Monólogo contra la soledad

Hasta el año anterior, aproximadamente el 17,4 % de los adultos mayores en Cuba viven solos. Amaury es uno de ellos.

Ay, carajo, déjame hacer escala aquí antes de seguir pa la casa. ¿Te molesto? Dime sin pena, igual ahora no puedo hacer otra cosa que plantar las nalgas en el banco. No puedo más. Tú me ves así fuerte pero ya soy un viejo de mierda. Por eso me pongo gorra, pa embarajar, pero mira esto: ya no me queda un mechón oscuro, y cuando ves a un negro con canas agárrate… que ese es Matusalén.

Por cierto, en esta jaba tengo un par de herramientas. Dos juntas de escape de Lada originales, blindadas y todo. ¿Te interesa algo de eso? Tranquilo, imaginé que no. Es que soy electricista y en la casa armé un taller con todas las de la ley. Muchacho, cuando estaba en activo siempre tenía tres o cuatro carros haciendo cola en el garaje, la gente me llegaba hasta de madrugada. Es que era bueno. Muy bueno, diría yo. Si no, pregunta en todo Versalles por Amaury el electricista.

Lea también: Día del adulto mayor: Pensar en su bienestar

Eso sí, la fama nunca se me subió pa la cabeza. No me gustaba la tomadera y el cigarro ni lo miraba. Una vez, siendo chamaco, me dio por meterme un cabo en la boca y me puse tan fatal que el viejo me cogió en el brinco y me sonó un gaznatón, uno solo, suficiente para que aquel mocho saliera disparado por el aire, y junto con él casi un diente mío. Remedio santo.

Pero como te decía, siempre he sido un tipo tranquilo, lo que en mi tiempo se definía “un hombre de bien”. ¿Cómo explicarte? Es que yo con poco me he sentido satisfecho. Vaya, tampoco es que fuera conformista, pero así me educaron. Por ejemplo, ahora que paso balance, la mejor parte del día para mí eran las tardes, cuando regresaba a la casa y me unía con mi mujer y mi niño en la mesa. Allí pasábamos horas hablando, comiendo, cantando, riendo, eructando; te miento, esto último el único que lo hacía era yo. Después veíamos la televisión y los fines de semana dábamos una vuelta y así pasaban los días. Nunca me he quejado…

¿Puedes creer que todavía vivo en la casa donde nací? ¿Cuánta gente hoy puede decir eso? Muy poca. Vaya, tampoco creo que hoy les interese demasiado eso. Y ahora con este tropelaje de patrones, padrinos… Ah, sí, eso mismo, patrocinadores, que no sé muy bien qué son pero tienen a la gente revuelta. Pues te decía, aún vivo en mi casa, colonial, de tejas criollas, grandísima, de cuatro cuartos. Antes le molestaba a mi esposa, tan obsesiva para la limpieza, pero incapaz de limpiarla toda en un solo día. Había veces que se impulsaba: “Hoy sí la limpio de un tirón”, pero ya cuando llegaba al tercer cuarto se dejaba caer en el colchón y a veces me la encontraba redondita. Un día estaba tan dormida que me asustó: parecía muerta.

Son cosas que uno tiene frescas en la mente, o al menos son los recuerdos más frecuentes. Después de que ella partió, soy yo quien no soporta tanto espacio. De hecho, cada día pierde un pedazo. Las tablillas de la ventana, la pintura de la pared por la humedad. Ya se me ha caído el techo de dos cuartos y hasta me da mala impresión mirar para arriba, las cabillas parecen un par de majás prietos que quieren morderme. Ya ni paso por allí.

Me da pena invitar a alguien. Aunque eso no es un gran problema porque a mí nadie me visita… ¿Te dije que tengo una nieta hermosa? Ya tiene 19 años, pero no la conozco. Vive en Ottawa, Canadá, con mi hijo. Aquí tengo la foto de ellos, en la billetera, que es más bien un álbum de fotos, porque billetes no tiene; pero aquí llevo la vida mía. Eso fue en la playa, un verano que vinieron de vacaciones. Ahí está la gringa, la niña y el chamaco mío.

Él estudió un técnico medio para ser electricista como yo, era mi gran orgullo, pero en ese tiempo se juntó con unos socios que lo embullaron a pasar el curso de Hotelería y Turismo, como el Chef Farándula ese que sale ahora en televisión. De ahí lo mandaron a hacer prácticas en Varadero. Imagínate, ese muchacho, negro como yo, trabaíto, chamusqueaba el inglés; enseguida ligó, se casó y se largó. Ahora lo veo un par de veces a la semana, por el celular de mi hermana.

Hace un tiempo me dijo: “Oye, no te he podido mandar nada, la cosa aquí está fuerte”. Él me tiraba 100 de los duros todos los meses, no me iba mal. Pero ahora los tiempos han cambiado, todo ha cambiado demasiado rápido o quizá soy yo que ya estoy viejo y no me doy cuenta de las cosas. Será que ya no recibo la ayudita o que la vida se encareció de la noche a la mañana, ya no sé qué pensar. Lo que sí sé es lo que quiero comer: un buen plato de arroz y frijoles, que a mí la comida seca no me baja.

Por eso, de verdad, ¿no te hacen falta las juntas que tengo aquí? ¿Ni una sola? No te preocupes, solo quería comprobar si habías cambiado de opinión. Bueno, mucho gusto. Disculpa si te cansé, pero como te habrás dado cuenta soy un poco conversador y ya voy de vuelta a casa y créeme: hablar con el gato es muy aburrido.

Voy echando.

*A Amaury lo conocí hace tan solo unos días, durante una dilatada espera. Apenas intercambiamos los saludos, se desató a hablar, y una vez comenzada la primera historia no hubo manera de hacerlo callar, o mejor dicho, de seguro la había: fui yo quien no se atrevió a interrumpirlo, pues en su agrietado rostro de labios finos y resecos se me revelaron, a medida que avanzaban sus relatos, muchísimos rostros diferentes, pero con historias similares, necesidades similares.

Hasta el año anterior, aproximadamente el 17,4 % de las personas adultas mayores en Cuba viven solas y, en lo adelante, se espera una reducción del tamaño promedio de los hogares cubanos.

Recomendado para usted

Foto del avatar

Sobre el autor: Ayose García Naranjo

3 Comments

  1. Desgraciadamente es la realidad de muchas familias cubanas, hogares vacíos, adultos mayores solos y tristemente una vida cada vez más difícil para esos que sufren, además de las necesidades cotidianas, la falta de cariño y afecto de quienes un día estuvieron y ya no están.

  2. Así es, nos hemos quedado solos, y solo hay dos opciones: irte a vivir con tus hijos si tienes la suerte que ellos te lleven, o dejar que el techo te caiga encima.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *