Este martes vivimos un hito en la historia de la humanidad: es el día en que somos, por vez primera, ocho mil millones de personas conviviendo en el planeta Tierra. Según las previsiones de la Organización de Naciones Unidas, hoy se alcanza, oficial y simbólicamente, esa histórica cifra.
Para algunas personas esta es una ocasión para celebrar nuestra diversidad, reconocer nuestra humanidad compartida y maravillarnos por los avances de la salud. Para otras es motivo de desesperación y angustia. Para todos, significa que cada país debe entender sus cambios demográficos y trabajar en aras de alcanzar el mundo deseado.
Quienes vivimos en Cuba esperamos esta cifra con una población que decrece, se urbaniza y envejece en términos generales, y reflexionamos sobre su implicación en cuanto a oportunidades, desafíos, decisiones y acciones para afrontar esa paradójica situación.
«El arribo a esta fecha se produce en un contexto marcado por importantes progresos y, a la vez, por muchos desafíos. Esto significa que, aunque hay mucho para celebrar, también debe ser un momento para movilizarnos hacia la búsqueda de soluciones a los retos que la comunidad global enfrenta», dijo a Juventud Rebelde Marisol Alfonso de Armas, representante auxiliar de la Oficina en Cuba del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).
El Fondo ha lanzado un grupo de mensajes para llamar la atención sobre lo que representa llegar a esta cantidad de habitantes «en un escenario de avances visibles en salud, educación y reducción de la pobreza; pero también con retos, entre los cuales el cambio demográfico y climático, así como las desigualdades, son ampliamente relevantes».
Para atender esos desafíos, apunta Alfonso de Armas, corresponde trabajar en cada país, prever y comprender el modo en que la población cambia, la diversidad que la caracteriza. También es importante dar impulso a respuestas políticas basadas en datos, que puedan ayudar a mitigar los efectos potencialmente negativos de las dinámicas demográficas y aprovechar plenamente las oportunidades que presentan.
«Para ilustrar este enfoque, que coloca en el centro a las personas, es legítima una frase de la Doctora Natalia Kanem, directora ejecutiva del UNFPA: las personas no son el problema, sino la solución. La experiencia nos ha enseñado que invertir en las personas, en sus derechos y en sus opciones vitales propicia sociedades más pacíficas, prósperas y sostenibles», cita la experta.
—Esa manera de entender estos procesos ha sido definida como resiliencia demográfica. ¿Qué significa esto?
—Las sociedades demográficamente resilientes comprenden que las tendencias demográficas se ven influenciadas por un conjunto de factores complejos e interrelacionados de carácter social, cultural, económico, ambiental y político y, por consiguiente, desarrollan respuestas adecuadas, políticas amplias, integrales y con base empírica, que permiten a todas las personas ejercer plenamente sus derechos, en particular los sexuales y reproductivos.
«Hay dos aspectos fundamentales en este concepto. El primero es la capacidad de una sociedad de ser proactiva, es decir, de conceder prioridad a la previsión y planificación del cambio demográfico, a la inversión en educación, salud, igualdad de género y acceso a empleos dignos a través de las generaciones.
«El otro aspecto es la voluntad de transformar o replantearse las normas que impiden a las sociedades convertir los retos demográficos en oportunidades, especialmente aquellas relacionadas con los roles de las mujeres y los hombres en las familias y sociedades».
—¿En qué habría que cambiar, ahora que somos ocho mil millones de habitantes?
—La situación actual exige que asumamos este momento sin poner el énfasis en si es un número mayor o menor de personas, sino destacando la necesidad de asegurar un acceso mayor y más igualitario a las oportunidades.
«Entre los caminos necesarios se encuentra la inversión en datos desagregados y en capital humano, así como la eliminación de obstáculos para aprovechar el potencial de todas las personas e incluir aquellas que son tradicionalmente marginadas: las mujeres jóvenes y adultas mayores, la comunidad LGBTIQ+, las personas con discapacidad y la población migrante.
«No podemos obviar que los progresos alcanzados no se perciben de manera equitativa. Existen profundas diferencias en indicadores clave, como la esperanza de vida, el acceso a la salud, el ejercicio de los derechos y la calidad de vida. Por eso hay que aprovechar las infinitas posibilidades que vemos alrededor, dentro y entre los ocho mil millones de personas para lograr un mundo pacífico, justo, próspero y sostenible para la humanidad».
Cuba en contexto
Mientras el mundo llega a ocho mil millones, Cuba presenta una dinámica compleja: una transición demográfica con muy bajos niveles de fecundidad y de mortalidad, alta esperanza de vida, baja mortalidad infantil y un sostenido saldo migratorio internacional negativo.
Matilde Molina Cintra, subdirectora del Centro de Estudios Demográficos (Cedem) de la Universidad de La Habana, confirma que la población cubana decrece por cuarto año consecutivo, con el indicador conocido como Crecimiento natural en negativo (se producen más defunciones que nacimientos).
«Según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), en 2021 nuestra población disminuyó en todas las provincias. Solo crecieron nueve municipios, ocho de ellos de forma natural.
«Estos indicadores refuerzan el elevado grado de envejecimiento demográfico en Cuba (21,6 por ciento el pasado año) y el decrecimiento del número de habitantes», apunta la especialista, quien añade que la fecundidad mantiene su tendencia al descenso, con una tasa global de 1,45 hijos por mujer al cierre de 2021.
Sin embargo, como expresión de la complejidad se presenta una notoria fecundidad adolescente como la mayor desarticulación de la fecundidad cubana: «Esa resistencia a descender del indicador de fecundidad en mujeres menores de 20 años es una expresión de brechas de género, de brechas en el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos de las adolescentes. Es una expresión de pérdidas de oportunidades educativas y formativas», alerta.
—En este complejo panorama son muchos los desafíos que tenemos como país…
—El nivel de envejecimiento impone exigencias para los sistemas de seguridad y asistencia social, y representa una mayor demanda de servicios de cuidados. Hay que garantizar el acceso de calidad a servicios de salud sexual y reproductiva, educación sexual efectiva en todas las edades, promover mayores oportunidades y generación de empleos productivos. Unido a esto se ubican los retos para garantizar un desarrollo sostenible, donde el cuidado del medio ambiente no puede quedar atrás.
—¿Ha entendido el país que para hacer realidad ese camino se necesita contar con la población?
—Cuba se fortalece, con la actualización de la política para la Atención a la dinámica demográfica y la constitución de los Observatorios demográficos en todas las provincias y municipios. El Cedem, coordinador metodológico de los Observatorios, capacita equipos multidisciplinarios y monitorea su implementación y funcionamiento en el cumplimiento de su misión, y brinda a los gobiernos información y datos para su gestión y toma de decisiones.
«Conocer las tendencias demográficas y sus consecuencias es esencial para orientar políticas y programas que respondan a estos desafíos. Se necesita contar con la población, posicionarla como objeto y sujeto del desarrollo, tener en cuenta su estructura, tamaño, composición, ubicación y movilidad, y que se articulen políticas diferenciadas según especificidades de las familias y los territorios.
«Hay que prepararse para desarrollar resiliencia demográfica. Poner a la población en el centro significa también enfocarse en las personas, familias y comunidades, garantizar su protección y satisfacer sus necesidades. Es aprovechar las oportunidades y garantizar los derechos y decisiones de todas las personas».