Cuando el hijo de mi vecina Rosa llegó acompañado de aquella perrita sata, con cabeza diminuta y cuerpo redondo, cualquier otra persona hubiese azorado al animal porque no todos le abren la puerta de su hogar a un desconocido, menos a un perrito callejero. Pero no Rosa. Ella siempre se ha caracterizado por ser un derroche de bondad.
Al conocer que la perrita había seguido a su hijo desde una larga distancia, lo primero que pensó fue en darle agua en un pozuelo. Al observarla beber casi con desespero, nació una simpatía repentina y decidió convertirse en su protectora hasta que aparecieran los dueños. Y, mientras, la nombró Niña.
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Supo desde el primer momento que el animalito había sido criado con amor y mucho cuidado, lo que se podía apreciar por el brillo de su pelaje y esa actitud mansa y dulce. Por las numerosas canas dedujo también su longevidad.
Con solo señalar con un dedo hacia algún rincón de la casa, Niña iba y se echaba. Al parecer, nunca sufrió maltrato, porque cuando Rosa tomaba algunos de los utensilios de limpieza y pasaba cerca de ella no se inmutaba, como sí hacen otros perros víctimas de la violencia, que al mínimo gesto con una escoba o trapero ocultan la cabeza temerosos.
Un buen día descubrió que sucedía algo extraño con la nueva integrante de la familia, que nunca ladraba. Cierta vez un vecino voceó cerca y la mascota apenas se movió.
La buena vecina comprendió que era sorda, y que para dirigirse a ella tenía que ponerse en su ángulo de visión, así el animal podía “leer” sus labios. Eso sí, comprendía cada palabra y oración: “Niña, échate”; “No salgas a la calle que no escucharás cuando viene un carro”; “Ponte en ese rinconcito que te pisarán la cola”, y la criatura obedecía solícitamente.
Aunque Rosa comenzó a encariñarse con la criatura, subió una foto del animal a las redes sociales para tratar de localizar a sus dueños. Mas, el tiempo pasó y nadie venía por ella. Fue entonces cuando mi vecina manejó la idea de quedársela.
Creció una linda amistad entre la mujer y la perra. Esta siempre mostraba afecto con el ágil movimiento de su cola cuando se encontraba cerca de su nueva dueña. Cuando le colocaron un pedazo de colcha en un rinconcito del patio, entendió que sería su cama y se convirtió en su lugar predilecto.
Las semanas pasaron y la relación se estrechó al punto en que comenzaron a necesitarse mutuamente. La presencia silenciosa de Niña complementaba la existencia de Rosa; hasta un buen día en que tocaron la puerta de cinc de la entrada y Niña sí reaccionó a la sombra que se dejaba ver por el umbral de la puerta. Comenzó a olfatear con insistencia mientras movía su cola con desespero. Por primera vez emitió una especie de quejido.
Cuando Rosa abrió la puerta apareció una señora con los ojos llenos de lágrimas llamando a Niña por otro nombre. La perrita respondía con movimientos nerviosos, acercando el hocico frío y húmedo al rostro también húmedo de la mujer, quien no pudo contener las lágrimas.
“¿Me olvidaste?”, preguntó la dueña mientras la cargaba. Luego de agradecerle a Rosa por las atenciones y el cuidado, se retiró con su perrita. Y es ahora Rosa quien se pregunta si Niña la habrá olvidado a ella.