Máximo Gómez Báez, irrefutable Generalísimo de las guerras independentistas cubanas, nació en Baní, República Dominicana, el 18 de noviembre de 1836, pero los hijos de la mayor de las Antillas lo aman como un hermano más por su entrega incondicional y descollante hoja de servicios heroicos a esta tierra.
Igualmente es cosa nuestra homenajearlo siempre en sus natales, también por su trayectoria, viva todavía en la memoria popular y en academias militares que lo admiran como estratega, pues fue de los más brillantes de su tiempo, junto al relevante Lugarteniente General Antonio Maceo, sobre todo cuando ambos desplegaron la invasión de Oriente a Occidente en la guerra del 95.
Muerto en combate el insustituible Titán de Bronce el 7 de diciembre de 1896, Gómez continuó con gran ahínco al frente de la campaña de la cual era su General en Jefe, cargo dado a él por José Martí en 1892.
El Apóstol le entregó la investidura a poco de la fundación del Partido Revolucionario Cubano, en una etapa en que el Maestro redoblaba los preparativos para iniciar la contienda.
Ambos residían en el exilio, en diferentes países, y para llegar a ese momento de unidad y cohesión habían transitado por un largo camino de encuentros y desencuentros atizados por las difíciles condiciones de la lucha y los obstáculos puestos por el enemigo.
Máximo Gómez ya se había ganado el respeto y confianza no solo del Maestro, sino también de los genuinos patriotas de la Isla.
Hay que acercarse entonces a sus años más jóvenes y mirar un poco la vida de aquel chico de Baní que pasó su niñez y la primera juventud en su pueblo natal, donde se formó como militar de carrera para rendir servicios al ejército español hasta la independencia de su nación.
Hacia 1865 viaja a Cuba en compañía de su madre y se establece en la finca El Dátil, en la jurisdicción de Bayamo, donde trabaja en faenas agrícolas. En 1866 se licencia del ejército y a partir de 1867 comienza a vincularse con el movimiento insurgente revolucionario que en esa región del Valle del Cauto se radicalizaba y organizaba en pro de la lucha anticolonialista.
Desde muy joven se hacía notar por la rectitud y firmeza de su carácter, honradez y en especial por su gran pericia de soldado, amante de causas nobles como la libertad.
Ello explica las razones básicas que lo llevaron a incorporarse a la primera contienda emancipadora de los cubanos, a solo dos días de comenzada el 10 de octubre de 1868, comandada por el bayamés Carlos Manuel de Céspedes.
El 26 de octubre del año iniciático de la contienda, que duró 10, ya estaba escribiendo una página brillante en su paso por la historia de Cuba, al concebir y realizar con total éxito la primera carga al machete contra el ejército peninsular, utilizando el modesto instrumento de trabajo rural como temible arma de combate, tomando por sorpresa a sus atónitos enemigos.
Ese histórico episodio fue ejecutado de manera relampagueante, muy al estilo de lo que haría el Generalísimo en el futuro, aquella vez al frente de una reducida tropa de unos 40 mambises escondidos dentro de la maleza en el lugar llamado Pinos de Baire, cerca de Jiguaní. La fuerza a la que venció, increíblemente, era una bien equipada columna hispana que procedente de Santiago de Cuba se dirigía a Bayamo con 700 hombres y armamento.
A partir de entonces comenzó su paso ascendente dentro de la jefatura del ejército popular que luchaba contra el colonialismo arrebatando armas al enemigo y al filo del machete, devenido en arma desconcertante y temible.
Luego de ser primero al mando de las fuerzas del General Donato Mármol, y más adelante subordinado a otros generales, su ostensible valentía, audacia, ingenio, disciplina férrea, y concepciones organizativas se notaban, pues eran de vanguardia y muy eficaces.
En una trayectoria que se pudiera llamar meteórica, siempre desde la humildad, sobriedad y disciplina, y los valores, terminó esa contienda en 1878 como protagonista y líder de múltiples combates memorables.
Antonio Maceo y Grajales, ya mencionado como su brillante compañero en la Guerra Necesaria iniciada el 24 de febrero de 1895, fue uno de sus mejores discípulos.
Tajante en los principios como en la estrategia de la lucha militar, el General Gómez no estuvo nunca de acuerdo con el Pacto del Zanjón que en 1878 puso fin a la primera contienda de la Revolución cubana, firmado por el español Arsenio Martínez Campos, en nombre de la metrópoli.
Al defraudador Zanjón contribuyeron la desmoralización, la desunión, el caudillismo, las ingentes fatigas y depauperación de la guerra y otros males de la insurrección criolla.
Aunque sintió la amargura de la capitulación, Gómez siempre actuó sin falta bajo el principio de servir incondicionalmente a Cuba, porque la amaba por muchas razones, pero jamás se inmiscuiría en decisiones políticas de esta tierra, se había jurado.
Poco antes de la valiente Protesta de Baraguá patentizada por Antonio Maceo, Gómez se marcha de Cuba en marzo del 78, y se dirige a Jamaica, a reunirse con su familia, y allí se establece en la más absoluta pobreza, después de haber rechazado ofrecimientos de compensación y respeto de Arsenio Martínez Campos si se quedaba en la Isla. Se había prometido a sí mismo no vivir nunca más bajo el dominio hispano.
Todavía hoy causa admiración su recia verticalidad, conducta que lo acompañara durante toda su existencia.
En 1879 aceptó una oferta del presidente de Honduras para establecerse en esa nación, en altos cargos de asesoría de su ejército y más adelante, por su mediación, incorporó a Maceo y sus familiares a esas labores, que los ayudaban a mejorar sus ingresos para la manutención.
Cuando partió de Cuba después del Zanjón, en el cual le acusaron injustamente de haber participado, escribió que esa tierra siempre podría contar con su consagración y sus servicios, y no fueron meras palabras.
Lo demostró al aceptar el ofrecimiento de José Martí para volver a comandar las fuerzas libertarias, esa vez de General en Jefe, incluso después de algunos desencuentros iniciales con El Apóstol, al protagonizar junto a Maceo un plan beligerante que no consiguió sus objetivos en la etapa 1884-86.
Hoy por hoy, los cubanos siguen volviendo al Generalísimo no solo en la hora y gloria de sus batallas, sino también por ser legado contra lo mal hecho, la traición, las indisciplinas, todo lo que implica reblandecimiento moral. Eso igualmente lo hace un referente muy actual.
Fallecido en La Habana el 17 de junio de 1905, a los 69 años, debido a una septicemia provocada por una herida en la mano, el Generalísimo Máximo Gómez Báez, dominicano por nacimiento y cubano por derecho propio, es presencia señera en las batallas de hoy. (Marta Gómez Ferrals, ACN)