El héroe de bata blanca

Cuando cayó tirado boca abajo en el suelo, llevaba su bata de color blanco, distintiva del vestuario médico.

Tendido en el piso, el cuerpo ensangrentado de Mario Muñoz Monroy dejaba ver la traza del proyectil que lo impactó por la espalda.

Lo asesinan en la callecita interior del Cuartel, iba a algunos metros de nosotras, fue el testimonio, tiempo después, de Melba y Haydee, quienes habían sido designadas como enfermeras y sus ayudantes, y entre las últimas personas en verlo con vida.

Los esbirros no le encontraron arma. Y es que aquel hombre fungía como el médico de los participantes, y estaba allí para asistir a los heridos en la acción.

Por su preparación integral, sería el encargado, además, de operar la planta en la emisora de radio, desde donde se daría lectura al manifiesto revolucionario que llamaría al pueblo a una huelga general contra la dictadura.

En julio de 1953, fecha escogida para el asalto al Cuartel Moncada, ya Mario era un cuarentón, lo que se dice un hombre maduro. Por su edad, hubiera podido ser padre de algunos de los combatientes revolucionarios que asaltaron los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, grupo en el que muy pocos sobrepasaban los 30 años.

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Por veleidades del travieso destino perdió su vida ese 26 de julio, el mismo día en que cumplía 41 años.

Fue asesinado en la fecha que marcaba su nacimiento, algo que de seguro no se esperaba, aunque comprendía el riesgo de la intrépida acción y la posibilidad de peligro que implicaba.

–Qué fecha has escogido, hoy cumplo 41 años– dicen que expresó con cuidado de no contrariar a Fidel en aquella tensa circunstancia, tras lo cual le dio un abrazo fraternal al joven revolucionario.

La noticia de su muerte produjo conmoción en Colón, su pueblo natal, donde era uno de los hombres más queridos y respetados. Muchos lo lloraron, pues se trataba de un médico servicial y humanitario, quien, en ocasiones, no cobraba por examinar a las personas humildes.

«Para mis abuelos Marceliano y Catalina la muerte de Mario fue un golpe demoledor», contó su sobrino Roberto Muñoz, quien todavía no tenía un año de nacido cuando los sucesos del Moncada.

Era, por demás, un tipo intrépido, que incursionó en la radiodifusión y hasta fue capaz de pilotear una avioneta pequeña, luego de recibir clases que lo formaron como piloto. Estos y otros compromisos como la fotografía, la filmación de películas y la práctica de algún que otro deporte, fueron pospuestos por el llamado del Moncada.

Bien pudo Mario Muñoz llevar una vida cómoda y sin limitaciones materiales de ninguna índole, pero renunció al confort. Según reseñan los historiadores, era un hombre desprendido, sin codicia. Sus determinaciones nunca estuvieron orientadas a procurarse bienestar personal. Le interesaba bien poco.

Esos y otros atributos, sin duda, hicieron que desde el momento mismo en que conoció a Fidel, terminaran vinculados por un afecto recíproco.

Al líder de la Generación del Centenario debió llamarle la atención la firmeza del colombino, en quien depositó una confianza a toda prueba, como recoge la historia.

LAS RAZONES DE SU ACTUACIÓN

Emprender aquel viaje que le reclamó el deber y por el cual ofreció la vida, revela su altruismo y grandeza, además de otras cualidades visibles desde temprana edad, como la honestidad, y que alguna vez destacara su maestra en la escuela primaria.

Aquí lo quería todo el mundo, se oye decir en cualquier rincón de la ciudad.

En el volumen El Médico del Moncada, los investigadores Miriam Hernández y Eduardo Marrero, significan la exquisita sensibilidad como profesional de la Medicina y su amor por la familia, en especial por sus dos hijas.

«Resulta difícil desligar su vida íntima y familiar de la profesional y revolucionaria. Ellas se complementan, nos ofrecen al ser real, sin mistificaciones, y brindan el carácter y las razones de su actuación.

«Creció recibiendo y dando afecto. Amó entrañablemente a su madre. Igual sentimiento lo unió al padre, a quien ayudaba en el estudio fotográfico casi a diario, a pesar de sus múltiples responsabilidades.

«La estricta educación familiar y su aplicación forjaron un carácter incorruptible y rebelde ante cualquier injusticia o violación de los principios morales dentro de los cuales se formó, pero de carácter serio, y a veces intempestivo, se adecuaba con naturalidad y cubanía a las más disímiles situaciones».

PERMANENTE TRIBUTO A LOS HÉROES DEL MONCADA

En la antigua calle Diago, en la ciudad matancera de Colón, se localiza el Museo Casa de los Mártires del Moncada, devenido sitio de tributo a quienes cayeron en aquellas acciones.

Fue allí donde se reunió con Fidel y otros revolucionarios durante los preparativos del asalto al Moncada.

Convertido en sitio de interés histórico y cultural, el inmueble favorece el estudio y divulgación de la vida y obra de aquellos que no dejaron morir al Apóstol en el año de su centenario.

La residencia inspira sentimientos nobles y atrae, sobre todo, a los más pequeños, quienes acuden a la casa para conocer algo más sobre el Médico del Moncada, uno de los hijos más queridos de la ciudad. 

Al triunfo de la Revolución, en su avance hacia La Habana, y cumpliendo órdenes de Fidel, el Comandante Camilo Cienfuegos hizo un alto en Colón para visitar a la familia del héroe de bata blanca.

En su honor, el primer hospital construido por la Revolución en Cuba, ubicado en su tierra natal, lleva su nombre.

También se llama Mario Muñoz un Hospital Militar y el central azucarero construido en el municipio de Los Arabos.

Fidel lo honró de manera muy particular poniéndole su glorioso nombre al tercer frente guerrillero que consolidó el Ejército Rebelde, el 6 de marzo de 1958, encabezado por el Comandante Juan Almeida Bosque.  

Sobre los sucesos del 26 de Julio, y refiriéndose a Mario Muñoz Monroy, Fidel diría en su alegato de autodefensa:

«El primer prisionero asesinado fue nuestro médico, el doctor Mario Muñoz, que no llevaba armas ni uniforme y vestía bata de galeno, un hombre generoso y competente que hubiera atendido con la misma devoción tanto al adversario como a su amigo herido. En el camino del Hospital Civil al Cuartel le dieron un tiro por la espalda y allí lo dejaron tendido boca abajo en un charco de sangre».

Su muerte fue obra del delirio de los opresores en el empeño por disuadir cualquier otro intento por derrocar la tiranía. 

Pero se equivocaron. El Moncada, ese heroico sitio que conoció de la valentía admirable de Mario Muñoz, entre otros, sembró la esperanza de una alternativa y atrajo la admiración de muchos dispuestos a entregar sus vidas, sin otra recompensa que la satisfacción por el deber cumplido.

(Por: Ventura de Jesús)

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Sobre el autor: Granma

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