Crónica de Domingo: Bañado y comido para a las 7:30 ver las aventuras

Había un muñequito que en mi época pasaban bastante. Trataba sobre una niña que odiaba la lluvia porque no podía salir a jugar. Entonces luego una voz en off la trasladaba a diferentes escenarios postapocalípticos, que pudieran suceder si se cumplía su deseo de cerrar la llave de paso celestial. 

Yo, como esa niña, odiaba la lluvia; pero no por lo de salir a jugar, sino porque cuando caían las primeras gotas, y por el horizonte flasheaba un relámpago, mi madre, con esa mentalidad tremendista de las madres cubanas de “hay que cuidar lo único que tenemos”, me mandaba a desconectar el televisor y desenganchar la antena de bigotes. De chama, ordenarme eso representaba lo mismo que colocarme en un escenario postapocalíptico donde el aburrimiento- zombie venía por mi cerebro y mi felicidad. De chama —tampoco es que lo haya superado con el paso del tiempo— era muy vicioso de la televisión. 

La situación podía ser mucho más intensa si coincidía con las aventuras; ahí si me colocaba a punto de perreta. Tristemente ese espacio desapareció de la programación, pero hay muchos como yo que crecimos con ellas. 

Organizabas tu tiempo porque sabías que a las 7:30 p.m. comenzaban. A esa hora debías estar bañado, comido y con las tareas hechas para sentarte delante de la pantalla. Luego venía  la calabacita y a dormir; aunque creo que pocos le hicimos caso a la calabacita y dejamos que siguiera de paso en su almohada-moskvitch. De adulto, cuando la vida es una neuroautopista (neuro de neurótica), a veces uno extraña esos momentos en que todo resultaba tan fácil. 

Quizás si algo bueno posee la costumbre de nuestra televisión de repetir los seriales y programas una y otra y otra y otra vez es que creó referentes que comparten tres o cuatro generaciones. Siempre pensé que, de tantas veces que transmitieron Coco Verde, ya el Coco debía de haber madurado. 

La aventura Hermanos, o ¡Lorenzito! (estoy un 99% seguro de que lo acabas de gritar en tu cabeza), es anterior a mi época, pero igual la pasaron como dos veces en mi infancia. Incluso, había un personaje que compartía apellido conmigo, Domingo Carmona, cazador de bandidos, que tenía una frase memorable, algo así como “Estoy aquí para ganarme mis frijoles”. Hoy en día, cuando la gente me conoce, me pregunta eso: si me estoy ganando mis frijoles.

Hace poco murió Chely Lima, quien escribió el guion de Shiralad. Esta nunca fue de mis preferidas, porque de niño no entendía muy bien qué sucedía exactamente, pero recuerdo que me encantaba su presentación. A veces los recuerdos son así, como notas mentales de aquello que nos llegó y el resto se va a la papelera reciclable.  

Estaría en prescolar o primer grado cuando pusieron por primera vez El elegido del tiempo; como Shiralad, no la comprendía. La encontraba grotesca. Empleo ese adjetivo ahora, porque a esa edad no sabía siquiera lo que era lo grotesco, pero por desgracia lo aprendí. Ahí había un personaje, una especie de criatura con una máscara muy fea que habitaba en un agujero en la tierra, Rupermón. Hablaba de manera tétrica y, cuando decía su nombre, lo pronunciaba así como Ruper-ruper-mon-mon. Eso a los muchachos de mi aula nos daba gracia y podías encontrarnos mientras lo decíamos para nosotros, como un mantra o chiste interno. 

Hubo muchas: El guardián de la piedra, que de tan mala no la han puesto más y que transcurría en un supuesto país ficticio donde tomaban Tu Cola y en las peleas los villanos se desmayaban y después es que llegaba el piñazo; Los Tres Villalobos, creo que la última que se hizo antes que se extinguieran, y donde en ochenta capítulos los hermanos no se cambiaron de ropa; La Atenea está en San Miguel, que aún no  he averiguado qué es la Atenea; El conde de Montecristo, que me encantaba, y que ahora la pasan por Cubavisión y uno la ve de repente y le caen un montón de años arriba, y así. 

En este texto solo menciono las de factura nacional, porque también existieron muchas extranjeras que se quedaron en el consciente colectivo.  

En verdad, es una lástima que las aventuras hayan desaparecido de la televisión y no sería mala idea pensar en retomarlas, y así crear referentes para aquellos que están por venir. Para que la nostalgia no nos coma tanto por dentro tanto.  

Lea también:



Recomendado para usted

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *