Desde el exterior, se percibe el exquisito olor a su potaje recién sazonado del que levanta a un muerto, no importa si lleva siglos bajo tierra. Aunque ella dice que “cocinar no tiene ciencia”, a nadie le quedan tan sabrosos los asados, y eso que a duras penas ve los ingredientes; sí, porque el tiempo ha hecho de las suyas. Tanto, que ya no se desplaza con la misma agilidad, ni sus pisadas son sólidas.
Ahora anda ligada al “burro”, ese artefacto escandaloso, mitad metal y mitad plástico, que se ha vuelto extensión de su cuerpo. Pero así, con sus 87 años, casi invidente y con serios problemas de locomoción, abuela sigue halando a los del más allá con sus potajes, y siendo mi brazo derecho en casa.
Darles el espacio adecuado, y hacerlos sentir queridos, es parte importante en la calidad de vida de los ancianos. Aunque no escatima en desafíos, llegar a la tercera edad no es el fin del mundo, ni tiene por qué serlo. Un amasijo de experiencias y conocimientos atesoran quienes peinan canas, lo que los convierte en imprescindibles aliados en nuestro viaje por la existencia humana.
Cada 1ro de octubre se celebra el Día Internacional del Adulto Mayor, con el objetivo de reconocer el valor de los ancianos y sensibilizar a la población sobre la importancia de protegerlos.
Claro, es cierto que no siempre se llega tan vital a la vejez, lo que es difícil tanto para quien lo vive como para quien acompaña. Y ahí aparece un elemento difícil de la historia: si hay quien acompañe.
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En nuestro país, a los retos de lidiar con un marcado envejecimiento poblacional, en los últimos años se han sumado los vestigios del fenómeno de la emigración, que ha puesto del otro lado de las fronteras a una cantidad considerable de jóvenes, pero también a sus padres.
Por eso, no asombran las historias de ancianos que viven solos y tratan de sobrevivir con sus limitaciones.
Son tiempos en los que se impone ser más empáticos y amables con los otros. Ayudar, sin pensarlo dos veces, al anciano que intenta cruzar la avenida con su bastón remendado, al que a duras penas logra contar las monedas con las que pagar los mandados de la bodega, y de ser más paciente con el abuelo que, por sus movimientos rígidos, vertió el café encima del mantel acabado de cambiar.
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La ancianidad es un espejo frente al cual es necesario mirarse. Nuestras acciones de hoy no solo marcan la vida de esos seres que ahora mismo demandan de nuestra ayuda, sino que serán el modelo a seguir por los infantes que nos imitan.
De nuestro actuar dependerá en gran parte que mañana tengamos un espacio importante en la vida de los otros, o que nos rechacen y hagan “vasijas de madera”, como ilustra Edmundo de Amicis en su Corazón.
Abuela me enseñó a compartir la merienda, a ayudar a cruzar avenidas, pero sobre todo a querer al prójimo. Hoy no es mi carga, es mi mano derecha. Cada año que suma me reconforta porque sigo gozando del privilegio de la mejor de las compañías.