuya embestida supera los 4 000 kilos. Lo cual nos hace entender que en situaciones límites el hombre alcanza una fuerza sobrehumana.